Todavía no llega el gordo mamón de barba blanca y Mateo ya se (me) fue a Perú. Allá conocerá a la familia de su mamá, cuyo highlight es una bisabuela sana y salva. Antes de irse, la Maga lo llevó a un médico para que le sacaran de los oídos dos tapones de cerilla tamaño Shrek. Mateo no puede creer lo nítido que oye ahora.
Al día siguiente yo me lo llevé con una dentista para que le emparejaran un diente astillado, resultado final de un escalerazo en casa ajena ocurrido durante el verano pasado. Luego de una valoración sencilla, la especialista anticaries me informó que aquél otro diente que Mateo perdió en el pasamanos del parque Mississippi a principios de año era un diente supernumerario, es decir, un diente extra que le nació de más, fenómeno que le sucede a muy pocas personas. O sea que Mateo perdió un diente que de inicio le sobraba.
Con las orejas despejadas y la sonrisa nivelada, Mateo viaja estas vacaciones. Agradezco a los patrocinadores de su excursión porque le permiten conocer un país diferente. Yo no me quedo sollozando en la costa de una isla. Tengo amigos, papás y colegas que me quieren y acompañan, me siento muy diferente al año pasado cuando padecí la primera edición de Navidad Perro sin Dueño.
Esta temporada no he sentido tan tupida la presencia en las calles, medios y tiendas del gordo mamón de la barba blanca. Ho ho ho. También se ha reducido la intensidad de mi melodrama interno en relación a pasar estas fechas sin mi hijo. De alguna manera (¿cual es esa manera que siempre es alguna?) siento que todo está bien. Todo obedece su curso.
Mateo llega al rato y al rato se va Santa Mamón. Espero al primero y despido al segundo, y no pasa nada.
Quise ser un niño de voz ronca y pecas. Me gustaba cuando al resfriarme se me cerraba la garganta porque eso me ayudaba a hablar rasposo. Quería ser el padrinito. Teniendo todos mis dientes, quise perder uno para que por el hueco entrara un chisguete de aire que me permitiera sesear. Quise ser un niño de voz ronca y pecas y que seseara. Pero ni pecas ni ronquera ni seseo tuve.
Crecí y rompí un matrimonio y un zapato. Cuando llovía y traía mi zapato roto esquivaba los charcos saltando en el pie izquierdo para no mojarme el calcetín derecho, era como jugar a la bebeleche con corbata y edad. Se me rompían las camisas, el cinturón, el zapato y el matrimonio, pero todo lo escondí en una barba de dos años que me dejé para convocar un aire de intelectualidad, pero el adorno facial estaba más relacionado al sueño de fuga y la dejadés.
Tuve que acostarme un año y medio en el diván para descubrir que el hoyo de mi suela era idéntico al de Alicia, aunque mi país no era el de las maravillas. Me quité la sedación del alcohol y fui aprendiendo a vivir con el botón de encendido veinticuatro horas al día, siete días a la semana. A veces he sufrido la ausencia del piloto automático, pero no tanto como he disfrutado los despertares sin culpa ni remordimientos. Tigres es campeón cuando ya casi no me interesa el futbol. Abaratan la cerveza cuando ya no tomo. Los tiempos de Dios me tiran madreada.
Con carro prestado y suéter regalado llego hasta un colegio y luego hasta la oficina de una sicóloga, quien me habla de las pruebas que le realizó a mi hijo y de lo bien que éste salió calificado. Es un niño muy maduro, me dice, muy inteligente, muy feliz, muy instalado en su realidad, muy cariñoso. Mateo le dijo a la sicóloga que la persona que más lo quiere es su papá, porque le hace bien rico de comer: huevito con catsup. Mateo también le dijo que la persona que él más quiere en el mundo es su mamá. Y yo no puedo estar más de acuerdo con él.
Yo, el azotado de antes, el amigo de lo jodido, el encariñado con el desgaste, el apanicado con el mantenimiento, el fan de la ronquera, de la boca chimuela y del zapato agujerado; ese yo no entra ni sale de la oficina de la sicóloga infantil. Ese yo se queda en una memoria rota, en un resentimiento por superar; se queda en la sala de espera aguardando un perdón humano.
El que entra y sale de aquélla oficina es el yo que renace hoy. El que imagina oportunidades para progresar. El que determina que, por lo menos este lunes, no le va a hacer daño a nadie, consciente ni inconscientemente. Estoy viviendo en un yo rebajado en temores. Estoy metido en un yo que es un pendiente enorme, pero que tiene una vida igual de grande para resolverse a sí mismo.
Por lo pronto, mi hijo va a entrar a preprimaria. La sicóloga insistió en que es un niño muy inteligente y recalcó que eso está en los genes. Esto último me lo dijo con una sonrisa que para mí fue como una flor.
Las ocurrencias que tiene Dios: el viernes por la noche caen gotas de lluvia, los cerros están secuestrados de nubes negras y los invitados quieren saber si se suspende la fiesta.
Yo con cara de no me pregunten, soportando esas horas en las que palabras como "toldo", "techo", "ciclón", "tormenta aislada" y "chubasco" me dan diarrea.
Y luego, otra vez, las ocurrencias que tiene Dios: el sábado amanece como si fuera el primer día de la Creación; hay nubes blancas, sol, viento, cielo azul.
Una zona de la Sierra Madre se llena de dinosaurios, de mamás, de niños, de tres abuelos, de regalos. Mateo está chiflado; se vale. Corre, recibe a sus invitados, los abraza y los acompaña hasta donde está el desmadre.
Llega el payaso tiroteando chistes simples que arrebatan risas, incluso de los adultos presentes. Hay reencuentros gratos, un inflable asmático y el set list elegido por el cumpleañero recita canciones pegajosas y chocantes.
Una mesa se llena de figuras geométricas envueltas de papel y moños. La tarde pasa amable, muy amable. Mi hijo está feliz y quienes lo queremos, más. A las seis de la tarde el cielo se vuelve a cerrar, esta vez su negrura es más agresiva. La amenaza de lluvia cobra fuerza.
Dicen que uno se ha graduado de Soledad cuando aprende a cagar con la puerta abierta. Yo no estoy solo, no quiero estar solo ni me siento solo. Yo quiero estar contigo.
¿Que hoy cumples cinco años? ¿En dónde estuve todo este tiempo? ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Quiere decir que también yo estoy cinco años más rancio?
¿Por qué cada vez estás más loco?
Me has llenado de ternura muchas veces. Todavía el miércoles quisiste cenar en la tele viendo ET. Me explicas la trama como si yo jamás hubiera visto la película, pero no sabes que por ella me enamoré hace años de Drew Barrymore. Me explicas de dinosaurios, también, y juras que viven en el Bioparque. Quieres ir a verlos, pero, ¿qué tal si son de mentiritas?.
Has asimilado mejor que yo -creo- que la noche nos separa los techos, pero que la mañana nos vuelve a juntar. Nuestra relación mejora todos los días y en parte ha sido porque tú le has "echado ganas". Me rebasas en lógica, eres directo; nadie te engaña a pesar de que transitas en la fantasía de la niñez lejos de los enredos del cosmos adulto.
Tienes una gran mamá, hijito. Y garantizo que te ofrezco la mejor versión de mí.
No eres indiferente al mundo porque al mundo le pones mucha atención. Quien te conoce te recuerda; muchos te quieren mucho. Mis personas favoritas son las que te llaman por tu nombre, te dan un trato personalizado, te toleran tus desplantes y te dirigen cuando te descarrilas.
Una de las mejores muestras de afecto que me dan mis amigos es cuando te quieren como eres, porque así te quiero yo. No te cambio por otro niño. Ya lo he dicho antes: tu presencia hace un retrato hablado de mi alma y tus actos rediseñan mi asombro. Y bueno, algunas actitudes tuyas taclean mi paciencia, pero tengo rato de no hulkear.
Hoy cumples los mismos cinco años de vida que yo cumplo de papá. Está claro que te sale mucho más natural a ti el rol de hijo que a mí el de papá, pero lo hemos venido haciendo muy bien, la verdad.
Dios sigue siendo el concepto, la idea, el espacio, hacia donde dirijo todo el agradecimiento por tenerte. La Virgen te cumbre con su manto bondadoso, mientras los ángeles nos espantan el tráfico para llegar antes al parque. Soy un hombre y en eso creo.
Y bueno, pues a comer dulces y cochinadas.
VIERNES MUSICAL.- Hace rato que no cerramos con una rolita. Ahí les va ésta.
Los sábados duermo con Mateo. Son noches en las que duermo bien y mal. Bien, porque lo tengo a mi lado; tibio. Mal porque pego un ojo mientras despego el otro, vigilando que no se caiga de la cama como la otra noche que se dio un ranazo. Qué pinche susto; en aquélla ocasión superamos la situación en cuatro niveles básicos: golpe, sobresalto, llanto y abrazo.
Mateo se mueve mucho y me orilla hasta la orilla. Amanezco al borde de la cama, ojeroso, maldescansado y con la mano tullida agarrado del último pedazo de sábana que me queda. Cuando se hace la luz, nada me roba la dicha de verlo durmiendo, con la boca explotada en botón de flor, y con el cuerpo flaco desparramado que se nota más largo cuando está acostado que cuando está de pie.
Despierto de mi insomnio antes que él, pero entrecierro los ojos para que piense que aún duermo. Lo veo moverse, estirarse, e incorporarse peinado como Kalimba; se me queda viendo apenas unos segundos y me dice "¡hola, papi!" con una entonación que comprueba que él sí ha descansado tanto como cuando habitaba el cielo.
Luego me da un beso barnizado de baba y me sentencia que ese día no quiere ir a misa.
En este mundo hay animales con la forma de una toalla sanitaria con alas que nadan de lo profundo hacia los rayos del sol; hay peces que parecen penes abriéndose rumbo entre plantas acuáticas; hay eclipses que parecen óvulos por fecundar; hay seres que van al cine y comen palomitas.
Hay padres que pierden a sus hijos y hay gente que se les acerca para consolarlos. La vida tiene que continuar, les dicen. En este mundo hubo dinosaurios que se extinguieron por eso mismo, porque la vida tiene que continuar.
¿Hacia dónde van las plegarias de un padre y una madre "huérfanos" de su hijo?, ¿hacia el espacio?, ¿hacia el centro de la tierra?, ¿hacia los polos?, ¿hacia el desierto?.
¿En dónde encuentra alivio el hermano que se siente Caín por la muerte de Abel?.
Nunca hemos visto a Dios. La mejor manera de representarlo es retratar un campo de girasoles, un volcán en erupción, una ola de mar o el perfil de Saturno. Nadie ha visto el cielo tampoco, pero debe haber una playa, un sitio abierto, en donde nos reencontremos con quienes se nos han muerto para verlos de nuevo, tomarlos de la cara, cargarlos, llorarlos.
The Tree of Life es una película que tiene fama de sacar a la gente del cine. Es larga -eterna-, atemporal, alucinada, simbólica, lenta, injusta, caprichosa, poética. O sea que se parece a Dios, o a los adjetivos que le colgamos a Dios. Cuando no entendemos a Dios optamos por alejarnos de Él; cuando no entendemos la película, nos salimos del cine. En ambos casos nos falta fe.
Fui a verla ayer y desde los primeros minutos sentí cómo se encendía una fogata en mi corazón. A lo mejor no le entendí ni un chile, pero me gustó muchísimo. Tampoco entendí el único parto que he visto, y sin embargo, lo amé. El trabajo del director Terrence Malick me acomodó lo que hace muchos años desacomodó Stanley Kubrick con 2001: A Space Odyssey.
"Hoy en día, ninguna excursión es más extrema que la de conseguir un sitio en la vida cotidiana".
Juan Villoro
Ésa otra fantasía. Aislarse del mundo para entenderlo. Querer comprender las circunstancias distanciándose de ellas. Entrar a la cueva famosa, separarse del ruido, de las relaciones, de las distracciones. Estar consigo mismo. Reagruparse. Conocerse. Fortalecerse en el encierro, en el retiro. Desterrarse del spot. Abandonarse. Moverse con el riesgo de no salir en la foto. Acordonar los pocos metros cuadrados desde donde uno vive (seguro). Agarrar vuelito para después, sí, ir aprendiendo a pertenecer, a deshebrarse nuevamente en sociedad, a perder el temor de quitarse la envoltura. Identificar lo que se es y lo que no se es.
Cada vez que me agarro a golpes con Steven Spielberg, pierdo.
No importan mis pretensiones de llenarme de cine "diferente", "alternativo" o "no comercial", pues cuando retorno al entretenimiento pop que dirige y/o produce este señor, vuelvo a doblar las manitas y, a veces, la piel se me engallina.
Real Steel, producida por el invicto Spielberg, es una película que consagra la fórmula taquillera que hizo millonario a Sylvester Stallone con Rocky: el boxeador como role model evolutivo, el calvario por excelencia del héroe; el sujeto capaz de agarrarse a madrazos con la vida, pero que siempre cae de pie; que resiste los peores ganchos al hígado del destino, y sin que se le caigan los ray-ban; que se acaba a sí mismo, pero no tanto; que inicia evaporado, pero que termina sólido; alguien a quien podrán deformarle la nariz, pero nunca el corazón ni la voluntad.
Spielberg tiene más de 30 años comercializando una fantasía que nos encanta: la fantasía de la familia disfuncional cuyos miembros encuentran iluminación cuando se exponen a eventos extraordinarios como la llegada de un extraterrestre, la guerra, el ataque de un tiburón o la plaga de dinosaurios. El mundo se va a acabar, pero los hijos y los padres peleados se abrazan.
Con Spielberg los resentidos se reconcilian. El divorciado, el huérfano, la dejada, el desprestigiado, el niño sin amor y el quebrado, hallan alivio, fortaleza, sentido, luz, camino, tiempo y espacio. Pagamos el boleto para ver efectos especiales, pero salimos del cine y los que se nos quedan son los efectos humanos. Sean éstos igual o peor de inverosímiles que aquéllos.
Mateo quedó alucinado con Real Steel. Yo también. Spielberg me hace suponer que adentro del cine soy un niño que no crece.
Hace cinco años estaba yo a un mes de convertirme en papá. Sería aquél el último mes que viví al estilo de los individuos sin hijos. Los deshijados. Me recuerdo entonces como un tipo hambreado esperando que su pastel mucoso saliera del horno; un horno en forma de matriz, un pastel en forma de niño.
Acercarme a ese vientre inflamado y escuchar los golpes de "Mateo te Pateo" (alias que tuvo cuando feto) era como sentarme a una mesa servida de platos vacíos con un apetito excedido y escuchar a lo lejos el ruido de cacerolas llenas de pozole. La paternidad próxima me hacía agua la boca, pero al banquete le faltaban aún 30 días de cocción.
Tiene razón Romeo cuando dice que el embarazo dura ocho meses y un año, porque el último mes se te hace larguísimo. La lentitud del noveno mes empeora con la curiosidad inquisitiva de la gente que te pregunta a cada rato que cuándo nace tu hijo. El bebé les urge a los amigos, a los abuelos, a los colegas, a los vecinos, a todos; mientras al papá primerizo le urge entender qué está pasando -obvio, mucho menos capta lo que va a pasar-.
No hubo antes en el mundo una situación, fuga, consejo, vacación, anécdota, trauma, milagro, botella, coincidencia o alegría que me orillara a valorar el presente tanto como la llegada de Mateo. Pero conforme mi hijo ha ido creciendo y se ha hecho niño, he abandonado el sano, pero mal aprendido hábito de vivir en el hoy, y en ocasiones me despego planeando el futuro o me regreso a machetear el no siempre pasado mejor.
Tirarte del octavo piso sólo para arrepentirte cuando pasas en caída libre por el quinto, fracciones de segundo antes de sentir que el asfaltazo te acerca una sien con la otra.
Ya eres un pedazo de polvo cuando la última parte de tu conciencia se retuerce como cola de lagartija y se pregunta si acaso no había otra solución.
Desde otra parte de ti lamentas no haber abrazado más y mejor a tu hijo esa última vez. ¿Te acuerdas que te pidió que lo tomaras de la mano y te dijo que no te fueras?.
Tú tan guapo y tan sensible; tan promesa. Tan güey.
Tú tan ensangrentado y cobarde.
Y todavía esperas escribir el post que te redima.
No fue una ni dos ni tres las veces que fantaseaste con el funeral y el entierro que iban a darte. Ejercicio último para afinar tu egocentrismo, ¿quién te iba a llorar?.
Lo peor es que te gustaba imaginar que de ahí en adelante tu ausencia descalificaría cualquier motivo de alegría entre tus queridos.
-Que nadie se divierta porque ya no estoy-.
Querías doler, que te extrañaran, que sus vidas no fueran las mismas; posdatearles la existencia, lo mismo a tus colegas que a tus amigos que a tus papás que a tus primos, tus hermanos, tus vecinos, la recepcionista, el tráfico y las piedras.
Egoísta de mierda.
La verdad es que a nadie le dura tanto la muerte de alguien como al muerto la suya.
Me doy cuenta que se fue el año cuando entro a octubre.
Es una despedida sin tristezas, vertiginosa, sí, por la cantidad de madrinolas que ofrecen las tiendas entre halloween y navidad. En medio de estas dos fechas, se acomoda el cumpleaños del más amado, excelente pretexto para terminar de darle respiración de boca a boca al coma financiero que me da antes del aguinaldo.
A lo mejor sucede durante otros meses, pero es con el cielo limpio de octubre que puedo ver la huasteca, la sierra madre y el cerro de la silla en versión plano secuencia. De un vistazo comparo el acné milenario de la huasteca, la frondosidad de la sierra madre y el simbolismo escarpado del cerro de la silla.
Es en octubre cuando las alergias se van de cacería por mi nariz disparando estornudos, cuando abro las ventanas, cuando sustituyo el minisplit por el ventilador de techo y cuando se instala en mi alma una rebanada de melancolía por el hombre que fui hasta antes de la prepa.
Me gustan los colores empeyotados de octubre que se filtran como por un cristal ámbar. Es la temporada ideal para arrimarse a las delicias del elote en vaso, ese antojo de media tarde que se anuncia por medio del claxon de un carrito que se pedalea como bicicleta.
Las lunas de octubre se me amontonan en la garganta, su belleza me angustia; flota en mi conciencia la certeza de que tendría que disfrutarlas más. Acompañado.
VIERNES MUSICAL.- Le doy dos semanas a esta canción para que deje de gustarme, pero mientras eso sucede, aquí va.
Mateo tiene una nueva mascota, una tortuga de tierra que se llama Carlitos.
Todavía no conozco al reptil, pero mi hijo me cuenta que es muy pequeño porque le cabe en una mano y que tiene arrugadas y filosas las patas y las uñas, respectivamente.
"Te va a encantar, papi", asegura.
A miles de kilómetros de Carlitos está Yuyo alargando sus vacaciones. Mi papá me manda un correo en donde entre otras cosas me describe la belleza de un pueblo amurallado cerca de Valencia.
"Te encantaría, hijo", asegura.
Mientras mi hijo y mi papá me plantean escenarios encantadores, encantado estoy, pero de estar trabajando el mero 16 de septiembre.
De la burger.
VIERNES MUSICAL.- Qué bonita manera de alargar una canción. Pínchale aquí.
Pato, en ese entonces vocalista de Control Machete, soltó una gran verdad frente a los que estábamos reunidos aquélla noche echando tecate en casa de Madame Galván.
"Restaurant es ya un disco clásico", dijo.
El primer disco de Jumbo tenía pocas semanas de (por fin) haber salido a las tiendas y quienes queremos tanto a su música como a los integrantes del grupo no dejábamos de reproducirlo cada viernes sábado domingo lunes martes miércoles y jueves.
Materiales como éste salvaron la espantosa última mitad de los 90. (La música estaba tan gacha en esa época que los de Weezer fueron a deprimirse cinco años a sus casas antes de volver a sacar un disco en el 2001).
Restaurant (1999) es un disco carretero, pero que también combina con reuniones en casa antes de salirse a tostar al antro. Me sabe a la última colita del grunge con algo de Pink Floyd (pero sin granola) y atmósferas estilo Moon Safari de Air. Es mi disco favorito de Jumbo y en general de los grupos mexicanos.
Fui a muchas tocadas de ellos y seguiré yendo, pero recuerdo mucho la de un domingo en la que se presentaron en una casona del Barrio Antiguo. El día estaba nublado y había taquitos de machacado con huevo y cerveza tibia hasta las seis. Los cinco de arriba comenzaron el concierto con "Dilata", mientras todos los de abajo empezamos a brincar como si fuéramos uno.
Tiene razón Monserrat, hoy es viernes musical. Pínchale aquí.
- ¿Y esa barba sí es de usted?- me preguntó Mamá Matrix al final de una sesión, y yo le respondí que sí, que esta barba es mía.
Tengo dos años con ella, pero para mucha gente sigue siendo de utilería.
Mi barba es tan mía como lo son cada una de mis piernas, pero hay quienes suponen que es un escondite, una manda, o el capricho de quien no se acepta tal como es.
A lo mejor es todo lo anterior, pero es mía; yo la traigo.
En estos dos años me he acostumbrado a ella. A mi gente también le ha terminado por valer queso mi accesorio maxilar.
Últimamente, creo, la barba se puso de moda en el mundo (¡en el muuuundo!). Ésta es una percepción egocéntrica como todas las percepciones lo son, pero ya hasta la publicidad del Palacio de Hierro incluye modelos bigotones.
Si usted viene manejando por avenida Constitución, de oriente a poniente, notará que a la altura en donde cruza con Gonzalitos hay un anuncio panorámico de la Sedena que nos invita a no dejarnos de los delincuentes.
"Denúncialos", ordena el anuncio. Con todo y las comillas.
La Secretaría de la Defensa Nacional anima a la sociedad a ser valiente y a que denuncie a los cabrito gángsters, pero qué raro que al hacer su invitación utilice los signos de puntuación con los que se destacan la ironía y la simulación.
Las acciones que van entre comillas se traducen en hacer como que se hace, pero no se hace ni madre.
Denunciar a los delincuentes entre comillas es como hacer dieta entre comillas, o sea, desayunar lechuguita, comer quesito panela, pero atascarse en la cena un menudo con tres bolillos. Hacer ejercicio entre comillas es ponerse los pants e ir al gimnasio a viborear nalgas. Ir a misa entre comillas es hacer lo mismo que practicar ejercicio entre comillas, pero sin los pants.
La mayoría de los regios no denunciamos por miedo a represalias. Tememos que si llamamos a esos teléfonos en donde nos piden "denunciar" a los malitos nuestra queja será recibida o interceptada justamente por los malitos.
Tampoco denunciamos porque percibimos como un esfuerzo inerte el acto de denunciar. Como quiera nunca hacen nada, decimos.
Y sí: los gobernantes "gobiernan", los policías "protegen y sirven", y, ahora, los ciudadanos "denunciamos". Todos como que hacemos nuestra labor y no hacemos ni maíz.
Hoy a mediodía, a menos de un kilómetro del anuncio panorámico de la Sedena, colgaron a un tipo de un puente peatonal y lo remataron a balazos. La escena de espanto se desarrolló frente a mucha gente, con el solazo, a un lado del tráfico. Los sicarios hicieron su trabajo sin simulaciones.
En esta ciudad los únicos que actúan sin comillas son los miembros del crimen organizado. Ellos sí cumplen con el giro de su empresa: sí amenazan, sí matan, sí llenan de terror las calles, sí secuestran, sí extorsionan, sí acribillan, sí roban.
Quién quiere vivir debajo de estos calores, transitando una ciudad en perpetua remodelación, jamás terminada, siempre en obra gris. Desde que me acuerdo hay un paso a desnivel en construcción, un puente en proceso de, un carril cerrado por culpa de una ampliación.
Padecemos dos tipos de tráfico: el que se acumula por obras públicas mal hechas y el que se genera por la restauración de las mismas. Total que nunca fluimos, nomás nos atascamos y nos repartimos nubes de polvo mientras nos acosan vendedores de hojarascas en los semáforos (¿a quién se le antoja una galleta de esas con este clima?).
Somos automovilistas emparentados a la fuerza con conos anaranjados y con letreros que dicen "Disculpe las molestias, estamos trabajando para servirle mejor". Y mientras tanto notamos que los inservibles gobernantes que nos sirven aprovechan el sexenio sólo para engrosar su papada y su telaraña de influencias.
Los regios somos maestros en el arte de encontrar agujas en los pajares, entendiendo a las agujas como hilos escasos de belleza. Hoy en la mañana un tipo paseaba dos pastores alemanes bien peinados que iban a paso de soldado inglés. Los perros me arrebataron la mirada y por unos segundos se me olvidó el tráfico a mentadas de Gonzalitos. Hace 30 años, en la misma avenida, un afroamericano secuestró la emoción de Irene: "¡Mira, un negrito!", exclamó mi hermana.
Somos tribilines transformados al volante. Chocamos más no sólo porque somos más brutos sino porque las vías nos dejan a nuestra suerte (y tenemos muy mala suerte). Un regio siempre admirará la docilidad de las calles gringas. Se irá de viaje, se tomará muchas fotos, comerá hasta la indigestión, pero la verdadera maravilla sucede cuando renta un carro y experimenta un orden, un trazo, que le es ajeno; y entonces descubre que allá manejar es un placer. En su memoria guardará ese recuerdo urbano insólito y muy poco familiar para su génesis de conductor sufrido. El respeto hacia las luces direccionales lo asombra como nada en la vida.
"Vieras las callesotas que hay en Houston, compadre".
Dos lagartijas, Chuky y Linda. La primera fue encontrada y liberada en Chipinque. La dejamos en el mismo árbol en donde la hallamos, (quizá no a la misma altura del tronco), y fue despedida con lágrimas y promesas de volver. La segunda llegó a mis ojos ya sin cola y prisionera adentro de un frasco al que sólo le faltaban 355 mililitros el formol y un espacio en cualquier laboratorio escolar de biología. Linda falleció de manera misteriosa unas horas después de su captura, como sicario moderno, pero sin saña.
Luego viene tu fascinación por los caracoles. De tierra y de mar. Sobresale la colección primavera verano del Atlántico al Golfo. Tienes de Cancún y de la Isla, y también hay unos que compramos en el HEB, de esos que vienen en red y que compran las recién casadas para adornar el baño de visitas de su casa de casadas. En los caracoles de agua se escucha el océano, y en los de tierra se asoma, a veces, el baboso bichito que ahí habita.
Y también te gustan los cactus, sobre todo el que tiene cola de dragón y el de la cabeza de calabaza. Admiras los frutos de los árboles, cualquier semilla o flor, la piedras, las hojas, las arañas patonas, las piñas, las hormigas, los mármoles, los cuarzos, las libélulas, los peces, las víboras, las espinas, las plumas de pájaro, las cochinillas, los trozos de corteza, los volcanes.
Quién sabe cómo son los otros niños. La verdad, no lo sé. Un día, pendejamente, me preocupó que crecieras sin el gusto por el nintendo de bolsillo y por todos esos entretenimientos digitales con los que "ahora" de divierten los niños. Hay que ser un poco imbécil para no agradecer que, hoy, tienes la capacidad de convertir un terreno baldío en una juguetería.
Siento vergüenza, y no, de dejarte en el kinder con las uñas llenas de tierra.
Antier se me nubló la vista por un conflicto estupidísimo. Querías una segunda pastilla de dulce y yo quería que te esperaras a la hora de la cena. Argumentaste, contestaste, pataleaste y yo te regañé apretando los dientes. Terminamos abrazados; tú llorando y yo también.
Representé la autoridad patética de quien siempre ha tenido problemas con las figuras de autoridad. Tuve la determinación agrietada y explosiva de alguien acostumbrado a ser "buena gente" y nalgapronta con la del súper, el jefe, el de la gas, el amigo, el choto, el taxista y la recepcionista, pero que no sabe qué hacer con las emociones de su hijo, ni con su llanto ni con su chiflazón. Fui la página en blanco expuesta a ser rayada por manipulaciones infantiles de segundo de kínder. Por cansancio, hartazón, fastidio, frustración.
Te regaño por tu bien, pero no me gusta hacerlo. Quiero que aprendas a esperar, porque yo nunca lo he aprendido; es más, apenas estoy capacitándome para iniciar. Te quiero mucho, eres la persona más importante de mi vida, pero necesitas obedecerme sin reclamos y sin gritarme. Es la última vez que me contestas así y ahora déjame te doy un beso aunque te pique la barba, y ¿qué te parece si hacemos un picnic en el jardín?
Salimos cargando una charola con tostadas de atún en jugo de limón y un vaso de leche de chocolate para convocarte un corto circuito en la panza. Cenamos abajo de la noche no sin calor, vimos una estrella y media, dimos la bienvenida a una chicharra verde que salía de su ex sí misma café, nos perseguimos, nos hicimos cosquillas y sudamos el bochorno hasta que hediste a centavo.
Bañado, cenado y empijamado te quedaste dormido. Pedí a la Serenidad otra chance para intentar ser mejor papá.
El olorcillo a vomitada se fue colando desde la fila 18 y llegó a mi nariz como niño en halloween: timbre y timbre; chingue y chingue.
Ácido, ácido, el olorcillo; ése que viene y no se va. ¡Oh!, gran olorcillo, ¿qué quieres de mí?.
No teníamos ni veinte minutos de haber despegado de Houston cuando escuché el rugido de una náusea. Ese movimiento telúrico en el vientre que comprueba que los seres humanos podemos controlar todo (satélites espaciales y la fregada) pero no la urgencia de vomitar.
Vuelo lleno. Todos muy contentos recibiendo audífonos para chutarnos la última de Adam Sandler, uno que otro bebé poniéndose necio, el aremozo idéntico a The Rock entregando mimosas y servilletas a los de primera clase, la aeromoza con mallhair atendiendo medio mamilas a los de segunda y tercera, quizá harta de las escalas y las várices. Toda la fauna Benetton, más bien Kmart, íbamos a bordo de un boeing hembra número equis, portándonos a la altura, como de muchas millas.
Y en eso que entra a escena la guácara mácara títere fue. En menos de cinco segundos, el señor del 18D se aventó un osote de tres tiempos. Primero se levantó a decir unas palabras, mejor dicho, a regurgitar el desayuno; luego comenzó a cantar con eructos hasta que arrojó una que otra aria de gases esofaguianos; y terminó con el estómago en erupción.
Una cascadilla espesa y anaranjada cayó al pasillo como cubetazo hediondo. Antes de la peste vino el trastorno en la tripulación y el atarante entre los pasajeros próximos a la fetidez. La más tierna de todas las estrellas invitadas fue una señora muy parecida a Mia Farrow (pero en gorda) que gritó:
Stop the plane!!!
Ah, cabrón, si no vamos en camión. El único avión que he visto detenerse en pleno vuelo era piloteado por Bugs Bunny, pero dudo que los de Continental estén entrenados en heroísmos de caricatura.
Y ahí viene más de ese olorcillo, tan apestoso él, que me dice: quiere llorar, quiere llorar, quiere llorar. ¿Algún tufo los ha hecho lagrimear? A mí sí; ése. ¡Oh!, gran olorcillo.
Una atmósfera densa cubrió la zona. Era inútil meter la nariz en cualquier sitio porque la pestilencia se filtraba por poros, pelo, lunares. Todo nuestro cuerpo era una fosa que recibía la emanación ácida como mártir resignado. El olor, mucho peor que un pedo, nos abrazaba con la fuerza de la anaconda. Aunque no lo dijimos nunca, todos los ahí presentes votamos (en un ejercicio comunitario de telepatía) para que aventaran en paracaídas al señor junto a la irrigación de sus entrañas en una bolsita de mareo. Pero no hubo agallas para la eutanasia o el sacrificio.
Nos regresamos a Houston con la cara de Bety la Fea. Al llegar ya esperaban al enfermito tres paramédicos que entraron con una camilla y tanque de oxígeno, pero sin las importantísimas halls. Cachetearon dulcemente al vomitador quien fingía estar desmayado para poder aguantar la vara de la vergüenza y luego lo sacaron con la amabilidad templada de los que contienen la ira a base de sicoanálisis.
Más tarde entraron los cleaners cargando maquinaria de ghostbusters. Accionaron una aspiradora, desmantelaron los asientos contaminados por el jugo intestinal, rasparon, extrajeron y fumigaron con un químico que apenas empeoró el aire. En 15 minutos dejaron esa fila de asientos impecable, como para usarla de pesebre la próxima Navidad. Se veía tan limpia la zona del crimen que ahora, a los abusados de los alrededores, nos hubiera gustado rifarnos el privilegio de acostarnos ahí, pero nadie se animó porque, aunque oliera a amoniaco, la memoria corta nos recordaba que aquélla era aún la tumba restaurada en la que vivió y murió una vomitada anaranjada.
El avión volvió a despegar con menos un pasajero. La ceremonia duró 50 minutos; yo perdí una cita de trabajo y la chava de a lado su conexión a Múnich.
Esta semana mi paternidad estuvo sometida a los costos del roaming.
Mateo anda en la Isla del Padre afinando su búsqueda de caracoles y conchitas mientras la piel de surfer se le curte. Me gustaría mucho verlo, pero igual disfruto oírlo por teléfono, aunque sean apenas dos minutos en los que me explica porqué aquéllas son las "mejorísimas" vacaciones de su vida.
Como cable de la AP, mal redactado y con los datos bizcos, mi hijo me cuenta sin puntos ni comas la agenda del día: vio moluscos jugó al tiburón con su prima se subió a un barco donde le pusieron un gorro de capitán un pirata le gritó jugó con camarones vivos y un cangrejo le picó.
"Y no es mentira papi", me dice. "Bueno adioooos", se larga.
En cada llamada, la voz de Mateo es sustituida por un ruido blanco que supongo es la brisa del mar y después al teléfono se pone Maga quien, ahora sí con signos de puntuación, me explica las andanzas del ex pedacito de caos.
Mientras ella habla, yo me siento como un ciego al que le intentan explicar qué es el arcoíris. Imágenes de mi hijo, en todas sus edades, se me vienen a la mente: cómo era, cómo es, cómo está siendo; de qué color es su espalda ahora, ¿y sus labios?, seguramente están azulvioleta porque chupa una paleta, y sus ojos están inyectados de tinta verdeamarela con algunas pocas venitas rojas por culpa del viento salado, y su sonrisa chimulea que perdió una perla brilla al atardecer...
Cuelgo y sobreviene un choque de trenes: La satisfacción de saberlo tan feliz contra la chingadera de no estar con él.
El lunes pasado se cumplieron 12 años de aquél partido en donde Martín Palermo falló tres penales en la Copa América de Paraguay 99.
El primer tiro del argentino pegó en el travesaño, el segundo voló a las gradas y el tercero se estrelló en los guantes del portero colombiano Miguel Calero.
Al final, Colombia le ganó 3-0 a Argentina y Palermo recibió como premio de consolación entrar al Guinness con uno de los récords más bobos.
Además de millones de egos golpeados por esa derrota y el osote mundial que se aventó el atacante gaucho, esa tarde hubo otro sensible perdedor.
Antes de comenzar el partido, Calero recibió una llamada desde Medellín. Era su hijo, el primogénito, que le hablaba para solicitarle un regalo contradictorio: si Palermo le anotaba gol tenía que pedirle la camiseta. Imagínense a Calero durante 90 minutos defendiendo la portería sabiendo que si Palermo le hacía un gol debía pedirle la playera número 10 como trofeo para su hijo. Tierna humillación a la que nos somete la paternidad.
Aquélla era una oportunidad única. Por primera vez un gol sería igual de provechoso tanto para el anotador como para el portero que lo recibe, es decir, Palermo estaría contento por meter el balón y Calero por darle un regalo muy especial a su hijo. Pero la chance fue desperdiciada tres veces con tres penales errados. Sin gol en contra no hubo playera a favor.
Yo nunca he tirado un penal, pero sí fallé goles claros en mi corta e incolora carrera de futbolista llanero. Cuando militaba en el Deportivo Barbarita estuve a punto de hacer un gol de alabanza pero uno de mis compañeros se atravesó y lo paró con las nalgas.
Recuerdo muy bien la jugada. Lalín alias "Trapo" y yo nos fuimos compartiendo el balón desde la media cancha y esquivamos adversarios hasta que burlamos al portero y lo sacamos del área chica. En el último pase que me regaló Lalín pude colocarme frente a la portería vacía y entonces chuté el balón con unos huevos de búfalo pero de la nada, (sí, de la nada), Gus alias "El Inombrable" (¡quien jugaba en mi equipo!) se atravesó y detuvo el disparo con el culo.
Iba a ser mi primer y único gol con el Deportivo Barbarita, escuadra muy mermada por los achaques que sus integrantes padecían en sus earlys 30. Nuestra flotilla era una colección de dolencias: a Lolo le salió un moretón del tamaño de Groenlandia en uno de los muslos durante un calentamiento; al Chupón se le quebró el dedo chiquito del pie durante una descolgada por el sector izquierdo del campo; el Iván alias "Inflán" alias "Blue" sufrió una fractura que lo inhabilitó desde la segunda mitad del torneo; Marito se enfermó de rabia y estuvo a punto de agarrarse a chingazos con quien le quitara el balón (árbitro incluido). El resto del equipo se enfrentó a los estragos pulmonares generados gracias a una década de comprar cigarros.
Regreso a Palermo. ¿Cómo criticar al rey frustrado de los penales?. Supongo que mientras más de pechito están las probabilidades de anotar más se castiga a quien la caga. Ése es el espejismo de los penales; parecen tan fáciles que el éxito se da por hecho, es obligado, exigido y cantado. El temor de fallar se convierte en la presión gigante que -irónicamente- te hace fallar.
Regreso a mí. Estoy acostumbrado a no tirar penales, a no intentar (ni) las oportunidades fáciles porque temo el linchamiento que vendría si no anoto en las más claras de gol. Una vez un culo impidió que me vistiera de gloria anotando al final de una jugada que parecía muy difícil; pero muchas otras veces, por culo yo, no me la he jugado a pararme en el manchón de penal para cobrar la pena máxima. Me privo del gol por miedo al fracaso, cuando el fracaso es no meter gol nunca.
Ya es hora. Desde hace tiempo que.
VIERNES MUSICAL.- Desde el corazón de la Loma Larga, rolita por favor.
Cada vez que volteo a ver una televisión (ahora decimos pantalla, monitor; mamadas), veo un juego de la selección mexicana, ya sea sub 22, sub 17, o del equipo en formato femenil.
Estoy confundido con tanto futbol y desbrujulado porque se me olvida en cuál pedazo del año ando. No me di cuenta que ya estábamos en verano hasta que vi a cuatro chavitos, -dos hombres y dos mujeres-, bajarse de un ibiza empapados y medio en traje de baño como si hubieran llegado al oxxo nada más a comprar cigarros para después regresar a las aguas miadas de una alberca.
Los integrantes de la sub 40 andamos entre ajuanados y buenas noches. Al menos acá su delantero un poco sí. Antes, mis años los dividían las vacaciones pero ahora tengo que ver a cuatro púberes alberquiados para darme cuenta que sí, que ya estamos en verano.
Caminé entre chicles y altos. Comprobé que, en mi caso, siempre hubo más ofrecimientos de raid que voluntades mías para aventarme Constitución a pata. Una vez más, fui rescatado por amigos y familiares. La gente que me quiere fue la tabla en este océano sangrón mientras mi carro naufraga en un taller en donde lo tienen con el cofre hocico abierto 24/7. Hagan de cuenta nosotros en el dentista.
Otra vez Mateo. La mejor caminata la tuve con él trepado en mis hombros. Nos veíamos cueros mil descendiendo a patín por entre un bosque de coníferas (un pinche camellón con pinos) desde donde su mano arrancó piñas y otros frutos que quién sabe dónde quedaron.
Algunas veces caminé con la mochila vacía por mero equilibrio. Hagan la prueba de caminar sin mochila cuando lo que quieren es caminar largo y notarán que algo les falta. Quien camina sin mochila parece un histérico que dejó el carro muy lejos y se la anda pelando entre cacas de perro y musgo; pero quienes caminamos con mochila en la espalda vamos pegados al suelo, programados en la tierra como albañiles saliendo de la obra; vamos desplazándonos en nuestro centro, ése que no hallaba Oliveira.
En mi cumpleaños llovió y hubo fortuna. Van tres veces que me muerdo en el mismo lado del labio. Tengo mucho trabajo adentro y afuera de la oficina. El peor día de la semana es el martes y todavía no sé porqué lo elegí para regresar a la chamba. ¿Te gusta sufrir, darling? Tres metas a cortomedianolargo plazo: casa, comida y sustento. Régulo me Regaló esta rolita de cumpleaños.
Esta semana cumplo 38 años y me he regalado la decisión de no presentarme a trabajar en la oficina durante este tiempo. Por supuesto, con el visto bueno de Recursos Humanos.
No tengo nada que hacer, sólo sacar pendientes personales y ver las películas que no he visto. Además, debo visitar a los tres profesionistas esenciales para todo aquel ciudadano que desea evitar volverse loco: un abogado, un sacerdote y un masajista; en ese orden.
Mis días libres coinciden con la más reciente calentura de mi moribundo carro. Los doctores no le hallan, aunque ya le practicaron una purga de radiador cuyo diagnóstico sabré hasta hoy en la tarde. La mera verdad ni quiero marcar al taller; temo lo peor.
Entonces, así las cosas, ante este panorama y no pudiendo modificar las circunstancias que me rodean, diseñé un proyecto por demás ambicioso que consiste en caminar mi ciudad. Ir y venir a patín, sin más.
A donde tenga que ir, iré a pie. Y sí, a pesar de vivir en una de las ciudades, creo, menos caminables del mundo, me la voy a aventar. Hoy inicié los primeros kilómetros y el bofe no fue tanto. Puedo más, sopear más.
Como todo buen proyecto, en éste también fue necesario fijar reglas que a continuación les comparto a manera de entrelazar su ocio con el mío.
1.- Los raids son bienvenidos siempre y cuando sean ofrecidos pero no solicitados. Es decir, si alguien se ofrece a darme un aventón o acercarme a algún destino, gustoso aceptaré, pero yo no puedo pedir que me lleven ni que me traigan. Tampoco puedo poner carita de gato con botas para causar lástima y provocar el hitchhiking. No aceptaré raid de gente desconocida.
2.- Esta mensada me involucra a mí y nada más a mí. Es para caminar solo, no con Mateo. Cuando me toque visitarlo o llevarlo a pasear iré en carro prestado o en taxi. No se trata de andar como Will Smith en The Pursuit of Happyness.
3.- No hay fondo místico en caminar. No espero que digan qué loco o qué pendejo. No espero encontrar una respuesta en Juárez cruz con Matamoros. No es para reflexionar ni para meditar ni para pegarle al ecológico. Tampoco es para que me sigan como a Forrest Gump. Sólo quiero caminar a todos lados, quizá con la intención infantil de experimentar "qué se siente".
4.- El proyecto suspende actividades a partir de las ocho pé éme. No quiero que la noche me agarre caminando en un punto indefinido. Me voy a cuidar. Le digo no al secuestro y al asalto. Si voy caminando y oscurece pediré un taxi, o auxilio.
5.- Si llueve, valgo madre. Pero no jotiaré.
6.- Si así fuera para planear y concluir negocios, tendría suficiente dinero para comprar un carro nuevo, el cual no me dejaría a pie ni me permitiría generar ideas como ésta.
Bueno, por lo pronto éstas son las reglas para llevar a cabo el plan de caminar mi ciudad. El proyecto vence el próximo viernes o hasta que salga mi carro del taller (lo que suceda primero).
Les iré contando. Por lo pronto, mucha agua y mucho desodorante.
Pienso en esa noche cuando el joven González cantó con el joven Castro una canción de Peter Gabriel en casa del joven Escobar.
Qué buena cantina a domicilio era aquélla. Tantas veces nos quedamos alargando los cds y la plática reincidente hasta que nos volvía a dar hambre o sueño. Yo dormí, o al menos cabecié, en esa casa muchas veces al estilo de la Pícara Soñadora: en las salas, los comedores, los antecomedores, los patios y el recibidor. A veces también en las recámaras.
Todos mis jóvenes huelen a 40, pero yo los recuerdo de 25.
González se formaba en paralelo con el sillón y hacía la segunda voz en la parte ¿feliz? que dice "life carries on and on and on", mientras que Castro, como el buen bajista que es, se agachaba una nota para sostener la de su compañero. Escobar tenía la importante tarea de ponerle play una vez más y de solicitar o proveer otra cerveza, de preferencia ajena.
Permítanme la cursilería pero yo supe que nunca se me iba a olvidar esa imagen desde que la vi por primera y única vez. Muchas ocasiones cometí la necedad borracha de parar en seco a mis amigos para decirles que cualquier sonsera iba a ser inolvidable, pero aquella noche no les dije nada.
Ayer volví a escuchar I Grieve. La puse como 11 veces mientras los ojos se me iban estrellando por extrañar a González, a Castro, a Escobar y un poquito también a Guzmán.
Estoy al revés. Las cosas tristes no me hacen grievear, si no las felices de la otra vez.
A los ñoñazos de hoy (tururú, tururú) no nos interesa el de Cannes ni el de Venecia ni el de Morelia. Nos importa el de nuestros hijos, el Festival de Fin de Cursos, o más allá, el de Navidad.
Un día, el gran día, nos levantamos emocionados porque vamos a volarnos parte de la mañana viendo la coreografía de brinquitos que nos tiene preparada la sangre de nuestra sangre. (He comprobado que el 72% de los niños de kínder baila dando saltos y el otro 28% son niños que caen gordos porque sí se saben los pasos).
Para un Festival de estos, las mamases de los niños se ponen guapas, (¿han notado que ahora a las mamás las conserva diosito más y mejor? Y es que las señoras de antes eran señoras desde siempre y las de ahora parecen tener palancas con Peter Pan. No es queja).
Las misses también le echan más ganas, ¡se maquillan!. De hecho, las maestras de kínder se arreglan sólo tres veces durante el ciclo escolar: en cada uno de los festivales (verano e invierno) y en los "open house" cuando te presentan el plan de estudios. Ahí es cuando te das cuenta que la chava que recibe a tu hijo en las mañanas con la cara lavada y el broche tipo cuca recogiéndole el pelo todavía húmedo, es en realidad una chava atractiva. Írala, írala.
Ya apretados en el teatro todo es perfumería y rechinido de tripas. Los teatros y los auditorios dan un hambre brutal y también, al igual que las iglesias, producen mal aliento en la gente que no trae chicles. Es muy importante ir desayunado y enchiclado a este tipo de lugares. Llegas, te sientas, te saludas de lejos con el papá o la mamá de éste o aquella, o te sordeas viendo el programa mientras se te va olvidando taparte la boca cuando bostezas hasta que te avientas una mordida de cocodrilo con todo y ojo lloroso a lado de la abuelita de Santiago o de Isabela.
Después de muchos minutos durante los cuales la mayoría de los presentes deberíamos estar jalando, pasan la primera la segunda y la tercera llamada. ¡Y comenzamos!, dicen.
Tengo que recalcar que el kínder en donde juega y aprende Mateo es una institución económicamente sustentable para los papás. Por una cantidad muy cómoda de desembolsar, las maestras arman escenografías y vestuarios de diez. Y no es porque ahí esté matriculado el más pequeño y único de mis hijos, pero la verdad es que las producciones siempre me/nos sorprenden.
El tema del Festival de hoy fue el circo. Mi hijo apareció en el onceavo acto, ya cuando la Tripa Fest burbujeaba en el ático de mi estómago. Salió de mimo, un mimo divertido, guapísimo y suelto. Recordemos que hay tres tipos de niños en los festivales: los que se quedan tiesos (que tienen su encanto), los que bailan "bien" porque se machetearon los pasos (y que caen gordos) y los que se divierten en el escenario. (Peor voy a caer yo si señalo en cuál categoría entra Chimuelín).
Ni siquiera fueron 15 minutos de fama. Su estrellato duró lo que dura una canción, pero dio un muy buen show. (Y conste que a mí los mimos me molestan). Al final, Maga entregó una caja de bakuganes a nuestra encarnación compartida como premio por su simpático desempeño. Yo le llevé un chocolate Kinder Sorpresa (Hombres necios y tacaños que acusáis a la mujer sin razón...).
Mateo estaba feliz, luminoso. Y creo, sé, que todos estuvimos contentos. Con él, por él.
Casi nunca nuestro trato tiene lagunas pero un día me quedé sin palabras con Mateo. Estábamos en el Wendy's, sentados frente a frente. Yo me encontraba desapareciendo -vía oral- una hamburguesa sabor al cuadrado mientras Chimuelín desollaba unos nugets.
De pronto ya no supe qué decirle ni qué preguntarle. Era mi hijo, con el que no importa qué se dice y menos qué se hace, y apenas me separaba de él una mesa, pero yo sentía que entre ambos estaba el Canal de la Mancha (por decir un número).
Ahora entiendo que en aquellos días estaba yo muy descobijado. La culpota al cien y verlo un día-sí-un-día-no me tenían muy triste y, en particular esa tarde, muy callado.
A partir de ahí me fui acostumbrando a hablarle a Dios acerca mi hijo. No le rezo, porque cuando recito el PadreNuestro generalmente mi mente se dispara sin rumbo; mejor le hablo a Dios de las cosas que me caen bien de Mateo, de sus ondillas. Le cuento como si ÉL no lo hubiera conocido desde siempre. Por puro miedo, conveniencia o fe, me acerco a un poder superior cuando me siento cucaracha expuesta al chanclazo.
Y sí jala. He visto cambios positivos; he notado a mi hijo menos ansioso cuando me voy y a mí menos marica cuando no lo veo. Mateo se ha acostumbrado a decirme: "Papi, cuando me visites quiero que vayamos a...". Es decir, en su cabecita ya sabe cuáles días lo visito y que son sólo para nosotros.
Pero sobre todo yo me siento mejor ecualizado. Entiendo que el valor que nosotros le ponemos a lo sagrado no depende de las corrientes externas ni de lo mierdilla que seamos o hayamos sido. Dios me da un zape cariñoso y me abre los ojos para que me dé cuenta que la relación que tengo con el Ojitos de Gargajo está sellada, pero que depende de mí que así continúe.
Todos los días le pido a Dios que cuide el corazón de Mateo, que le proteja su autoestima. Que bendiga la relación que tiene con su mamá; y la que tiene conmigo. Que me ayude a transmitirle seguridad en sí mismo. Que lo bañe de sol, que le sigan gustando los cactus. Que no se le esfume la inocencia con la adolescencia. Tantas cosas.
Iba yo a la iglesia y me hablaban de Emmanuel para referirse a Cristo. Pero afuera del templo Emmanuelle era una mujer, a veces rubia, a veces negra, a veces castaña, que coleccionaba aventuras sexuales alrededor del mundo. (Pornografía amable ahora disponible en horario familiar a través del Golden Choice).
Una tercera opción de Emmanuel era el Emmanuel cantante. Hubo un tiempo en el que yo fui más de Siempre en Domingo que de MTV (ahorita soy de Vh1 Classic) y, durante esos años, éste y otros intérpretes de la corriente emo-prehistórica me llegaban bien adentro. Sus canciones me tocaban el alma e incendiaban una nostalgia incomprensible porque yo extrañaba algo que aún no había vivido. Fui un niño melancólico que rechazaba a quienes me urgían a disfrutar la niñez como si fuera la única y última estación de la alegría.
Ayer, durante una plática de banqueta, alguien recordó las canciones de Emmanuel. A mí me gustan varias, pero hay una en especial que me picotea las lágrimas porque me devuelve al niño que fui: un flacucho obstinado en perderse la vida añorándola. Y que tampoco se entienda que fui un infante azotado, pero sí.
En otro canal, Mateo me pide que le ayude a desenterrar una piedra. Con la lumbalgia echándome porras desde el hueso sacro, me agacho para comenzar las obras de remoción con mis dedos convertidos en mano de chango. Logro sacar la piedra en un proceso de tallón y raspado poniendo cara de buen papá pero por dentro estoy domesticando una que otra mentada de madre (pinche piedra, está bien enterrada).
Termino la misión y me reincorporo a la plática con mis amigos que entre lentes oscuros están viéndole las nalgas a la que pasa. Mateo llega a interrumpir y me anima a buscar un tesoro. Le digo que sí, que me lleve. Caminamos menos de dos metros y ahí está la señal del tesoro (¡justo como decía en el mapa!). Sin darme cuenta, mi hijo había puesto dos ramitas secas en forma de equis sobre el pequeño hueco que hasta hace cinco minutos ocupaba la piedra. El ex pedacito de caos se agacha, quita las ramitas y saca del interior dos o tres tréboles. -¡Mira el tesoro, papi!-.
Me he convertido en un hombre que come barritas de proteína al mediodía y que lee informaciones nutrimentales en latas, cajas y bolsas. He descubierto que algunos productos tienen el empaque tan chico o unas muy pocas ganas de informar lo que venden, que no incluyen esta información y mejor te invitan a llamar a un cero-uno-ochocientos para preguntar como cuánto engordan unas galletas de nuez. Todavía no sé qué son los trans fat pero me empino con más determinación cualquier producto que asegura no tener estos o estas trans fat. Desde que supe que Brad Pitt tenía mi edad -más o menos- cuando filmó Fight Club, quiero lograr esos abdominales (pero sin tener que agarrarme a madrazos, my lord). Me derroto ante una jotería muy mía: me gusta el espejo.
El otro día vi Blue Valentine. La película es buena, buena. Ryan Gosling sigue siendo uno de los actores que mejor encarna eso que enamora al total de las mujeres: la seguridad varonil. Porque miren, uno puede estar seguro de sus virtudes o puede uno estar seguro de sus pendejadas, pero a las mujeres lo que les atrae es eso, la seguridad, la determinación, el coraje, (y a veces también nuestras virtudes y/o nuestras pendejadas).
Mateo es una chulada. Ahora trae la moda de ponerse un caracol de mar en la oreja para escuchar el océano. Si se topa a alguien en la calle inmediatamente le ofrece el tesoro marino para compartir la experiencia de alucinar un oleaje y una marea que no existen, (pero sí). Mi hijo es como un bufet que ofrece platillos de cielo, mar y tierra. También le apasionan los cactus y los pájaros. Hoy le regaló un pedazo de desierto a Belén por el Día del Maestro. En el camino me dijo que los cactus que tienen flores son mujeres. También me dijo que cuando en la calle huele feo es porque los mosquitos se echan punes.
Sepa la madre cómo cerró ayer el dow jones, pero el cajero automático del banco más fuerte de México me informa que mi saldo al día de hoy es de .22 centavos. Les pido de buena voluntad que me ayuden a cantar una bonita canción. Píquenle aquí.
Sí, mucho grunge según tú. Mucho lado oscuro de la luna. Mucho cine de autor. Mucha lectura existencial. Mucho gusto alternativo. Sí, ajá.
Pero cuéntales cuando eras un puñetín telenovelero. No te hagas. Diles cuando ponías a la mamá del Sebas a grabar en la videocasetera capítulos de Quiero Gritar tu Nombre y luego hasta regresabas las escenas en donde la deliciosa de Cristina Alberó salía más guapa. Wow, esa actriz argentina que usaba el peinado de Farrah Fawcett y que en la entrada de la telenovela sale manejando un Renol como el de tu papá, pero en color azul vainilla. Y cuéntales que te gustaba cuando sale del carro y se recarga en la puerta para poner cara de "tómame una foto, ché".
Ándale, platícales que admirabas cómo el actor Antonio Grimau (que se parecía mucho a Tomas Boy) le tiraba la onda a la Alberó. Diles que te gustaba que él le dijera a ella "negrita" y que tú puñetinamente soñabas el día en que tuvieras una mujer así de guapa para decirle "negrita". (Antes de que la palabra "negrita" inspirara un albur tremendo).
Cuéntales que te gustaban los besotes que se acomodaban y que hasta pusiste en cámara lenta uno de esos besos de lengua para revisar el hilito de baba que colgaba entre ellos. Y platícales también que mientras hacías tarea cantabas la rola de la entrada con todo y cara de intérprete del Festival OTI.
"Mujer, amante, y siempre amiga", te gustaba esa parte de la canción, diles, diles.
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Pues sí, les cuento: me gustaban las telenovelas. No vi muchas, pero las que vi me gustaron mucho. Tengo años, décadas, de no regresar a ese vicio. Pero sí, también fui aquél.
VIERNES (SANTO) MUSICAL.-Al Sebas, por supuesto. Y también le dedico este video a los melodramáticos de otros años. No nos hicimos jotillos, ¿ya ven? Les pido se claven por ahí del minuto con 26 segundos cuando Cristina Alberó se balancea para ponerse la bolsa al hombro. Ese tipo de movimientos que diferencian a las mujeres de los hombres, son los que mueven al mundo. He dicho.
1997.- Le dije al pinche Eddie, mira, te voy a enseñar una canción. Y el pinche Eddie me dijo, ya güey, cuál es. Espérate, le dije, es que está en el otro lado del caset y le tengo que adelantar. Vas a salir con tus mamadas de Rayito Colombiano, me dijo el pinche Eddie porque jamás ha confiado en mi gusto musical. No cabrón, le dije, espérate, déjame te la pongo, te va a gustar. Y así nos fuimos dos o tres semáforos adelante, trenzados en el silencio. Por fin el lado B cedió el turno al lado A (o al revés). Yo quería llegar a Constitución, o a una zona de aceleración porque jamás será lo mismo escuchar una buena canción en una calle con baches y bordos a escucharla en una avenida sin patrullas. Ya cabrón, ponla, se desesperaba el pinche Eddie. Pérate güey, no veas, ahí viene, le dije. Algunos segundos esperamos a que la cinta se acomodara. Empezó la voz. El primer acorde y ¡pendejo!, no mames, me embola esa canción me dijo el pinche Eddie. Y yo sentí el mismo placer que siento ahora cuando veo a Mateo comerse con todo gusto las deliciosas "Miguitas con Güeva" que le preparo. Estoy seguro que el pinche Eddie hubiera querido que mi jetta aquél fuera convertible para poder sacar los brazos como en montaña rusa y gritar: ¡Swallowed! Esa noche regresamos varias, muchas, todas las veces la canción.
MARTES MUSICAL.- He aquí la pieza que le puse al pinche Eddie. Escrita, cantada y tocada por Bush, cuyo vocalista se llama Gavin Rossdale (foto), cuyo hijo se llama Kingston (foto, también).
Durante las últimas semanas le noté un tic. Uno nuevo. De vez en cuando se pasea la mano alrededor de la boca, como limpiándose la baba pero sin baba. Su manita trapeando sus labios secos. Y yo acá, papá semi ausente sospechando que es mi culpa cualquier alteración de su sistema nervioso. ¿Será ésta una maña pasajera?, o, ¿será otra representación de la ansiedad de Mateo? ¿Manifestará el ex pedacito de caos la confusión por la distancia paterna de esa forma, así, pasándose una mano sobre la boca como lo hacen los vikingos cuando acaban de escupir? Nos estacionamos en una piñata de Spiderman a la que mi hijo llegó disfrazado de Iron Man. Llegó con el puño por delante y con la greña de colegio laico por detrás; con la boca convertida en una turbina de saliva, con las piernas flacas, con las bermudas de niño antiguo. Mateo fue una avalancha rubia de ojos verdes que aterrizó en un montón de niños que lo recibieron entre incómodos y contentos, como podríamos recibir a un familiar intruso que nos lleva pizza a la puerta de nuestra casa. Durante un rato la pelusa de niños compartió el mismo pedazo de sol mientras yo expropié la sombra de un encino. Me senté en el jardín para destilar cómodamente la aburrición. A lo lejos (ni tan lejos) había una concentración de mamases, jícamas, frituras y pendejaditas chinas. Luego llegó un acróbata nalgón vestido del Hombre Araña y se puso a echar piruetas muy cerca de donde yo echaba güeva en flor de loto. El nalgón en spandex nomás fue a terminar de alterar a los niños haciendo una rueda de coche por aquí, un salto mortal por allá, lagartijas a mano alzada y maromas a sueldo. Poco más tarde, "Speedorman" tuvo una peor idea: organizar carreritas. Y allá van los infantes y allá vienen. En cada meta, la turba con dientes de leche se enfrascaba en los debates propios de las competencias a su edad: yo gané, no, fui yo, no cierto, yo gané, tú perdiste, hiciste trampa, etc. Entre las discusiones no faltó el niño llorón... y esa tarde el niño llorón fue mi Mateo. El más pequeño y único de mis hijos corrió hacia mí todo desvencijado y usó su último aliento para decirme entre sollozos que él quería ser como Marcelo. -Pe. Pe. Pero, tú eres Mateo, ¡qué padre!- le dije. -¡Pero yo quiero ser como Marcelo porque él siempre gana!- me contestó. -Pero tú también puedes ganar- insistí. -Pero yo quiero ser como Marcelo- confirmó. Sí, el role model de Mateo es un niño que se llama Marcelo. De acuerdo a mis primeras investigaciones Marcelo es más rápido, más grande, más fuerte, más lo que sea. Además, tiene un hermanito y para Mateo eso fue una cualidad muy atractiva. Mi hijo, que ha querido ser Mickey Mouse, el Pato Donald y Iron Man, ahora quiere ser Marcelo. El llanto se extendió por algunos segundos bajo el encino de la tarde triste. Y yo me acordé de todos los amigos míos que he querido ser. Todos los cantantes que he querido ser. Los criminales que he querido ser. Los vecinos que he querido ser. Los personajes de película que he querido ser. Los pretendientes de las mujeres que posiblemente me amaron que he querido ser. Los hombres ricos que he querido ser. Los intelectuales que he querido ser. Los Marcelos que he querido ser. Así nos quedamos un rato Goofy y Max, pensando cada uno en sus copy/paste pendientes e imposibles. Luego nos levantamos a cantarle las mañanitas al festejado. El resto de la tarde me dediqué a observar al tal Marcelo y la verdad yo no lo encuentro tan fascinante (aunque su cazuela está chida). Antes de irnos, la respuesta del rompecabezas quedó al descubierto cuando Marcelo levantó su mano derecha e hizo exactamente el mismo tic que le he venido descubriendo a Mateo las últimas semanas. Con sus dedos, el niño recorrió su boca como haciendo un ocho varias veces. Noté entonces que Mateo le copia hasta los tics a su admirado compañerito, pero, ¿qué no somos todos así? ¿Quién en alguna ocasión no ha levantado la ceja y arrugado la frente como lo hacen Robert De Niro y Vincent Cassel, por ejemplo?
En la escena de hoy, amiguitos, conoceremos las ventajas de callarse el hocico cuando la discusión con una dama peligra con volverse volcánica. Callarse el hocico o bajarle al volumen, como gusten. Veremos, además, las bendiciones que suceden cuando los humanos-estorbo se hacen a un lado en contra de sus deseos personales con el único propósito de beneficiar (dejar de estorbar) a aquellos que merecen crecer y ser felices. Por otro lado, identificaremos a la gente metiche que nada más ve un conflicto y se forma en la fila. Tampoco se les pase disfrutar el encanto que tiene una mujer que habla con el llanto en la antesala.
Los primeros segundos del día son los más difíciles. (¿Se dan cuenta?, "primeros segundos", ¿primeros o segundos?). Decía que, los primeros segundos del día son los más difíciles. El Joven Leal me recomienda que nomás despierte me ponga a rezar en friega para ahuyentar el pánico matutino mientras que José Luis opina que mejor me aviente de un salto a la regadera para dejar que el agua me limpie la mugre y la pensadera (y la mugre pensadera, también). -La maldita primavera, de Yuri-.
Desde hace dos meses duermo con un león rojo y negro, felino huelguista. Como cobertor no es el más guapo, pero, ¿qué tal si lo hacemos camiseta? Mateo tiene una camisetita de un león como pintado a lápiz que seguramente ya no le queda, justo como yo ya no quedo en su casa. Los hijos abandonan Baby Gap muy temprano y crecen más rápido que nuestro sueldo. Entonces volteamos a ver con brutal simpatía el letrero Ross: Dress For Less (Dress For Success, cantaba Roxette) ((Muchas "s", muchas "c", muchas "t").
El Peugeot que manejo ya se convirtió en Renault 12; los carros se avejentan más rápido de lo que crecen nuestros hijos. Hay una bobina que nadie encuentra en Monterrey, en especial los tres mecánicos que he visitado últimamente. Frase favorita del mes: "Buenos días-tardes, soy PuÑets, sí, el cliente del 306 modelo 2001...". Respuesta favorita del mes: "No seÑor, fíjese que no he conseguido la pieza, llá-me-mé en 20 mi-nu-ti-tos".
Una ventaja de no beber alcohol es que las emociones pasan, saludan y se van. La cruda es un almacén de emociones, casi todas ellas daÑinas, que se quedan, saludan y se quitan los tenis para ver la tele hasta que nos hidratamos, nos dormimos o nos perdonan. Ando viviendo la vida en fragmentos, como dice Macarena. Me anda resultando. (Ando iendo ado ido to so cho).
Hoy dejé a Mateo en el kinder. Llegamos, salió del carro, se disparó hacia donde estaba una maestra, le grité "te quiero, te portas bien y te diviertes"; y él volteó, me sacó la lengua, me dijo "prrrrrt!", se cagó de risa y se lo tragó la puerta.
Hace mucho que no voy a una fiesta adentro de un departamento; de esas que se aperran de gente en la cocina y en donde el baño casi siempre está iluminado con velas que el anfitrión jamás prende a menos que tenga visita. Tengo ganas de ir a una fiesta de departamento, de esas en las que todos traen su vaso desechable rojo y algunos más primitivos cargan vasos de fom del oxxo con la mitad del aro superior mordido. Nadie se sienta, hay dos estudiantes del tec, una maestra de kinder, tres ingenieros sin corbata que regresan a sus 23 e invariablemente un necio capitanea el ipod y modula el carácter de la reunión de acuerdo a cómo le ha ido últimamente en los archivos cardiacos. Botellas de vino, olor a cigarro, a perfume, revistas chuecas, tres pedazos de queso que nadie quiere al centro de la mesa, una carcajada que se repite desde un lugar del comedor.
En esas fiestas siempre hay alguien que ya se quiere ir, de seguro es una mujer que llega en medias porque tiene boda al rato (¿quién se casa?, le preguntan 11 veces, mi primo Ramiro, contesta (y a todos les vale madre el primo Ramiro, ni lo conocen)). El pasillo hacia las recámaras está tupido de gente y tienes que flanquearte para poder pasar pero todavía rozas una teta, un cinturón. A veces hay una pareja discutiendo en el balcón con más ademanes que volumen, a veces hay un lobo estepario con cara de carita pobre queriendo ser cazado, o un gritón al celular que le dicta la dirección del departamento a alguien que está perdido a tres cuadras. En esas fiestas te avientas pláticas de los planes que tienes, hablas de tu trabajo, lo haces parecer interesante cuando en realidad te siguen espantando los lunes y pa'l miedo un trago. Pero todavía queda mucha noche para pensar en el lunes y a lo mejor ésa es la noche. Pura finta.
Si la función de este blog fuera vender cortauñas, yo podría seguir vendiendo cortauñas a pesar de mí.
Pero la onda es que este blog se trata de mi vida, de mí, de mi hijo; y ahora mi vida, yo y mi hijo no estamos bien, aunque tampoco mal. Estamos en un sitio poco cómodo desde donde yo no puedo ni quiero escribir acerca de nosotros.
Soy un náufrago por méritos propios. La culpa me ha chupado la tinta y me ha dejado en una isla. Siento que los llamados de auxilio que arrojo al mar metidos en botellas son escritos con sangre. A mi rescate vienen tiburones existenciales que me salvan con la condición de que me meta en su panza.
Tampoco quiero escribir de la tristeza resignada que siempre traen los cambios, sean forzados por el exterior o provocados por uno mismo.
Cuando no se habla claro, -o no se escribe claro-, cada lector es una interpretación. Les adelanto que no soy el mártir ni la víctima del cuento. Fui el Cagalotodo, pero ya no lo soy más.
Detuve el camión en la terracería y ahí viene atrás toda la polvareda ensuciando el aire, provocando estornudos y alergias. Y sí, la reconstrucción es personal, pegado a mí me siento mejor que nunca, pero las consecuencias de algunos actos míos afuera y en los demás siguen extendiendo una factura muy dura de pagar.
Extraño mucho postear. A pesar de mí y de cómo me sienta intentaré escribir desde y para la chilerencia. Escribir de lo que sea, una línea, dos, un párrafo, hacer un post dedicado a Sonia Braga, pero escribir. Redactar sin tomar el pulso ni la medida, porque luego me sucede que con una frase de Mateo quiero armar un tratado de paternidad cuando lo valioso sería publicar solamente esa frase, solita; nada más.
Escribir simple, como cuando empecé. Sin soberbia disfrazada. Lo peor que puede pasar es que el blog se convierta en un friso de avisos aburridos al estilo de "hoy me levanté y está nublado" o "ya es hora de hablarle a la muchacha porque hay un chingo de pelos en la regadera". Escribir como ejercicio mientras mi vida la vivo.
Pantalones, cabrón.
La feria de más será soltada, pero los billetes se siguen guardando en la caja. Nos seguiremos viendo por aquí.
PD.- El niño de la foto es hijo de Sharon Stone y se parece mucho a Mateo. Saca la lengua idéntico.
La vida sucede en donde te la pasas bien, que es casi siempre en donde están tus hijos. La vida sucede en los parques. Sucede ahí y ahí se queda.
Durante el fin de semana Mateo tuvo la conmovedora destreza de perder un juguete y un diente en el mismo parque, con apenas un día de diferencia entre una pérdida y otra. El sábado uno de sus bakuganes favoritos quedó traspapelado para siempre mientras que el domingo escupió un incisivo tras darse estupendo madrazo en el pasamanos.
Al bakugán lo buscamos pecho tierra entre hojas secas, colillas de cigarro, corcholatas, palos de tutsipop, piedras, envolturas de sabalito, sandalias con pedicure francés, triciclos estacionados en doble fila, plumas de urraca, etcétera, pero no apareció. Mateo lo lamentó esa noche hasta que se quedó dormido y cuando despertó fue lo primero que lamentó. (Trabalenguas patrocinado por Augusto Monterroso).
En cuanto al diente, a ése sí lo caché con el mismo apasionamiento con el que las amigas de la novia capean el ramo. Me sentí un poco mal porque después del accidente la boca de mi hijo chorreaba una sangre casi negra y yo sostenía el diente como si fuera una pepita de oro, emocionado con la pieza expulsada en mi mano, viéndola, larga como de caballito (de mar), como perla puntiaguda.
Corrimos al baño siendo Forrest cargando a Bubba, pero en versión campamocha y catarina. El rostro de mi hijo era un Pollock pintado a base de lágrimas, moco y sangre. Por suerte la hemorragia se detuvo primero que el llanto, poco antes de que la madre del herido llegara a la zona del conflicto con la cara que ponen las mamás para dar a entender que todas las tragedias suceden (únicamente) cuando los niños están al cuidado de los papás.
Mateo recobró la vertical poco a poco, administrando sollozos y temblorina. Luego dijo que sentía "airesito" entrando por la recién inaugurada ventana de su sonrisa y hasta posó a la cámara de mi celular. Chimuelo es otro niño, se ve más travieso, más dumb & dumber, más grande, más snif.
Del impacto nos fuimos a la fábula. El infante fue informado de la tradición del ratón que deja monedas bajo la almohada a cambio de dientes de leche. Cuando su mamá le preguntó qué se iba a comprar con ese dinero, Mateo contestó lo inapelable: "Un bakugán como el que se me perdió ayer".
PREGUNTA FRECUENTE DE ESTE POST.- ¿Qué chingados es un bakugán? Ahí va:
Si esta semana tienen huevilla de meterse a ver una película "looking for Óscar" les recomiendo Looking For Eric. La proyectan en apenas dos cines pero no van a tener problemas de espacio ni tumultos porque nadie la está pelando como a la muñeca fea. Yo fui el viernes y éramos cinco personas. Está muy sobado echarle la culpa a la Ley deMurphy pero siempre me sucede que en una sala vacía los únicos viejillos platicadores y sordos y miopes (-¿Qué le dijo? ¿Qué hizo? ¿Quién es ése?-) se sientan atrás de mí y me obligan a migrar de butaca en butaca. Bueno, la vemos y la platicamos, ¿sí?. Que tengan buen lunes if heaven exists.
Jennifer Aniston cumple hoy 42 años. A mí ella me cae muy bien y me gusta otro tanto. Es tan no-bonita que es guapísima. La belleza se acaba con los años, la guapura no. Muchas felicidades, culiflower.
Bueno, al tema.
Hace muchos años le preguntaron a Nikki Sixx si no sentía remordimientos porque la música y la actitud de Möntley Crüe era un mal ejemplo para los niños.
Sin pensarlo mucho, el bajista de la banda respondió que hay niños malos con y sin música de rock, y que de hecho algunos infantes son realmente perversos de nacimiento.
Sícierto, hay niños hijos de su pinche madre. No convertiré este post en un lavabo para enjuagarme las manos como Pilatos diciendo que Mateo es un santo, ni de pedo, pero al menos no le he notado la crueldad que en otros niños aflora poco después de que aprenden a caminar.
El otro día en la casa de Ronald McDonald el más pequeño y único de mis hijos estaba sudando sin apestar en los McJuegos. Brinque y brinque, grite y grite, jode y jode, tose y tose. Lo normal. En eso se le acercó un chavito menor que él con los ojos encendidos y sin avisar comenzó a tirarle madrazos a Mateo, en la cara y con el puño cerrado.
Ah, qué feo se siente. Me levanté con los resortes torpes de los papás que no sabemos lidiar con la agresividad propia, menos con la ajena, y le fui a decir al pequeño demonio que no estuviera peleando, que todos los niños podían usar el resbaladero uno por uno y todo eso que se les dice a los minihooligans.
Mateo empezó a llorar, no sé si por los madrazos que le dio el niño o por tener un papá que se ve muy chistoso cuando quiere ser conciliador. Total, que en pocos segundos todo siguió como si nada, mi hijo siguió jugando, el lactante agresor se tranquilizó y yo me fui a la mesa todo ajuanado, pensando en el miedo que me daban (dan) los madrazos de chiquito.
Yo era (soy) bien culo. Y lo que más me culeaba (culea) es que nunca pude repeler una agresión dando un golpe de regreso. Mientras fui niño los adultos me decían que si alguien me pegaba se la tenía que regresar, y más fuerte. "¡No te dejes!", era el eslogan con el que me intentaron persuadir para defenderme. Pero, además de que pocas veces me la hicieron de pedo, en la única ocasión que me golpearon no pude sacar un chingazo de vuelta. Peor que recibir un fregazo, para mí era (es) soltarlo.
Y tampoco porque sea yo un santo o le haga caso al emblema católico de poner la otra mejilla cuando te cachetean, sino que simplemente no le puedo pegar a alguien. Quizá en el hipotético caso de que me estén dando una madrina soltaré dos o tres chanflazos, pero a bote pronto no me sale. (Las pocas nalgadas que le he dado a mi hijo me han dolido como nada en la vida).
Los años en el karate me ayudaron un poco a soltar puñetazos sin culpa. Pero aún en los combates controlados en el dojo, siempre preferí defenderme bien y atacar lo mínimo necesario. Sí, ya sé, muy pinche Gandhi yo, pero sí, le saco mucho a la violencia aunque sea deportiva.
Ahora, una cosa es no saber pelear, temer a los golpes, sacarle a las agresiones y ser culillo, y otra muy diferente es no saber manejar la ira. Ésa es mi gran contradicción: Le saco la vuelta a los golpes, me adhiero a la bandera del amor y paz, PERO al mismo tiempo soy una olla exprés, un cuete navideño con la mecha muy corta, una yerbita seca que se enciende a la primera.
Porque éste que les escribe es bien antiviolencia pero puede encabronarse muy fácil: con el cajero come-chicle que se tarda en pasarlo a la ventanilla del banco, con el mesero que se hace güey, con su hijo que no le hace caso para lavarse los dientes, con el sistema desesperante para renovar la visa gringa por internet o con el bache tipo cráter que se cruza y le zarandea todo el carro.
¿Cómo puedo ser un hombre que cree en los pactos de no agresión y enchilarme tan fácilmente y ante los más mínimos/máximos inconvenientes? ¿Porque no puedo liberar el fuego interior en pequeñas flamas y sí estallar con la pena de un volcán con incontinencia? ¿Por qué acostumbrarse a vivir como una bomba de tiempo que saluda a toda madre, pero que puede reventar en cualquier momento?
Desde hace tres semanas estoy trabajando en la serenidad, ese estado mental-emocional que mi amiga Carmela define como símbolo inequívoco de felicidad. Parece una trampa aspirar a la serenidad en esta ciudad en donde las escopetas le tiran a las escopetas mientras los políticos, las autoridades y los ciudadanos nos hacemos patos. Una ciudad donde no tenemos respeto vial, donde a la gente le cuesta mucho trabajo responder un "buenos días", donde el recibo de luz te sale lo que antes te costaba un fin de semana en Real de 14, donde las noticias son una calca en sangre del día anterior. Y etcétera.
La onda, creo, es como todo (diría la Chimoltrufia). Es decir, lo único que me puede resultar es hacer ese ejercicio de manera estrictamente espiritual, o sea, aspirar a la serenidad a pesar de Monterrey y de mí mismo que tampoco soy en estos momentos un ejemplo para la juventud. Ponerme en manos de la Confianza de allá arriba cada 24 horas. Cuidar el corazón, el hígado y la hernia, en ese orden.
Qué bonito se escribe en un post, pero es muy difícil; a mí al menos me resulta muy difícil. Hay gente que yo sé que no batalla con esto, gente que en la sangre trae yogurt y que tiene espíritu inoxidable. Pero yo sí batallo, me cuesta, y ahí la llevo. Luego hay gente que me dice: "Yo no te imagino enojado", pues sí, porque lo sordeo muy bien.
Regresando a Mateo, yo no quiero salirle con el "¡no te dejes hijito, pégale!" cuando lo vuelvan a agredir, pero menos quiero que se aprovechen de él y también quiero que sepa defenderse. ¿Qué hago entonces? ¿Lo invito a que dialogue con el otro animalito? ¿Le enseño a correr? ¿A perdonar? ¿A guardarse ese coraje para que después sea un adulto "buena onda" que explota si la sopa le llega fría? ¿Lo meto ya en el karate para que sepa defenderse sin agresión? ¿Me lo llevo a vivir a Flanderslandia?
Apostarle al diálogo en estos momentos es lo mismo que aquella famosa escena en la que un árabe se pasa de mamón intimidando con su espada hasta que Indiana Jones saca su pistola y lo mata a balazos. Cuando quieres platicar tienes de regreso, mínimo, una buena mentada de madre sino es que un rodillazo. El arma grande se come a la chica. El puño entiende a puñetazos.
La neta, no sé cómo educar en este aspecto (y en otros mil) a Mateo. Por lo pronto voy a seguir trabajando en la serenidad, encontrar por fin con ese equilibrio que nunca me he regalado porque desde chiquito me instalé un chip con una grabación que me dice que estar sereno es estar serio y que estar serio es ser un aburrido. Ni madre, ¡ya!, a la chingada. No me voy a dejar de reír, de divertir, pero ya no quiero guardar una molotov en el estómago. Ya no quiero caminartambaleándome de frustración por esta vida única, mejorable y siempre sorprendente.
Antes de tenerme, mi mamá se echó unos hotdogs en el Centrito. Me llamo como mi papá y como mi abuelo, pero no como mi hijo. Cuando era niño pensaba como niño y me parecía a Felipito (el amigo de Mafalda), aunque yo siempre me identifiqué más con Manolito porque tampoco me gustan los Beatles. A veces empiezo por el postre. No sé contar chistes. Me han desinvitado de una boda y de una piñata. No entiendo los museos de cera. Tengo el pelo de Chubaca. Siempre me estaciono lejos del lugar a donde voy. En la primaria sacaba puros dieces y en la prepa cuatros y seises. Muy voluble, contradictorio, pero también soy sencillo y sin frijolitos.