domingo, 21 de abril de 2013

Qué alivio: Carlitos ya hizo popó

En esta parte de México, el mar existe sólo en la ventana.

Disfruto los tres o mil azules del caribe apenas de lejos. Es una mentada que hagan un evento de trabajo delante de tanta belleza inaccesible.
El traje de baño reclama su debut, pero la hora de tocar la arena nomás no llega.

Poco menos de una semana sin ver a Mateo me llena la mente de culpas que parecían superadas.
¿Y si lo mejor de su vida sucede justo hoy que estoy lejos?
¿Y si me pierdo otra de sus grandes revelaciones?

Perseguido por los demonios del papá desertor y la inevitable sensación de que lo extraño un chingo, le marco a su casa para saludarlo.

-Hijo, te quiero mucho, te extraño mucho, cómo estás, qué dices, qué haces, mándame un beso...

Mateo me platica que Carlitos -su tortuga- por fin hizo popó y que no hay otra novedad que valga la pena ser contada a larga distancia.

Colgamos con sus adioses tropezados con los míos.

Regreso a la pantalla, al café negro y al ojo vidrioso de tanto escribir, leer, revisar y corregir.

Afuera, otras cien olas se me van.

lunes, 15 de abril de 2013

Frutero

Mis papás usan todavía muchos de sus regalos de bodas. Aunque la licuadora escurra, ésta y otras herramientas domésticas siguen ahí, cumpliendo su función a través de los años. Para que un aparato sea sustituido debe fracasar en la última prueba de fuego: no prender para nunca jamás.

Mi mamá cumple años pronto y, como todos los años, no sé qué regalarle. Frente a mi ausencia de ideas, delegué esta decisión a Mateo.

- ¿Qué le regalamos a Nene?- pregunté a mi hijo.
- ¿Cómo se llama eso que ponen en la mesa con frutas?- repreguntó Mateo.
- Se llama frutero- dije.
- Eso, vamos a regalarle un frutero- dijo.

Fuimos entonces a la tienda que es parte de mi vida y nos dirigimos al área de cocinas. Una señorita señaló el sitio en donde estaban los fruteros. Había tres tipos, uno que parecía telaraña, otro en forma de escorpión y uno más que era como un columpio de dos pisos.

Mateo quería el escorpión y yo la telaraña, pero compramos el columpio. Ninguno de los dos tenía ganas de batallar en envolverlo y por eso aceptamos con mucho gusto que ahí mismo en la tienda lo forraran con un papel dorado institucional que le dio aspecto de regalo de bodas.

Llegamos a casa de los abuelos con dos cajas: el regalo y una pixa. Mateo cargaba la cajota dorada como si sostuviera un baúl con tesoros. Mi mamá abrió su obsequio con la torpeza que brindan las emociones fuertes del corazón y por la necia resistencia de varias capas de diurex.

Al primer contacto, pensó que era una nueva jaula para el canario hasta que la pieza se detalló a sí misma como un frutero que columpia mangos, plátanos y naranjas. De inmediato, mi papá tomó el regalo y lo puso en el centro de la mesa del comedor no sin antes jubilar el antiguo frutero que alguien les regaló el día que se casaron.

La casa de mis papás es un museo de su matrimonio. Casi nada se sustituye o se mueve. Los cambios de utilería son mejor recibidos cuando vienen de parte de sus nietos.

miércoles, 3 de abril de 2013

Los juegos del hombre

Entro al último pedazo de mi juventud sabiendo que quiero que Mateo me recuerde como el único papá de McDonald's que se tira desde el resbaladero más alto. Es un asco recorrer esos claustrofóbicos túneles de plástico que desembocan en un camino de redes, una ventana polarizada o un tobogán que rechina con el contacto de mi cartera. Cualquier prueba toxicológica encontraría allí cientos de mocos, pelos, babas secas, pedazos de rabia infantil, sangre, gotas de catsup y otras inombrables sustancias. Jugamos a que atrapo a mi hijo mientras me voy haciendo trapo por el calor. Reto a la lumbalgia subiendo por esos escalones entrecortados y encima tengo que imitar voces de lobo, ogro, pirata, fantasma y robachicos. Me da una muy amplia flojera subir y bajar a través de ese intestino de colores, sudo como en un sauna ante la mirada indecisa de otros niños que no se explican qué fregados está haciendo un adulto en aquél laberinto que apesta a calcetín. Me da mucha flojera, pero me motiva eso: que Mateo me recuerde como un papá que juega. Además, cuando voy y lo dejo a su casa y me largo entre los bordos y baches de Santa Catarina quiero tener la certeza de que el tiempo con mi hijo ha sido aprovechado. Mi corazón y mi conciencia se apaciguan si sé que, al menos esa tarea, está bien hecha.

ROLITA, POR FAVOR.- Increíble que esta canción va a cumplir 10 años.