viernes, 30 de julio de 2010

Siesta

..., y el mediodía invitando a esa siesta que había que rechazar
como si dejáramos irse a una muchacha preciosa
mirándole las piernas hasta lo último.
Julio Cortázar en el cuento Reunión

De otros años extraño el apendeje que sucede al despertar de una siesta. Dormir una siesta era dormir profundo en las peores horas de sol con el estómago lleno de fideos en un cuarto de cortinas blindadas a luz menos cero. Entregarse al desconecte sin otra deuda que el cansancio de crecer y luego abrir los ojos con el cielo ya pardeando, con el cuerpo medio sudado y las piernas desobedientes, con la consciencia invadida de un temor frío, de una culpa -muy breve- por ser tan joven y tan güevón.

La siesta es una de mis especies en extinción favoritas. Los consultores expertos en cobrar la hora en dólares dicen que después de 21 días de hacer algo, ese algo se convierte en una rutina, en constante, en hábito, en decreto, en ley. No sé cuantos días llevo sin dormir siesta, pero tristemente ya convertí en una costumbre no hacerlo. Ahora veo como algo poco posible acostarme en cualquier sitio a mediodía para venderme barato al más inútil sueño.

VIERNES AUDIOVISUAL.- Un chavito se barre pero aterriza tarde en la almohadilla; poco antes la pelota ya se había abrazado al aguante de su rival. Out en segunda. El chavito con casco anaranjado se despide del diamante. Poco después el pitcher lanza una bola que conecta con un batazo seco que hace al público aplaudir, incluido Benicio Del Toro que aparece en pantalla masticando chicle con la boca abierta, ojeras y un anillo en el meñique. La toma sepia se abre de espaldas al público para que podamos ver un campo de béisbol iluminado por las lámparas que consiguió una traición piadosa. Tres peloteritos batean a la primera pichada (se escuchan hasta acá sus batazos) y logran embasarse. El rombo se mueve, la casa se llena.

martes, 27 de julio de 2010

Ciudad Susanita

Antier, por primera vez en su vida, Mateo dijo chocolate en vez de "cocholate". Poco a poco, mi hijo comienza a darle buen tránsito a las consonantes y se adapta a la aburrición de lo correcto.

Después de decir chocolate con todas sus letras en orden, Mateo comía papas a la francesa frente a una televisión en donde una ballena era descarnada. El bisturí gigante hacía que las tripas del animal se desfondaran entre chorros de agua salada, pedazos de estómago y grasa, mientras los hijos de los pescadores brincaban en el lomo del cetáceo muerto.

-¿Qué le está pasando a esa ballena?-, preguntó Mateo con la carita hecha un angustiado signo de interrogación.

Como no queríamos que la pixa se enfriara abundando en conceptos trilladísimos de tanatología animal, le pedimos a la encargada del restorán le cambiara de canal. La brutalidad del National Geographic fue reemplazada por un cerrado juego de tenis (6/4, 4/6, 6/6). Terminamos de comer y no pasó nada. Mateo dejó de preguntar.

Ahora los invito a visitar una tira de Mafalda en donde aparece Susanita leyendo en el periódico puras malas noticias: pobres, hambruna, guerras, matanzas, derrames petroleros y toda esa mierda made in human being. Al final de la tira, la agobiada niña que soñaba con casarse para tener muchos hijitos, cierra el periódico y exclama aliviada: "Por suerte el mundo queda tan, pero tan lejos".

Durante muchos años Monterrey fue Ciudad Susanita, estaba como blindada, ciega, distante de ese mundo "lejano" de nota roja generalizada, ajena al fantasma de la violencia que hoy se aparece en todas las casas. Sus habitantes vivíamos más preocupados en clonar modas gringas que en sacar la vuelta a retenes de armas largas.

Teníamos, claro, nuestras vergüenzas de rancho grande: poco arte, pocos conciertos, oferta gastronómica exclusiva de asador, poco criterio (Di NO a la película La Tarea), etc, pero en Monterrey se caminaba de madrugada y se cortejaba en las calles más jediondas sin pensar en el peligro. En otras palabras, el regiomontano de antes podía morir de aburrimiento, pero rara vez de un balazo.

Con excepción del borracho que le guarda un fierro a su compañero de peda, el monstruo pederasta que viola a su hijastra, el calor ojete, sequías, juniors mamones o devaluaciones, los habitantes de esta tierra amontañada no sufríamos mayores sustos. El mundo quedaba tan lejos para nosotros.

Con los años, la tragedia a distancia que Ciudad Susanita leía sólo en los periódicos se metió a la vida de todos los regiomontanos. Invadió el narco, la corrupción nuestra y ajena, el nulo ejercicio de la ley, pero sobre todo nos fue ganando la impotencia, la güeva, el desinterés, el miedo, la apatía, el no saber por dónde empezar y el mejor me largo de aquí porque quedarse es como quedarse a recoger los platos rotos, la sangre y las mesas quebradas después de asistir a una batalla campal.

Dos amigos en dos reuniones recientes me han dicho que ven muy cercana la idea de mudarse y yo no tengo otra reacción que darles la razón. Algún día tendremos que explicar a nuestros hijos los motivos que tiene el hombre para cazar ballenas y descuartizarlas para obtener beneficios comerciales, vamos a tener que hablarles del triste, ¿necesario?, uso y abuso que les damos a los animales, pero peor me parece que un día tengamos que explicarles lo que significa un toque de queda, un secuestro, un cártel, un cuerno de chivo, una granada, una masacre, un moche.

Hay dos escapes. Uno es largarse de aquí, empezar la vida en cero, sacar a patadas la nostalgia, -si la hubiera todavía-, que te produce abandonar el lugar en donde naciste o te enamoraste. El otro escape es internarse en la inocencia de los que dicen "cocholate", pero ese escape dura mientras los hijos crecen, y -lo más importante-, las delicias de la vida no deberían ser un escape que usamos para soportar vivir entre los escombros sangrientos.

Ciudad Susanita está espantada porque el "mundo" se le vino encima. Tan ocupada antes por las apariencias de la siempre fotogénica burguesía, ahora no sabe cómo hacer para vivir entre los marginados que prefieren el dinero ilegal por rápido, entre la injusticia, entre la mota no como esparcimiento sino como negocio mortal, entre los congales, las redadas, las narcofosas, los levantones, las extorsiones, los casinos con club sanduich incluido, el miedo que no anda en burro sino en una Lobo.

O quizá vivimos en una Ciudad Ballena. Nos han pescado. Intereses económicos nos destripan, nos extirpan las entrañas, nos quitan la esencia, la vida, mientras los narcos, los políticos ratas, los expertos en moche, las tormentas tropicales y los ciudadanos gandules nos brincan en el lomo inerte.

Lo pinche-pinche de esto es que ya no le podemos cambiar a la tele y seguir comiendo pixa. El programa policiaco nos incluye en su casting y nosotros no tenemos acceso ni decisión en el guión. Un día nos va a tocar, estamos seguros. El regiomontano actual depende solamente de su suerte. Sea buena o sea mala.

viernes, 23 de julio de 2010

Viernes musical

Es Val Kilmer después de Morrison y antes de la panza. Es una botella de catsup en medio de dos actores gigantes que platican a veces sin mirarse. Es el papá de Angelina Jolie con mullet. Es Paquillo viendo la película sin recargarse en la butaca por los nervios. Es Julio riéndose de Paquillo porque no se recarga en la butaca. Es Ashley Judd con el peor tinte de Macy's. Es Tom Sizemore antes de la pornografía. Es el final de la UdeM. Es Natalie Portman matándose en la tina. Es un don't hesitate. Es la quijada marcada y los dientes grandes de Amy Brenneman. Es la cobardía de mi amor por ella. Es el espanto de Danny Trejo molido a golpes. Es mi casa sin correo electrónico. Es Henry Rollins de guarura. Es una desafortunada parada antes de tomar el avión para perder a la chava y ganar la muerte. Es Régulo poniéndose la corbata antes de salir a jalar. Es un departamento sin muebles frente al mar. Es un crudo en la oficina. Pero, sobre todo, es Pacino acercándose a De Niro para tomarlo de la mano. Es un avión, -o el efecto de un avión-, que pasa sobre ellos. Y luego son las letritas blancas en fondo negro de abajo arriba.

jueves, 15 de julio de 2010

Paleta

Llegó al parque una niña de pelo largo con dos paletas, peleándose a lengüetazos con el fenómeno del escurrimiento. Enseguida, la abejita sangre de mi sangre se le acercó para hacerle plática, aunque por debajo de la plática lo que quería era una paleta.

Mateo le decía a la niña: -¿Y esas paletas?, ¿quién te las dio?, ¿me das una?, hay que compartir, ¿me das?- Pero la niña de pelo largo hizo de sus oídos dos gárgolas sordas donde rebotaban las indirectas estériles de mi primogénito. Ella chupaba y chupaba sin ponerle atención a Mateo que le brincaba en círculos como si fuera un tiburoncito con pies girando alrededor de su presa, esperando recibir una limosna glacial. Mi hijo es de cara chica pero a la distancia, digamos unos 15 metros, me quedaron bien definidos sus gestos de impotencia, de antojo, de sed de hielo y jarabe, de frustración.

Estaba claro que la niña de pelo largo no le iba a dar ni una lamida, ni un sorbo; por eso volé hacia mi casa como papá cuervo que soy y del congelador saqué una paleta de fresa que luego entregué en la puerta del parque a un Mateo excitado de contento. Ahí se estuvo tranquilo el pedazo de caos un momento, literalmente congelado, domando la paleta con disciplina hasta que su boca colorada topó con un lonja de fresa y entonces ya no le gustó y me la devolvió exigiendo una de limón.

Y que me regreso al congelador, también volando con mis alas negras, pensando en que a los niños no les gusta la fruta incrustada en sus paletas, que para qué se la ponen, que era más fácil antes cuando la comida chatarra era chatarra y no tenía aspiraciones de ser sana; era más simple la fórmula de hielo, sabor artificial y caries. Volví a Mateo con una paleta de mango que ya no hay de limón y él se quedó otra vez helado, absorto y absorbiendo a un millón de años luz lejos de la niña de pelo largo. Por encima de su hombro derecho vi un columpio rojo vacío fuera de foco. En primer plano tenía la cara chica de Mateo, que destrozaba a mordidas una estatua amarilla y fría.

martes, 13 de julio de 2010

jueves, 8 de julio de 2010

Alex V

El sol salió con cara de yo no fui y el gobernador de yo tampoco. El lodo muda en polvo, las calles en terracerías. A la humedad le gusta chingotearme la nariz hasta que estornudo. ¿Traes gripa? No, soy alérgico ¿A qué? A las preguntas. Poco a poco cada quién se va tuteando con el caos vehicular que le toca. Todavía hay algunos imbéciles que pitan cuando el semáforo se pone en verde como si los de adelante estuviéramos a toda madre atorados memorizando la placa del carro de enfrente. Nadie pidió un desmadre extra para la ciudad, pero ya está aquí, es nuestro, y se va a quedar mucho tiempo más. En lo peor de la tormenta salí junto con los vecinos a destapar una coladera para evitar que nuestras casas se inundaran y de regreso vi salir por mi puerta una rata oscura que parecía un gato negro de mala suerte. Ni rata ni gato, era Ramona que, motivada por la demencia que regala el encierro, salió en chinga para nadar en la calle. Un jardinero artesano volvió a plantar el árbol que se había caído en el parque pero ya no se parece a Mickey Mouse porque le podó las orejas. Menos follaje, más raíz. La fuga de la ventana fue detenida con plastilina. Queremos creer (¿o creemos querer?) que la normalidad regresa. Mañana será otro día; mañana vendrá otra tormenta.

miércoles, 7 de julio de 2010

Alex IV

Ya regresó el servicio de agua y esa sola noticia es suficiente para llenar de adjetivos y fuegos artificiales este post. Por la mañana, el jed N' cholders me patrocinó una fiesta de espuma que celebré como si fuera un segundo bautizo. Todavía hasta ayer me llamaba distinto; mi barba se encontraba en nivel tres de la Escala B. Marley, mi pelo olía a cuarto encerrado, mis axilas estaban pegostiosas, not to mention del ombligo para abajo. Hoy soy otro, acercáos a mí, olédme. Bañarse a tinazos no es bañarse, por eso habría que organizarle una fiesta a la regadera, hacerle un busto fundiendo joyería en desuso y matar al becerro más gordo para el banquete. A estas alturas de la tragedia entramos en la fase de analizar el uso que tendrá el agua de lluvia que la Maga secuestró en toda clase de recipientes. Mi cocina parece un acuario sin peces, o una sucursal del Santuario de Lourdes, pero nuestro líquido no es bendito ni promete milagros. El verdadero milagro es recibir agua en tu casa abriendo una llave.

martes, 6 de julio de 2010

Alex III

Un retortijón me despertó antes de las cuatro de la mañana y ya no pude dormir. Es más fácil distraer al hambre en la madrugada que al cólico que provoca una caca pujante. Para no darle más largas a la ceremonia, asistí al baño con la compañía de un libro pendiente. Al terminar, apliqué toallita húmeda de bebé para lograr una rasurada al ras. Junto al escusado había una cubeta media llena o media vacía con agua de lluvia. Arrojé su contenido y fue allí cuando comenzó la comedia estilo Capulina: vete, no me voy, que te vayas, que no me voy. Y la popó no se fue. Chingado. Qué mala suerte. Tuve que ponerme mis pantuflas del Hospital Muguerza -herencia y propina de la última vez que usé el seguro médico- y bajé a la cocina por refuerzos. Ahí me encontré a toda la artillería: baldes, tinas, botellas de plástico, cántaros, garrafones y botes de basura llenos de agua. Elegí una cubeta azul copeteada, subí las escaleras escuchando el crunchy de mis rodillas y entré al baño en donde todavía yacía la cena de antier. Levanté la cubeta, la incliné y el líquido salió con furia kamikaze. Su caída provocó un ruidoso remolino de estiércol humano y el escusado hizo una gárgara sostenida hasta que la deyección desapareció. Seis cerillos después el ambiente quedó habitable.

lunes, 5 de julio de 2010

Alex II

Le pregunto a Mateo que si se le antoja un traguito del chocomil que viene bajando del río Santa Catarina y de la emoción se hace bolita como cochinilla. Poco después lo bajo del carro y lo acerco a un transitorio lago artificial de agua café que se ha formado en un parque y vuelvo a ofrecerle un trago del chocomil lodoso. No papi, me dice, y en eso toco su corazón convertido en rotomartillo de playmobil. Llegamos a casa, el pedazo de caos abraza dos botellas de bonafont vacías y las usa como cohetes propulsores mientras anuncia a gritos que va a volar al infiMito (con M) y más allá. Luego de brincar muebles y de echar babas le dan ganas de orinar y en automático sale al patio trasero para sacarse la pirinola. La Maga insiste en que los dos hombres de la casa debemos ahorrar agua miando afuera. En las calles el tránsito vehicular es un paciente anormal, no se sabe si tiene diarrea o si está estreñido. En algunas vías se baila suavecito y en otras te atoras las horas (hoy escuché entero un cd en una sola cuadra). Cerré la noche viendo a Mateo embarrarse mientras cenaba ceral. Es magnífica la experiencia de ver comer a los hijos pequeños. La bronca es que el mío está creciendo muy rápido y ya no me voy a poder sujetar a su inocencia para inventarme piezas de cielo en medio de esta, -hoy mierdosa-, realidad.

jueves, 1 de julio de 2010

Alex

No hay bendición, por mucho que venga del cielo, que sea bienvenida cuando su llegada te llena el techo de goteras. No ha dejado de llover, todo el día, toda la noche, todo el día. Los empaques de la ventana del vestidor mariconearon y por ahí ha nacido un terco ojo de agua casero que resbala desde donde se empolvan abrigos de invierno hasta la zona zapatera. De vez en cuando hay que regresar a espiar el charco que se forma en el piso y darle guerra a toallazos. En mis muñecas se dibujan venas con ánimo de estallar por las tantas veces que he ahorcado el trapeador en la tina. Y yo que pedí el día libre en la oficina para webonear sin imaginar que mi plan iba a degenerar en este hacinamiento húmedo, en este diplomado de sirvienta. Afuera no se oye otra cosa que viento nalgueando la fachada y agua que parece derramada a cubetazos. Mateo nos tiene castigados viendo todo el repertorio del canal de Disney mientras que a 100 metros, en el parque, se ha caído un árbol redondo al que los jardineros recortaban orejas y ojos para que pareciera cara de Mickey Mouse. Intento hallarle un simbolismo a esta coincidencia, al menos una moraleja que me valga de venganza, pero lo mío es pura patada de ahogado. La Maga está haciendo un pastel de chocolate. Extraordinario refugio para las mujeres el horno es, diría Yoda.