Le pregunto a
Mateo que si se le antoja un traguito del
chocomil que viene bajando del río
Santa Catarina y de la emoción se hace bolita como
cochinilla. Poco después lo bajo del carro y lo acerco a un transitorio
lago artificial de agua
café que se ha formado en un
parque y vuelvo a ofrecerle un
trago del chocomil
lodoso. No papi, me dice, y en eso toco su corazón convertido en
rotomartillo de playmobil. Llegamos a casa, el
pedazo de caos abraza dos botellas de
bonafont vacías y las usa como
cohetes propulsores mientras anuncia a gritos que va a volar al
infiMito (
con M) y más
allá. Luego de brincar muebles y de echar
babas le dan ganas de
orinar y en automático sale al patio trasero para sacarse la
pirinola. La
Maga insiste en que los
dos hombres de la casa debemos ahorrar agua
miando afuera. En las calles el tránsito vehicular es un paciente anormal,
no se sabe si tiene
diarrea o si está
estreñido. En algunas vías se baila
suavecito y en otras te atoras las
horas (
hoy escuché entero un cd en una sola cuadra).
Cerré la noche viendo a
Mateo embarrarse mientras cenaba ceral. Es
magnífica la experiencia de ver comer a los
hijos pequeños.
La bronca es que el
mío está creciendo muy
rápido y ya no me voy a poder sujetar a su
inocencia para inventarme piezas de
cielo en medio de esta, -hoy
mierdosa-, realidad.
2 comentarios:
Me da gusto saber que están bien.
Abrazos.
Al menos lo ves sonreír en medio de todo esto. Qué lindo ser niño y, aunque sientes miedo, se puede alejar de la realidad con algún juego o encendiendo la televisión. Nosotros nos quedamos con los noticieros que no hacen más que mostrarnos la triste realidad.
Ánimo!
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