jueves, 25 de febrero de 2010

Frase

"Las palabras son inocentes, neutrales, precisas, postulan algo, describen esto, significan lo otro, de tal manera que si las cuidas puedes construir puentes sobre la incomprensión y el caos. Pero cuando las tuerces, dejan de ser buenas…
…No creo que los escritores sean sagrados, pero las palabras sí lo son. Merecen respeto. Si encuentras las correctas, en el orden correcto, puedes sacudir un poco al mundo y hasta hacer un poema que dirán los niños cuando hayas muerto".
Tom Stoppard, dramaturgo inglés.

lunes, 22 de febrero de 2010

Dos avisos muy importantes:

Así como Candice Swanepoel cada día más mujeres en el mundo dicen: ¡Por aquí te veo!

Hoy cumple 35 años Drew Barrymore, primer amor cinematográfico mío de mí.

viernes, 19 de febrero de 2010

Viernes musical

Sospecho que ha muerto una costumbre pachanguera: la siempre angustiante aspiración de sacar a bailar a una mujer.

Yo viví y a lo mejor tú también viviste esa emoción suicida de preguntarle a una chava: ¿Quieres bailar?. Era casi una declaración de amor a punta de pistola en donde el éxito se traducía en alinearte junto a tu pareja ambulatoria y compartir dos o tres rolas de los Hombres G, de Soda, de los Toreros Muertos o ya de perdido la de Súper Pato. Y todo este ritual dancístico entre adolescentes sucedía sin mirarse a los ojos.

- ¿Quieres bailar?- preguntábamos.
- No puedo porque mi amiga se queda sola.

¿Quieres bailar?
- No puedo porque ya van a venir por mí.

-¿Quieres bailar?
- No. No me gusta bailar.

En los ochentas para asegurar el metro cuadrado en la pista había que sacar a bailar no a la chavita que nos gustaba sino a la que le gustaba bailar. En mi experiencia hubo balas perdidas que atinaron a la buena voluntad de la más guapa y popular, pero generalmente mi riflesillo de postas apuntaba hacia el cervatillo más joven de la manada, hacia la presa fácil. O era mejor sacar a bailar a una amiga desgarbadona que a la buenota del Motolinía.

De la probabilidad de bailar pegados mejor ni escribo. Apenas sonaba aquella balada de Richard Marx y parecía que en la pista habían tronado un pedo químico pues todos los ahí presentes huían como si el contacto físico entre la mano y la hombrera causara herpes. Con las "canciones calmadas" quedaban en la pista sólo aquellos suertudos que tenían novia y que por lo mismo podían armar un simulacro de pre-faje melódico.

"¿Quieres bailar?" es la pregunta de doble filo que define la cacería afectiva de mis años ochentas.

Más tarde se puso de moda llegar a la pista acompañado apenas de tu cheve y ahí mismo zarandear la pelvis hasta que llegara una niña sin marca personal. Se puso de moda wild on y el "perreo", o bailar en bodas el "venado" y otros horrores. También se pusieron de moda los raves, el slam y el girl power que manda al cuerno a todos los hombres. Además, desaparecieron las pistas de baile y fueron relevadas por sillas, esquinas negras, pasillos hacia el baño, nichos cercanos a la barra. La gente empezó a bailar en donde se cena y se bebe, afuera de donde se mea, en las escaleras, en los barandales. El arte de bailar se comió el trámite de elegir a una pareja.

El otro día escuché una canción de Billy Idol lanzada en 1981 pero que yo bailé en algunos quinceaños entre 1987 y 1989. Hoy se la quiero dedicar a todos aquellos que como yo sufrieron el rechazo de alguna damita, a todos los que alguna noche curamos un "No" recargados en las paredes del Crowne Plaza, del Privatt, del Club de Leones, del Casino del Valle, del Casino Monterrey o de la cochera de la quinceañera.

Los puñetines aquellos urgidos de una compañera de baile tendríamos que hacerle homenaje a quien nos enseñó que está chido bailar solo. Más información AQUÍ.

martes, 16 de febrero de 2010

Chasing Max

Me bajé del avión a menos ocho grados centígrados e inmediatamente entendí la importancia de quienes fabrican guantes de estambre. Nueva York estaba congelada pero a cambio ofrecía un cielo despejado a sol presente. En el colmo de mi indecisa existencia me enfrenté a un clima indefinido que te calienta bajo la luz y te hace estatua de hielo a la sombra.

Llegue así, a huevo chiquito, a la ciudad de los rascacielos, que la verdad dejaron de ser impresionantes desde que ciudades asiáticas comenzaron a levantar edificios más altos y mejor diseñados. Sin embargo y mientras nos tira la nostalgia, Nueva York con sus torres de ladrillo rancio sigue siendo la ciudad a la que le declaramos nuestro amor aún sin conocerla a fondo. (No imagino el día que compremos calcomanías de I Love Singapur).

Mi viaje tenía la intención de rellenar las órdenes de los dos editores que gobiernan mi tiempo. El jefe de la oficina me encargó hacer la mejor entrevista que un reportero pueda rescatar de las políticamente correctas conferencias de prensa. Y es complicado porque en esos ejercicios periodísticos la fuente tira un bistec crudo y los comunicadores tenemos que armar la orden de tacos completa para que al lector se le antoje tragarse nuestros renglones.

La otra tarea me la encargó Mateo, -mi jefe a domicilio-, y ésta era mucho más extrema porque consistía en conseguir un Max de peluche. Para quienes están poco familiarizados con la onda Disney ilustro que Max es el hijo de Goofy (Tribilín). Como desdenantes yo estaba enterado que la firma de Mickey Mouse no ha fabricado aún Maxes de peluche supe que esa misión había nacido marchita, pero aún así estaba inspirado en poder comprarle a mi hijo aunque fuera una peliculita con dicho personaje.

Es muy de mí marearme en los taxis pero no en los aviones. Y también es muy mío llegar al cuarto de un hotel y probar primero la comodidad el baño antes que la comodidad de la cama. Así lo quiso también mi digestión en esta ocasión pues me senté en la taza nomás llegué para decir adiós al desayuno del Wings mientras le buscaba estrías a Nicole Kidman en la nueva GQ.

Ustedes recordarán aquél inodoro que conocí en el aeropuerto de Houston que se accionaba a la mínima provocación y que por lo mismo fabricaba alkaseltzers de popó cuando aún no tenías intenciones de levantarte. Pues bien, el bañito art decó de Nueva York también tenía su talento sui generis, pero éste consistía en que una vez que "le bajabas" la taza no dejaba de tragar agua. Así las cosas, terminé de hacer lo que ahí se hace, me lavé las manos, saqué mi ropa de la maleta, revisé la vista por la ventana, escanié el menú del room service, me acosté en la cama... y el baño seguía tragando agua y más agua, como si el que hubiera surrado allí fuera un cachalote.

Para el sábado a mediodía había yo hecho las entrevistas y mandado la nota al periódico pero me faltaba encontrar el peluche aún sin fabricar con la figura de Max. Por la ventana brillaba un sol fantoche mientras en las orillas de las calles se apilaban yukis de limón.

Me forré con las pocas ganas y con las mismas garras, mi escudo infalible tomó la forma de un par de calcetines de alpaca peruana y un chaleco de pluma avícola. Arriba, me coloqué mi gorrito neozelandés y más abajo confié en mi pelo empecho rebajado al nivel tres. Y ahí voy caminando rumbo a la 5ta Avenida cruz con la calle 55, tosiendo para calentarme los pulmones, admirando la compostura sin temblar que tienen las mujeres que usan minifalda a menos cero con botas de tacón y medias de rombos.

Ahí iba, extrañando al águila que devora la serpiente, al calor de mi ciudad, notando que mis genitales se convertían en los de una gimnasta rusa, moqueando estalactitas, llorando niágara falls, pero sobre todo, pensando en Mateo y en esa gran oportunidad de volver a ser su héroe después de las nalgadas de aquélla otra vez. La peor amenaza para un padre con culpa es la sumatoria de una tarjeta de crédito con la melancolía de la distancia.

Llegué al mero sitio en donde Google y el conserje me indicaron estaría la Disney Store pero no había más que ni madre. -¡Ah, chinga! ¿Y ora?- El botones estilo NBA de un hotel adyacente me indicó que la colorida tienda había cerrado pero que estaban construyendo otra más chingona en Times Square, justo a lado de donde hasta hace poco estuvo la gozable tienda Virgin. La inauguración de la nueva súper tienda de Mickey Mouse está programada para otoño, pero Mateo todavía no sabe de estaciones y en el último de los casos le valen maiz.

Gracias al consejo de una linda señora con corazón de 911 terminé en el tendajo peluchero por excelencia de todo Manhattan llamado F.A.O. Schwarz en donde sólo alcancé a comprar un Pluto cabezudo, que la verdad, capturó la atención de mi pedazo de caos por menos de 24 horas.

Mateo sigue queriendo un Max. Y mientras lo busco una voz en el cielo me dice: Frío, frío, frío...

miércoles, 3 de febrero de 2010

Radio carretera

A continuación algunas canciones favoritas cuyos videos se desarrollan en carreteras malditas, del terror, accidentadas, lúgubres, mortales, desérticas, chubidubi, suicidas, desoladas, pimpon papas.

  1. De reversa o te alcanza el pinche gordo.
  2. John Frusciante tocando una guitarra quebrada mientras el cielo pardea.
  3. Quiero una chofer así.
  4. ...Y al final todos se mueren.
  5. Un camión de helados se pierde rumbo a Matehuala.

Bonus track:

Calamaro and friends le cantan al hombre de negro.