viernes, 29 de julio de 2011

Una más

Antier se me nubló la vista por un conflicto estupidísimo. Querías una segunda pastilla de dulce y yo quería que te esperaras a la hora de la cena. Argumentaste, contestaste, pataleaste y yo te regañé apretando los dientes.
Terminamos abrazados; tú llorando y yo también.

Representé la autoridad patética de quien siempre ha tenido problemas con las figuras de autoridad. Tuve la determinación agrietada y explosiva de alguien acostumbrado a ser "buena gente" y nalgapronta con la del súper, el jefe, el de la gas, el amigo, el choto, el taxista y la recepcionista, pero que no sabe qué hacer con las emociones de su hijo, ni con su llanto ni con su chiflazón. Fui la página en blanco expuesta a ser rayada por manipulaciones infantiles de segundo de kínder. Por cansancio, hartazón, fastidio, frustración.

Te regaño por tu bien, pero no me gusta hacerlo. Quiero que aprendas a esperar, porque yo nunca lo he aprendido; es más, apenas estoy capacitándome para iniciar. Te quiero mucho, eres la persona más importante de mi vida, pero necesitas obedecerme sin reclamos y sin gritarme. Es la última vez que me contestas así y ahora déjame te doy un beso aunque te pique la barba, y ¿qué te parece si hacemos un picnic en el jardín?

Salimos cargando una charola con tostadas de atún en jugo de limón y un vaso de leche de chocolate para convocarte un corto circuito en la panza. Cenamos abajo de la noche no sin calor, vimos una estrella y media, dimos la bienvenida a una chicharra verde que salía de su ex sí misma café, nos perseguimos, nos hicimos cosquillas y sudamos el bochorno hasta que hediste a centavo.

Bañado, cenado y empijamado te quedaste dormido.
Pedí a la Serenidad otra chance para intentar ser mejor papá.

sábado, 23 de julio de 2011

Amy Winehouse (1983-2011)

Patrimonio universal: Tupé a tres pisos, delineador en fuga y varias invitaciones a rehab... (No, no, no...).

jueves, 21 de julio de 2011

Guacarock en el cielo

El olorcillo a vomitada se fue colando desde la fila 18 y llegó a mi nariz como niño en halloween: timbre y timbre; chingue y chingue.

Ácido, ácido, el olorcillo; ése que viene y no se va. ¡Oh!, gran olorcillo, ¿qué quieres de mí?.

No teníamos ni veinte minutos de haber despegado de Houston cuando escuché el rugido de una náusea. Ese movimiento telúrico en el vientre que comprueba que los seres humanos podemos controlar todo (satélites espaciales y la fregada) pero no la urgencia de vomitar.

Vuelo lleno. Todos muy contentos recibiendo audífonos para chutarnos la última de Adam Sandler, uno que otro bebé poniéndose necio, el aremozo idéntico a The Rock entregando mimosas y servilletas a los de primera clase, la aeromoza con mallhair atendiendo medio mamilas a los de segunda y tercera, quizá harta de las escalas y las várices. Toda la fauna Benetton, más bien Kmart, íbamos a bordo de un boeing hembra número equis, portándonos a la altura, como de muchas millas.

Y en eso que entra a escena la guácara mácara títere fue. En menos de cinco segundos, el señor del 18D se aventó un osote de tres tiempos. Primero se levantó a decir unas palabras, mejor dicho, a regurgitar el desayuno; luego comenzó a cantar con eructos hasta que arrojó una que otra aria de gases esofaguianos; y terminó con el estómago en erupción.

Huo... Huuuo... Huuuuo... Huuuuuuuuuoooo.... ¡GUACARRRRROCK!

Una cascadilla espesa y anaranjada cayó al pasillo como cubetazo hediondo. Antes de la peste vino el trastorno en la tripulación y el atarante entre los pasajeros próximos a la fetidez. La más tierna de todas las estrellas invitadas fue una señora muy parecida a Mia Farrow (pero en gorda) que gritó:

Stop the plane!!!

Ah, cabrón, si no vamos en camión. El único avión que he visto detenerse en pleno vuelo era piloteado por Bugs Bunny, pero dudo que los de Continental estén entrenados en heroísmos de caricatura.

Y ahí viene más de ese olorcillo, tan apestoso él, que me dice: quiere llorar, quiere llorar, quiere llorar. ¿Algún tufo los ha hecho lagrimear? A mí sí; ése. ¡Oh!, gran olorcillo.

Una atmósfera densa cubrió la zona. Era inútil meter la nariz en cualquier sitio porque la pestilencia se filtraba por poros, pelo, lunares. Todo nuestro cuerpo era una fosa que recibía la emanación ácida como mártir resignado. El olor, mucho peor que un pedo, nos abrazaba con la fuerza de la anaconda. Aunque no lo dijimos nunca, todos los ahí presentes votamos (en un ejercicio comunitario de telepatía) para que aventaran en paracaídas al señor junto a la irrigación de sus entrañas en una bolsita de mareo. Pero no hubo agallas para la eutanasia o el sacrificio.

Nos regresamos a Houston con la cara de Bety la Fea. Al llegar ya esperaban al enfermito tres paramédicos que entraron con una camilla y tanque de oxígeno, pero sin las importantísimas halls. Cachetearon dulcemente al vomitador quien fingía estar desmayado para poder aguantar la vara de la vergüenza y luego lo sacaron con la amabilidad templada de los que contienen la ira a base de sicoanálisis.

Más tarde entraron los cleaners cargando maquinaria de ghostbusters. Accionaron una aspiradora, desmantelaron los asientos contaminados por el jugo intestinal, rasparon, extrajeron y fumigaron con un químico que apenas empeoró el aire. En 15 minutos dejaron esa fila de asientos impecable, como para usarla de pesebre la próxima Navidad. Se veía tan limpia la zona del crimen que ahora, a los abusados de los alrededores, nos hubiera gustado rifarnos el privilegio de acostarnos ahí, pero nadie se animó porque, aunque oliera a amoniaco, la memoria corta nos recordaba que aquélla era aún la tumba restaurada en la que vivió y murió una vomitada anaranjada.

El avión volvió a despegar con menos un pasajero. La ceremonia duró 50 minutos; yo perdí una cita de trabajo y la chava de a lado su conexión a Múnich.

viernes, 15 de julio de 2011

Capitán Mateo

Esta semana mi paternidad estuvo sometida a los costos del roaming.

Mateo anda en la Isla del Padre afinando su búsqueda de caracoles y conchitas mientras la piel de surfer se le curte. Me gustaría mucho verlo, pero igual disfruto oírlo por teléfono, aunque sean apenas dos minutos en los que me explica porqué aquéllas son las "mejorísimas" vacaciones de su vida.

Como cable de la AP, mal redactado y con los datos bizcos, mi hijo me cuenta sin puntos ni comas la agenda del día: vio moluscos jugó al tiburón con su prima se subió a un barco donde le pusieron un gorro de capitán un pirata le gritó jugó con camarones vivos y un cangrejo le picó.

"Y no es mentira papi", me dice.
"Bueno adioooos", se larga.

En cada llamada, la voz de Mateo es sustituida por un ruido blanco que supongo es la brisa del mar y después al teléfono se pone Maga quien, ahora sí con signos de puntuación, me explica las andanzas del ex pedacito de caos.

Mientras ella habla, yo me siento como un ciego al que le intentan explicar qué es el arcoíris. Imágenes de mi hijo, en todas sus edades, se me vienen a la mente: cómo era, cómo es, cómo está siendo; de qué color es su espalda ahora, ¿y sus labios?, seguramente están azulvioleta porque chupa una paleta, y sus ojos están inyectados de tinta verdeamarela con algunas pocas venitas rojas por culpa del viento salado, y su sonrisa chimulea que perdió una perla brilla al atardecer...

Cuelgo y sobreviene un choque de trenes: La satisfacción de saberlo tan feliz contra la chingadera de no estar con él.

Pero la neta no estoy nada triste.

Rolita, por favor.


viernes, 8 de julio de 2011

En el manchón de penal

El lunes pasado se cumplieron 12 años de aquél partido en donde Martín Palermo falló tres penales en la Copa América de Paraguay 99.

El primer tiro del argentino pegó en el travesaño, el segundo voló a las gradas y el tercero se estrelló en los guantes del portero colombiano Miguel Calero.

Al final, Colombia le ganó 3-0 a Argentina y Palermo recibió como premio de consolación entrar al Guinness con uno de los récords más bobos.

Además de millones de egos golpeados por esa derrota y el osote mundial que se aventó el atacante gaucho, esa tarde hubo otro sensible perdedor.

Antes de comenzar el partido, Calero recibió una llamada desde Medellín. Era su hijo, el primogénito, que le hablaba para solicitarle un regalo contradictorio: si Palermo le anotaba gol tenía que pedirle la camiseta. Imagínense a Calero durante 90 minutos defendiendo la portería sabiendo que si Palermo le hacía un gol debía pedirle la playera número 10 como trofeo para su hijo. Tierna humillación a la que nos somete la paternidad.

Aquélla era una oportunidad única. Por primera vez un gol sería igual de provechoso tanto para el anotador como para el portero que lo recibe, es decir, Palermo estaría contento por meter el balón y Calero por darle un regalo muy especial a su hijo. Pero la chance fue desperdiciada tres veces con tres penales errados. Sin gol en contra no hubo playera a favor.

Yo nunca he tirado un penal, pero sí fallé goles claros en mi corta e incolora carrera de futbolista llanero. Cuando militaba en el Deportivo Barbarita estuve a punto de hacer un gol de alabanza pero uno de mis compañeros se atravesó y lo paró con las nalgas.

Recuerdo muy bien la jugada. Lalín alias "Trapo" y yo nos fuimos compartiendo el balón desde la media cancha y esquivamos adversarios hasta que burlamos al portero y lo sacamos del área chica. En el último pase que me regaló Lalín pude colocarme frente a la portería vacía y entonces chuté el balón con unos huevos de búfalo pero de la nada, (sí, de la nada), Gus alias "El Inombrable" (¡quien jugaba en mi equipo!) se atravesó y detuvo el disparo con el culo.

Iba a ser mi primer y único gol con el Deportivo Barbarita, escuadra muy mermada por los achaques que sus integrantes padecían en sus earlys 30. Nuestra flotilla era una colección de dolencias: a Lolo le salió un moretón del tamaño de Groenlandia en uno de los muslos durante un calentamiento; al Chupón se le quebró el dedo chiquito del pie durante una descolgada por el sector izquierdo del campo; el Iván alias "Inflán" alias "Blue" sufrió una fractura que lo inhabilitó desde la segunda mitad del torneo; Marito se enfermó de rabia y estuvo a punto de agarrarse a chingazos con quien le quitara el balón (árbitro incluido). El resto del equipo se enfrentó a los estragos pulmonares generados gracias a una década de comprar cigarros.

Regreso a Palermo. ¿Cómo criticar al rey frustrado de los penales?. Supongo que mientras más de pechito están las probabilidades de anotar más se castiga a quien la caga. Ése es el espejismo de los penales; parecen tan fáciles que el éxito se da por hecho, es obligado, exigido y cantado. El temor de fallar se convierte en la presión gigante que -irónicamente- te hace fallar.

Regreso a . Estoy acostumbrado a no tirar penales, a no intentar (ni) las oportunidades fáciles porque temo el linchamiento que vendría si no anoto en las más claras de gol. Una vez un culo impidió que me vistiera de gloria anotando al final de una jugada que parecía muy difícil; pero muchas otras veces, por culo yo, no me la he jugado a pararme en el manchón de penal para cobrar la pena máxima. Me privo del gol por miedo al fracaso, cuando el fracaso es no meter gol nunca.

Ya es hora. Desde hace tiempo que.

VIERNES MUSICAL.- Desde el corazón de la Loma Larga, rolita por favor.

martes, 5 de julio de 2011

Caminar mi ciudad II

Cada vez que volteo a ver una televisión (ahora decimos pantalla, monitor; mamadas), veo un juego de la selección mexicana, ya sea sub 22, sub 17, o del equipo en formato femenil.

Estoy confundido con tanto futbol y desbrujulado porque se me olvida en cuál pedazo del año ando. No me di cuenta que ya estábamos en verano hasta que vi a cuatro chavitos, -dos hombres y dos mujeres-, bajarse de un ibiza empapados y medio en traje de baño como si hubieran llegado al oxxo nada más a comprar cigarros para después regresar a las aguas miadas de una alberca.

Los integrantes de la sub 40 andamos entre ajuanados y buenas noches. Al menos acá su delantero un poco sí. Antes, mis años los dividían las vacaciones pero ahora tengo que ver a cuatro púberes alberquiados para darme cuenta que sí, que ya estamos en verano.

Caminé entre chicles y altos. Comprobé que, en mi caso, siempre hubo más ofrecimientos de raid que voluntades mías para aventarme Constitución a pata. Una vez más, fui rescatado por amigos y familiares. La gente que me quiere fue la tabla en este océano sangrón mientras mi carro naufraga en un taller en donde lo tienen con el cofre hocico abierto 24/7. Hagan de cuenta nosotros en el dentista.

Otra vez Mateo. La mejor caminata la tuve con él trepado en mis hombros. Nos veíamos cueros mil descendiendo a patín por entre un bosque de coníferas (un pinche camellón con pinos) desde donde su mano arrancó piñas y otros frutos que quién sabe dónde quedaron.

Algunas veces caminé con la mochila vacía por mero equilibrio. Hagan la prueba de caminar sin mochila cuando lo que quieren es caminar largo y notarán que algo les falta. Quien camina sin mochila parece un histérico que dejó el carro muy lejos y se la anda pelando entre cacas de perro y musgo; pero quienes caminamos con mochila en la espalda vamos pegados al suelo, programados en la tierra como albañiles saliendo de la obra; vamos desplazándonos en nuestro centro, ése que no hallaba Oliveira.

En mi cumpleaños llovió y hubo fortuna. Van tres veces que me muerdo en el mismo lado del labio. Tengo mucho trabajo adentro y afuera de la oficina. El peor día de la semana es el martes y todavía no sé porqué lo elegí para regresar a la chamba. ¿Te gusta sufrir, darling? Tres metas a cortomedianolargo plazo: casa, comida y sustento. Régulo me Regaló esta rolita de cumpleaños.