jueves, 26 de agosto de 2010

Smells like...

Nosotros que practicamos el pasito de Michael Jackson hasta la ridiculez, que repasamos en la tele los saltos hacia atrás de David Lee Roth, que tiramos la babota con la batería giratoria de Tommy Lee. Nosotros, que envidiamos el peinado de Corey Haim, que (des)conocimos a Jim Morrison por culpa de Oliver Stone, que nos agitamos en el hip hop blanco de Beastie Boys y en el heavy metal negro de Living Colour. Nosotros, que descubrimos la importancia que tiene el bajo en una canción gracias a Adam Clayton y disfrutamos la agrura de una guitarra con INXS.

Nosotros que dijimos di que sí, di que sí, di que sugus, y que emulamos el escape de una motocicleta colgando un frutsi en la llanta de la bici. Nosotros que conocimos el mundo sin sida, sin reguetón. Nosotros lo vivimos, a nosotros nos pasó. Un día oímos Smells Like Teen Spirit y supimos que éramos parte de una generación sin otro himno que el grito armónico de Kurt Cobain ni otra distinción que la de ser la última prole predigital. A nosotros que habíamos sido tan de galleta oreo, nos empezaron a gustar las galletas de animalitos.

Recuerdo como si hubiera sido hoy la primera vez que escuché esa canción. Iba manejando el Atlantic rojo de mi papá rumbo a casa de Gabriel Machuca para hacer una tarea de la clase de Radio. La canción empezó justo cuando llegué a mi destino pero no me quise bajar del carro hasta que se terminó. En ese momento confirmé mis ganas de hacerme un uniforme basado en pelo largo, camisas de franela, suéters rasposos y camisetas a rayas estilo Beto y Enrique.

Pude haber visto a Nirvana en Vancouver en enero de 1994, pero no tuve el dinero para comprar el boleto ni los huevos para conseguir dinero para comprar el boleto. Recuerdo haberme consolado en que otro día, otro año, en otra ciudad los vería en vivo, pero pocos meses después se suicidó la voz de esta generación mía tan mal organizada.

Recibí la noticia de su muerte en los pasillos de la UdeM; no recuerdo a la persona que me la dijo, o si lo vi en la tele o si lo escuché en el radio. Sí me acuerdo que me senté un rato en las escaleras con la sensación de haber sido golpeado en el estómago. Me sentía muy triste, nuestro Ritchie Valens acababa de estrellarse pero en una avioneta muy distinta, con las hélices en forma de escopeta. Fue el día en que nuestra música murió. A varias personas les dije esa mañana que había muerto Kurt Cobain y a la mayoría le valió un poco madre. Al mismo tiempo me sentía ridículo por sufrir la pérdida de un suicida; ridículo y triste.

El 19 de septiembre se cumplen 19 años del lanzamiento de Smells Like Teen Spirit. ¿En dónde nos agarra este aniversario?

A mí me agarra en el momento en que siento que le he devuelto al mundo un poco de la mierda que él me ha regalado; he contribuido al dolor, y lamento en el alma que mis acciones hieran y afecten a los que viven de la puerta para adentro.

Me agarra también asustado porque hace algunos días vi de cerca, muy de cerca, el tránsito ilegal que sustenta el negocio negro que tiene podrida a ésta y a otras muchas ciudades. Temí por mi vida, aborté la denuncia.

Y me agarra muy contento porque los lectores anónimos tienen cara, y me pueden abrazar y me pueden decir que les gusta lo que escribo. Este saludo en forma de párrafo va para Miguel Flores que me reconoció por la barba en una estación de autobuses texana y dice leerme desde hace dos años. Qué chingón.

JUEVES MUSICAL.- Obvio, va una de Nirvana. No es la canción que inspira este post, pero es mi favorita.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Para papás novatos

La primera vez que uno toca la playa cuando va de vacaciones se siente el turista menos bronceado y el más menso de la costa. Con el torso lechoso de blanco, los primeros minutos en la arena anda uno averiguando apenas en dónde están los camastros, cómo se llama el ñor que te presta las toallas y en dónde queda el bar para pedir un cheve.

Toda esa sensación de saberse incluido en una Risa en Vacaciones se acentúa cuando te topas con turistas adaptados y bien bronceados que ya han hecho suya la playa que a ti todavía te parece ajena.

Igual llega uno a la paternidad. Totalmente perdido, en medio de una playa que se ofrece hermosa, pero completamente extraviado. A tu alrededor observas papás experimentados (turistas ya acoplados al mar) mientras tu andas blanco, blanco, gris, gris; inmaduro, tan acostumbrado a tus años de hijo pero tan metido ahora en el equipo de los papás.

Tengo más de tres años caminando en esta playa, en esta paternidad nueva para mí -ya no tanto-, asoleándome a peso, aprendiendo de las mareas altas y de las bajas, hipnotizado con los atardeceres y los amaneceres. Igualmente perdido, pero más con la idea de ir hacia un rumbo a pesar de que éste sea siempre desconocido.

Justificado con esa poca experiencia quiero compartir con los nuevos papás (turistas recién llegados a este hotel tooodo incluido) cinco consejos paternales que espero les sirvan. Les voy a hablar de . Ahí van.

1.- Las mujeres la traen robada; eso es lo más importante que debes saber. Ellas tuvieron nueve meses para familiarizarse con tu bebé y tú que te sientes bien chingón porque firmaste los papeles del hospital y pagaste la bisutería que habrás de regalarle a quienes vayan a visitar a tu hijo/a. La neta es que no sabes nada de ser papá y las ves a ellas como si ya hubieran sido mamás desde que nacieron. No te apaniques con eso, tú aprende a cagarla a tu ritmo, a tu tiempo y espacio. Que tampoco te den (tantas) órdenes, no te dejes; echa a perder cuantos pañales te acerquen y por NINGÚN motivo le alegues o le discutas a tu mamá o a tu suegra respecto al cuidado de tu bebé. Déjalas que te impresionen, sí, ándenles, pero luego ciérrales cordialmente la puerta de tu casa cuando se hayan ido y consulta con el pediatra si tienes una duda fuerte.

2. Déjate consentir por el gremio femenino. En mi colonia de niño era popular el guapo, el chingón en el fut y el que tenía una moto. Pero más el que tenía en su casa cachorritos o gatitos recién nacidos. Las niñas de mi colonia corrían hacia quien sacara a pasear a un perrito, ¡no había mejor manera de ligar que ésa! Aplica esa onda, salte de vez en cuando tú solo con tu bebé a la calle y haz la prueba. Deja que las mujeres desconocidas te digan con la mirada "qué lindo chavo, míralo, anda solo con su bebé", deja que se acerquen a la carriola, que te pidan su nombre. Observa el brillo de sus ojos, el tono ridículo que usan para hablar y acariciar a tu nene, pero, ¡PERO! no te confundas: la estrella es el bebé, NO tú. No te portes como pendejo aunque lo seas; recuerda: no se liga en pañalera porque de papá cuero y admirado pasas a viejo raboverde en un segundo.

3. Acostúmbrate a que en las primeras fotos con el bebé vas a salir con la cara de Bela Lugosi. Bien ojeroso, bien jodido, bien madreado, pero con una sonrisa abierta que no te conocías. Tómate varias fotos si quieres, pero vas a salir de la chingada. Y a lo mejor el bebé tampoco sale con su mejor cara pues todavía está peinado con gel de placenta. Después del mes, cuando en teoría estés durmiendo ¿mejor? y el bebé abra más los ojos, es buen tiempo para comenzar la maratónica e interminable carrera por retratar a tu hijo hasta que el flash aguante.

4. Lo más culero de todo es aprender a ponerle los calcetines al bebé. Bueno, lo fue para mí. Cada que intentaba ponerle uno sentía que le rebanaba sus deditos o que le sujetaba una uña hasta descarnarlo. De hecho, todavía batallo mucho ahora que voy a revisar a Mateo a su cama y tengo que ponerle calcetines mientras dormido mueve sus pies a patadas. No te voy a decir que practiques con muñecas esa delicada tarea de ponerle calcetines a tu bebé, pero te advierto que no es mala idea.

5. Nadie te va a recomendar que disfrutes el dolor y el cansancio, pero yo sí. Cuando Mateo tenía apenas una quincena de nacido, un vecino me recomendó disfrutar la etapa de las desveladas, desmadrugadas y desmañanadas porque se va rapidísimo. Hablo de las primeras semanas en las cuales el bebé llora y se despierta por 15 razones y ninguna de ésas parece la correcta. Levántate a deshoras a prepararle el titi (alias biberón), a ayudarlo a que eche sus gases por ambas vías, a que ronronee en tu hombro ese tamal vivo. En menos tiempo del que puedas hacer conciencia, tu hijo se levantará solo al baño en la madrugada, hará un chingo de ruido, azotará la tapa del escusado, te sacará un pedo, orinará, y se largará a su cama a seguir durmiendo. Y cuando se levante en la mañana, antes de ir a darte los buenos días, prenderá la televisión. Entonces te preguntarás: ¿Y dónde está el bebé?

jueves, 5 de agosto de 2010

Face to face

"I would rather have a prostate exam on live television
by a guy with very cold hands
than have a Facebook page".
George Clooney


Respeto lo que no conozco. Hago un esfuerzo para no tirarle popó a las nuevas tecnologías y/o redes sociales porque luego me pasa que cuando las conozco, me gustan, o peor, me hago adicto a ellas y luego me tengo que tragar mis palabras ofensivas como si fueran un hotdog extra size.

Tengo varios meses puliendo una respuesta que a todos deje contentos -incluido a mí- del porqué no tengo Facebook.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Los que defienden la utilidad del Facebook me dicen que sirve para reencontrarse con "miles" de personas que hace "años" no ves. ¿No les da güeva eso? ¿Por algo dejamos de ver a esas "miles" de personas, no? ¿Para qué reencontrarlas? ¿No es ya abrumante la cantidad de compromisos que tenemos con la gente que actualmente nos rodea como para comprometernos con la gente del pasado?

Algunos aseguran que esos reencuentros son ideales para hacer negocios porque nunca falta que por ahí te encuentres proveedores, clientes, nuevos socios, etc. Bien por ellos.

Otros usuarios satisfechos señalan que Facebook es una herramienta preciosa para viborear (del verbo voyeur) a la gente y ver qué tan vieja, gorda o buenota se ha puesto aquélla con la que compartimos los tiempos preinternet. Yo aquí sí tengo que doblar las manos y aceptar que se me antoja viborear a toda esa raza que decía que no se quería casar y que ahora sube fotos a lado de los quequitos que mandaron pedir para celebrar las piñatas de sus hijos con nombres revolucionarios.

También me gustaría ver en qué quedaron las curvas de una Gabriela, muy cabronsita ella, que un día en la prepa me mandó a la burguer porque yo "no me daba a desear".

La verdad sí creo saber por qué no quiero tener Facebook. Tiene que ver directamente con una de mis inseguridades más primitivas. A mí toda herramienta que sirve para decirle a los otros: "mira qué chingona vida tengo" me da para atrás.

No me hagan caso, es complejo mío, pero me inhibe esa competencia (que a lo mejor no lo es) por ver quién tiene más "amigos", quién sube las fotos más divertidas, quién se fue a el lugar más exótico, quién acondicionó más paique una fiesta lounge en su patio, quién logró que salga su cara junto con la torre eiffel completa o quién tiene la foto más hipster en su perfil.

Eso me da estrés. Suficientes comparaciones me persiguen como para dejarme embobar por los jardines tan verdes que los vecinos exponen en Facebook no importando si es pasto artificial o del bueno. ¿Por eso le apuesto a la siempre enigmática, mucho más cómoda y menos arriesgada condición de no estar? ¿Me siento inseguro y por eso no tengo Facebook, o tan seguro me siento de mí que no lo necesito? Es pregunta de examen, muchachos.

Rolita
, por favor.