miércoles, 21 de noviembre de 2007

Tracy y el periférico

Las canciones me atrapan de muy distintas maneras. A veces las personas me recuerdan una canción y a veces una canción me recueda a varias personas. Hay rolas de carretera, y también están las que sirven para animarte a entrar a la regadera cada mañana, o las que te roban una lágrima o un suspiro a las tres de la mañana. Cuando fumaba había canciones que se me antojaban mientras me empujaba un cigarro y había otras canciones que me motivaban a fumar.
Curiosamente yo me sé muy pocas canciones en español y ni una en inglés. Como saben mis amigos, el inglés me entró apenitas, tuve que invertir varios cursos en Harmon Hall, Interlingua, Quick Learning y dos veranos, uno en Vancouver y otro en Pittsburgh para aprender bien el méndigo lenguaje de Shakespeare.

Por eso cuando voy a un concierto me la paso cantando: "Making the freeway, lets go to the making freeway..." y así repito el mismo coro falso siempre.

También hay canciones muy malas que extrañamente se te pegan y que con sólo decir una palabra, como por ejemplo "Macarena", andas tarareando la tonadita toda la tarde de esa rola pinche.

Otras canciones, las más importantes para mí, son las que te transportan a cierto espacio y tiempo de tu vida. Creo que junto a los perfumes una canción es el método más eficaz para ir a tu pasado en vuelo redondo en cuestión de segundos.

Hoy hablaré de una compositora que me animó en los tiempos en que viví en la infame capital de México: Tracy Chapman. Cuando la oigo inmediatamente me traslado al interminable Periférico en el carro de Lalo Venegas, uno de mis roommates. También recuerdo nuestro departamento de San Ángel en donde vivíamos con otro güey llamado Alfredo y cinco chavas de Cuernavaca, que eran Vanessa, Tania, Lorena, Diana y Ofelia. El caos viviendo ocho personas en un mismo techo fue más divertido que cualquier Big Brother que haya yo visto.

A pesar de que vivía con tanta gente en una ciudad con más de 20 millones de habitantes creo que me faltaba platicar con alguien, sentía que hablaba mucho pero que a nadie le importaba realmente. Entonces gracias a la señorita Chapman me reconfortaba, porque podía estar en silencio, sólo escuchándola.
Lo malo es que casi nunca podía poner sus casets en la grabadora del departamento porque a mis roommates, (amantes de Laura Pausini y cantantes similares), se les hacía muy "rara" la Chapman. Así que nos rolábamos los días y las horas para poner nuestra música. Yo elegía los domingos en la noche para oírla, que eran las horas mas cookies de la semana. Siempre me preguntaba: ¿amanecería en lunes?, ¿cuánto tiempo duraría esa soledad acompañada?, ¿qué voy a hacer de mi vida?, ¿hacia dónde voy?, ¿quién soooy?...¡!
Me sentía como un hijo pródigo de petatiux que había dejado la comodidad de casa de sus papás para buscar encontrarse a sí mismo, cuando en realidad se perdía más y más.

Hoy no puedo invitarlos a que se vengan conmigo al DF de aquellos días, pero sí quiero que me acompañen al Periférico virtual escuchando Telling Stories y Give me one Reason de mi compañera de los domingos chilangos por la noche.

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