A los 14 años yo no tenía ni una amiga, pero sí varios amigos. Mi grupito selecto de amistades estaba constituido por Javier "El de Menudo", Héctor "El Chino", Pancho "El Feo", Sergio "El Chofi", Carlos "El Encías" y por los hermanos Ramón y Armando, "Monchín y Mandero", respectivamente.
Nuestras diversiones estaban divididas por el día y por la noche. En el día jugábamos fútbol hasta morirnos de sed en una cancha de Colinas de San Jerónimo, que en realidad era una cancha de basquet de concreto. En ese concreto me hice la mayoría de las cicatrices que tienen ahora mis piernas.
Los partidos duraban hasta que se metiera el sol porque no había alumbrado. A pesar del bofe, nadie compraba una coca por dos razones: la primera es que el único Oxxo estaba muy lejos, y la segunda es que nunca nadie tenía dinero, ni una moneda; y si acaso traías dinero, preferías no comprar nada de tomar porque todo el grupo te pediría y acabarías tomando sólo un trago de refresco lleno de babas.
Llegada la noche el grupo se quebraba, cada quien se iba a su casa y te reportabas con tus papás, te cambiabas de ropa sin previa ducha, cenabas y te salías, pero ahora sí con algo de dinero para cooperar en la compra del cartón de cerveza Indio, que sacaba de contrabando Javier el de Menudo de su casa.
Cuando nos terminábamos las cervezas nos subíamos a la camionetita del Chofi (único que traía carro) para hacer nuestro tour obligado a la Coyotera. Íbamos ahí porque era el único lugar en el que por sus calles podías ver señoras que te enseñaban los pezones gratuitamente desde la puerta de sus casas.
Una vez una de esas señoras se acercó tanto a la camioneta que Mandero y yo le pudimos tocar una teta, cada quien la suya (creo que a mí me tocó la derecha). En esa tarea exploratoria estábamos cuando la mujer dijo algo así como:
- ¿Quién de ustedes se atreve a meterse a la casa conmigo?
La propuesta hubiera sido muy estimulante si no le hubiéramos escuchado la voz, que era aún más grave que la de Darth Vader.
- ¡Es un maricón!, ¡es un puuuto!, ¡váaamonos a la chingada!, gritó Mandero ante las carcajadas de los demás y ante mi vergüenza por haber tentado por primera vez el silicón.
Los únicos que decían tener novia eran Javier el de Menudo y el Chino, pero nunca enseñaban fotos porque seguramente estaban muy feas o no existían. A mí el que me caía mejor era El Feo porque era el que tenía más mundo y era el más viajado gracias a que como estudiaba Veterinaria tenía que hacer brigadas en varias rancherías de Nuevo León.
El Feo me contaba que las rancheritas eran bien ligeras de sombrero y que aflojaban prenda en los canales de agua de riego o en los tejabanes más podridos. Yo no le creía mucho al Feo, pero me divertían sus historias erótico-rurales.
En ese tiempo mi target amoroso era Elisa. Yo le llamaba todos los domingos en la noche desde un teléfono público que estaba en la esquina del Parque de Béisbol de Colinas. No le hablaba desde mi casa porque me daba pena que mis papás me cacharan hablando con una chava. A veces el Feo me acompañaba al teléfono y me dictaba frases cursis y luego se tapaba la boca para no cagarse de la risa. Elisa, a quien no le daban ni risa ni nada mis frases, una vez me soltó una pregunta que jamás olvidaré:
- ¿Por qué te juntas con esos tontos?, me dijo, y yo no supe qué contestar.
Efectivamente ella y sus amigas nos decían Los Tontos, porque en cada quinceaños pedorro de la Colonia nos la pasábamos esquinados y gritando "iiiiiii, putillo" a cada güey que veíamos con novia. Ésa fue la primera vez que me di cuenta que para las mujeres importaba mucho el grupo de amigos que tuvieras y me puso a pensar si no estaba yo cagándola con la raza que me juntaba, una raza con la que me divertía demasiado, pero con la que jamás tendría éxito con el sexo opuesto.
Tiempo después mi papá me dio la buena noticia de que el vocho que en 1976 le había regalado a mi mamá, pasaría a formar parte de mi propiedad y, como buen naco ochentero, le compré al carro llantas gruesas y chaparras, le puse nuevos espejos aerodinámicos y un estéreo Pioneer. Además lo bauticé: le puse Vivaldi.
Y como ahora ya podía manejar y salir de la Colonia a mi voluntad empecé a juntarme con amigos que vivían en otras colonias y me empecé a involucrar con otros tipos de vida.
Al final, Elisa me mandó a la goma y yo dejé enfriar mi amistad con Los Tontos, me distancié de su futbolito, de su cartón de Indio, de su Coyotera y de su cero habilidad con las mujeres. Estaba yo encandilado por esa estupidez adolescente de buscar ser "más popular" yendo sólo a quinceaños en donde tocara Blue Star y comprando camisetas de tiburones en Padre Style o maraca Polo medio pirata en la pulga.
Y es que Los Tontos parecían estar tan lejos de lo que era "la vida" que me desafané del grupo sin previo aviso y sin devolver llamadas.
Supongo que así es la adolescencia: haces tu propia selección darwineana de las especies y aquellos de tus amigos que no te "sirven" terminas por hacerlos a un lado para poder sobrevivir a las exigencias que el medio ambiente (o sea, sociedad) te impone.
Ah, qué pendejo es uno a veces. (¿A veces?).
Hello world!
Hace 1 mes
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