Es sábado. Son las dos de la tarde. Suena el timbre. Ramona ladra con furia. Mateo puede soltar el llanto en cualquier momento. La Maga y yo entramos en estado de pánico. Abrimos la ventana que da a la calle y desde abajo se oyen voces de niñas:
- ¿Va a salir Mateooo?, preguntan en coro.
- Ahorita está en su siesta, pero vengan más al rato, contesta la madre de nuestro donjuanito y cierra la ventana.
Esta situación se repite todos los días porque a mi hijo, y lo digo con el pecho lleno de orgullo, ya lo buscan las niñas. En ocasiones son tres o más, pero la mayoría de las veces son dos: Sasha, de ocho años, y Valeria, de siete. Estas fieles fans llegan en bola, (como todas las hembras depredadoras), estacionan sus bicis rosas frente a la casa sin pedirle permiso a nadie y timbran para ver si va a salir Mateo, como si éste se mandara solo y tuviera plena voluntad de sus pasitos. (Ya escribo como señor).
Sasha es la más expresiva y Valeria la más risueña. La primera se la pasa diciendo que Mateo está cuero, mientras que la segunda apoya el comentario con una risilla larga, como imagino deben reírse las ardillas. Las dos son vecinitas, y creo que conozco de vista a sus papás pero nunca he platicado con ellos y no sé ni cómo se llaman. Así son los niños, logran a la fuerza que uno se haga el compadre de un vecino desconocido.
Mateo tiene mucha química con sus precoces pretendientas porque nada más las ve llegar y se le llena la carita de vida, se emociona, les grita, les sonríe, y aquellas, obvio, se ponen más felices. Con la angustia implantada en el estómago, nosotros dejamos que las groupies de nuestro mini sultán se lo lleven al parque y lo suban a los columpios, sin perderles la vista, por supuesto.
-Dentro de algunos años ya no les voy a abrir la puerta, murmuró la Maga que ya asoma sus celos de madre.
Yo estoy feliz con esta situación, pero debo confesar que siento una especie de envidia generacional porque mi hijo goza de una impunidad que ningún otro hombre que yo conozco ha logrado en toda su vida: él se puede pedorrear enfrente de sus amiguitas sin que ellas le pongan cara de fuchi ni le digan "ingas, qué cochino". Al contrario, el sábado que se aventó una cadena de flatulencias muy bien entonadas, Sasha y Valeria no dejaban de reírse y de repetirle lo cuero que se veía. Ni modo, los tiempos han cambiado en beneficio de los hombres pedorros.
Hello world!
Hace 1 mes
1 comentario:
CON CIERTO DEJO DE CEELING THE BLANKS TE DIGO QUE ASI ME ESTA PASANDO CON LAS CUATAS...SUS MEJORES AMIGOS SON DOS VECINOS DE 11 Y 9 ANIOS DE EDAD ...TODO LAS PINCHES TARDES VAN Y LAS BUSCAN PARA SALIR Y ESTAS SE DERRITEN ANTE LOS RISKOS DE ESTE PAR DE CABRONES....QUE HAGO FOX??????
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