viernes, 30 de mayo de 2008

Subterráneo

A las seis de la mañana con cinco minutos el metro se detuvo en la estación Knightsbridge. A pesar de la hora murcielagesca el vagón venía casi lleno. Ahí nos subimos yo y una familia de indús: papá, mamá, niño y niña, los cuatro traían la cara menos modorra que yo, pero las ojeras, por capricho étnico, más marcadas y profundas.

Me subí pensando en que todos los metros en los que he viajado huelen igual, a aire caliente y a humedad, como cuando en noviembre abres el cajón en donde guardas los suéters y se desprende de allí un aliento a encerrado, quizá no huele mal, pero huele a calor (sí, el calor tiene olor). También pensaba que abajo todas las ciudades se parecen, todas son Nueva York, Buenos Aires, DF, París, Barcelona, Milán o Londres, lo único que cambia es el mestizaje de las personas que por ahí se mueven y el idioma en el que están escritos los anuncios del HSBC.

Dos estaciones más, en Barons Court, se subió una rubia cagada de la risa, despeinada, con ropa de noche y con el maquillaje corrido. Traía el aura motelera, o mejor dicho, antrera, se notaba que el alcohol todavía navegaba por sus venas más veloz que nuestro vagón. Se notaba también que antes de encontrarse con nosotros se había echado al menos un buen faje pues traía cara de coito (sí, el coito tiene cara). La imaginé horas antes en el antro esperando a que amaneciera para poder tomar el metro. No paraba de sonreír, era evidente que su viaje interior estaba más divertido que nuestro viaje exterior, ¿de qué tantas cosas se acordaba?.

Frente a ella se sentó un hombre de unos 40 años que traía puesto un overol fluorescente salpicado de manchas parecidas al cemento o a la cal, por lo que supuse era un albañil. Su uniforme de trabajo estaba sucio pero él parecía recién bañado. No diré que era guapo porque me vería muy gay, pero diré que si los albañiles fueran así de bien parecidos en México nuestras esposas nos pedirían remodelar la casa a cada rato. El albañil galán miraba a la enfiestada rubia, pero ella tenía la mirada perdida en el techo mientras se mordía el collar y sonreía. Parecía poseída por Drácula. Sécula seculorum.

En la estación Acton Town abordó una pareja de novios chelistas tomados de la mano. Cada uno de ellos traía su instrumento colgado del hombro que luego pusieron enseguida de mi maleta obstruyendo el paso. La rubia borracha seguía perdida, el albañil de cuento de hadas seguía clavado en el escote de ella y los novios chelistas comenzaron a hablar muy cariñosos en un idioma rasposo parecido al croata (aclaro que nunca he oído a nadie hablar croata, pero me imagino que suena tan feo como las palabras que se decían unos a otros los músicos enamorados, que a lo mejor ni eran chelistas sino violinistas, pero era tan temprano que para fines prácticos sostendré que eran chelistas).

El resto del viaje me puse a pensar que si yo fuera Andrew Lloyd Webber le habría pedido a los chelistas que se aventaran una pieza emotiva y dramática para que el albañil figurín y la nieta rubia de changoleón se empezaran a ver con cariño, que se perdieran el asco y que aunque fueran de distintas sociedades (Selena) le dieran vuelo a la pasión mañanera. Aunque odio los musicales, me hubiera encantado que ambos empezaran a cantarse muy melosos y exagerados como los protagonistas del Fantasma de la Ópera y que los demás tripulantes bailáramos alrededor de ellos y que en cada estación se subiera alguien para unirse al bailable.

En la familia indú tendríamos un coro multivocal de soprano-tenor-barítono para acompañar la pieza. El espectáculo terminaría en la última estación, es decir en el Aeropuerto Heathrow, en donde cada uno de los involucrados caminaríamos dando brinquitos de tap hacia nuestra terminal, mientras la cámara se va abriendo hasta tener una toma aérea con el letrero "The End" al tiempo que la estela de un avión formaría un corazón de algodón... FADE OUT.

La realidad fue mucho más aburrida y mucho menos cursi. Nadie nos pelamos unos a otros. El recorrido terminó en silencio. Diez minutos antes de las siete de la mañana todos nos bajamos del metro atolondrados y tropezando unos con otros, cada quien se fue a lo suyo sin final de película musical.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me imagine totalmente el musical , jajaja q creativo :-)
al rato vas a escribir un guion, estaria padre:-)
saludos,
L

Anónimo dijo...

Qué onda U!
Me encantó este post!
Zuk