viernes, 16 de mayo de 2008

La amargura no viaja en limosina

En medio de la espera vi pasar una Hummer-Limosina con un grupo de quinceañeras desmadrosas a bordo. Algunas de estas adolescentes sacaban sus cuerpos amontonados por el quemacocos y otras más iban aplastadas atrás del espantoso vehículo en una especie de lounge. Todas traían vestido color pastel, saludaban, gritaban e intentaban contagiar su "buen ambiente" a los amargosos oficinistas que estábamos en la banqueta esperando que algo o alguien nos recogiera de la rutina de entre semana.

Cuando las vi pasar los casi 35 años que tengo se me manifestaron y me transformé en un señor renegón. De pronto las quinceañeras se me hicieron muy chocantes y su celebración muy fantoche. Imaginé a un papá nervioso pagando la renta de la limo para que su hija pudiera pasearse por la ciudad encima de un carro más naco que la fachada del Rey del Cabrito.

Yo odio las limosinas y por eso no entiendo a la gente que cuando viaja a otros lados les toma fotos como si fueran una especie anfibia en peligro de extinción. Las odio tanto como odio Las Vegas aún sin haber ido. De ese tamaño es mi amargura.

Esa noche fui al Oxxo a comprar algo de cerveza. El cajero al cobrarme me preguntó si yo deseaba redondear los centavos. Le dije que no, porque estoy harto de donar mis centavos. Estoy harto de ser negocio para todos menos para mí. Estoy cansado de dar centavos a obras de beneficencia que nunca veo, nadie me deja en mi casa un recibo ni me avisa de que gracias a mi redondeo Fulanito Hernández Juárez de cinco años ya tiene computadora en su salón.

¿Desde cuándo el Oxxo y todos los supers son tan altruistas?, ¿qué tanto les beneficia a ellos ese redondeo?, ¿qué tanto jinetean nuestros centavos convirtiéndoles, ya en masa, en cientos de miles de pesos? Estoy a favor de dar, de ayudar, pero no estoy a favor de seguir enriqueciendo a los intermediarios de estas "obras benéficas".

No encuentro aún el hilo o la relación entre las limosinas y el redondeo, pero supongo que en algún lugar de mi cerebro estas dos experiencias se unen produciéndome cólera.

Imagino a la mente "creativa" que se le ocurrió hacer negocio con la fantochés rentándole limosinas a los clasemedieros que con eso se sienten reyes o reinas por un día. Viajar en esas naves de lujo charro, me imagino, les otorga una especie de fantasía de poder aunque en el trayecto caigan en todos los baches del mero San Luisito y huelan el apestoso suspiro de una ciudad planeada con las patas. Una limosina pretende ser una unidad primermundista aislada abriéndose paso en el tráfico cuartomundista que padecemos en Monterrey.

Al mismo tiempo imagino a la mente "creativa" que se le ocurrió hacer negocio con nuestro redondeo inyectándonos la culpa de que si no lo hacemos somos unos codos insensibles.

Sé que hay gente que leerá esto y pensará que esas quinceañeras sólo querían divertirse y que yo soy el amargado. A lo mejor sí, ellas no tienen la culpa de mis complejos o prejuicios como tampoco tiene la culpa de mi amargura el dueño del Oxxo que deduce sus impuestos gracias a nuestros centavos donados.

A lo mejor mi problema es que no me he aprendido las reglas del juego. En vez de escribir esto debería de estar pensando en cómo hacer dinero a costa de vender magia kitch a los pubertos, o a costa de mover el espíritu dadivoso de aquellos afortunados a quienes todavía les sobra aguinaldo.

Seguramente mi pecado es ser tan tarado como para no ver las potenciales minas de oro que hay a mi alrededor, mientras que mi penitencia es vivir en el ya merito poniendo cara de no me alcanza.

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