En las horas libres me gustaba ir a su oficina a platicar. El ritual era siempre el mismo: yo tocaba la puerta y escuchaba desde el interior un "adelante" y entonces abría y me lo encontraba revisando exámenes pegado a sus walkman.
Aunque él no era muy amable con la mayoría de sus alumnos creo que yo no le daba el suficiente asco como para inventarse una excusa con la que pudiera correrme de su espacio. Al contrario, siempre que iba a visitarlo me invitaba a sentarme y se quitaba los audífonos para escucharme. Hablábamos de todo, de autores, de fotos, de mujeres, de escribir, de películas, de béisbol, de la sociedad, de los complejos, del odio al sistema, de la codependencia a ese mismo sistema, de todo...
Él era un maestro diferente a los demás. A veces dejaba que sus alumnos se pusieran ellos mismos la calificación que creían merecer. Los muy vivos se ponían dieces, pero yo me auto recetaba un ocho, (aunque a veces merecía el diez por la atención que le ponía y las ganas que le echaba a las tareas). Sólo nos dio una materia en toda la carrera, pero yo me metí de oyente a otras clases que él daba porque me gustaba mucho su manera de explicar las cosas.
Aprendí mucho de él, pero la lección que más recuerdo sucedió una mañana en la que andaba yo muy contrariado porque me habían cambiado de salón y me sentía como chacha recién llegada a la ciudad, "no me hallaba" en ningún sitio. Entonces fui a su oficina y él notó de inmediato el desalojo de mi tranquilidad.
-¿Qué traes?, preguntó.
-¿Pues es que me cambiaron de salón y no me gusta el ambiente?, contesté. (Bien menso mi problema).
-¿Por qué no te gusta el ambiente?, insistió.
-¿Porque no me caen bien mis nuevos compañeros?, dije muy segurote.
-¿Y ya te preguntaste si tú les caes bien a ellos?, dijo y me dejó callado.
Era cierto. Yo estaba viendo la situación cómodamente sólo desde mi perspectiva. Juzgaba el exterior sin notar que probablemente estaba haciendo algo mal como para que mi nuevo salón me recibiera con rechazo. Quizá lo que yo quería era que todo un grupo se adaptara a mí cuando el que debía adaptarse era yo. Desde ese momento comencé a tener otra actitud con mis nuevos compañeros y con el tiempo me gané su confianza y generé buenas amistades.
Perdón, ya se puso muy motivacional este post. Ya me caí gordo. Lo único que quería era destacar lo que un buen maestro puede hacer por sus alumnos. Muchas veces el aprendizaje no está en el pizarrón, sino en los consejos que a nivel personal puedes rescatar por parte de tus profesores. Ahora que hago memoria, mis mejores maestros fueron aquellos que me hablaron off the record de la vida, aquellos que dejaron de lado lo que los libros o los manuales decían y que me hablaron "al chile", los que me vieron como una persona y no como un número de lista. Estimé más a los maestros que se mostraron conmigo como humanos imperfectos con más preguntas que respuestas, y no a los que parecían robots infalibles repitiendo con lujo de detalle las definiciones de un libro.
Hello world!
Hace 3 meses
No hay comentarios:
Publicar un comentario