La fórmula es muy sencilla: el enojo de los otros es el gozo de nosotros.
En prepa tuve una maestra de química que le decíamos "La Paquita", apodo originado por un programa muy chafo que se llamaba Las Chambas de Paquita protagonizado por María Victoria. Todo un mito estudiantil era esta profesora, pues cualquier Lasallista regio que haya nacido en los años 70 recibió clases de esta mujer que se caracterizaba por tres cosas: chancleo constante, nulo arreglo personal y encabronadas frecuentes contra sus (pobres) alumnos.
Mis compañeros de pupitre y yo disfrutábamos haciéndola enojar porque nadie se enojaba como ella, las fosas nasales se le ensanchaban, los ojos se le salían, las venas se le marcaban y la respiración se le agitaba como si fuera una marranita a punto de dar a luz a diez cochinitos, con todo respeto lo digo, claro.
Lo que más nos daba risa es que cuando te regañaba su voz iba in crescendo. Comenzaba suave (A ver, Eugenio ya te dije que no estés platicando...) y en medio de la frase subía el volumen (...porque luego me vas a salir con que no le entiendes a la química orgánica...) hasta que finalizaba con un grito bien culero (...¡¡¡y no te lo voy a volver a explicar!!!). Cuando te agarraba a gritos lo más difícil era poner cara de asustado porque por dentro te estabas cagando de la risa. Pobrecilla.
Lo mismo me pasaba con mi papá cuando me regañaba y me decía: "ven aquí...¡que vengas aquí!" apretando la boca del coraje con los ojos echando lumbre y yo por dentro aguantándome la carcajada. Era risa de nervios, pero también era ese tipo de risa que me da cuando veo gente encabronada. Creo que parte de nuestra naturaleza es burlona porque nos reímos del enojo ajeno y lo mejor es que el que está enojado no lo aprecia, pero por fuera se ve muy cómico.
Estoy seguro de que yo soy muy chistoso (involuntario) cuando me enojo porque me da por aventar manotazos al aire como la chilindrina. Parte del secreto de la comedia es eso, ver la reacción iracunda de los seres humanos cuando enfrentan contratiempos. Imaginen que una cámara los graba mientras están echando pestes en el carro o cuando discuten con su vieja(o), ¿no les daría risa/pena verse haciendo muecas de amargado(a)?
Cada vez que llego al Aeropuerto de Monterrey sé que me voy a reír del enojo ajeno cuando le entrego mi boletito pagado a los taxistas y les pido que me lleven hasta Santa Catarina. Primero les da una hueva bruta que se va convirtiendo en molestia hasta que termina en cólera. Alguna vez pensé en decirles que si les causa tanto pedo llevarme hasta el otro lado de la ciudad, pues mejor que no ofrezcan el servicio, que además cobran carísimo. Pero mejor me quedo calladito disfrutando cómo estos choferes viscerales van desfigurándose cada minuto, porque como no pueden echarle madres a su cliente (yo), toda su frustración la expulsan contra los demás conductores.
Al último taxista gruñón que me llevó a regañadientes le fue muy mal. Mientras más se enojaba más camiones se le metían y más baches agarraba. En uno de los tantos pozos que tienen nuestras avenidas este pendejín cayó en seco, nomás se escuchó el madrazo y la suspensión o lo que haya sido tronó bien gacho. Después del chingazo se empezó a oír un ruido chillón cada vez que este güey giraba el volante. Para que le diera más coraje saqué de mi maletín una pastilla de menta y se la ofrecí amablemente, pero él rechazó el dulce con un ademán de no estés fregando. (Ji-ji-ji).
Para cuando llegamos a mi casa el taxista andaba hecho un nudo, una joroba, estoy seguro que le ardía el estómago del coraje, pero con todo y la molestia abrió la cajuela y me pasó la maleta con un movimiento de Terminator. Yo le respondí el gesto con un "muchas gracias, qué amable", nomás para que se hundiera más en su arena movediza, porque lo que más les enchila a los enojones es la indiferencia de los demás ante su encabronamiento.
Pero no vayan a creer que yo nunca me enojo, al contrario, lo que pasa es que soy gruñón de clóset, es decir, me enojo sólo en mi casa porque no me gusta que las personas que no son mi familia me vean enojado. Por eso he cometido muchos años el error de enojarme más con la gente que quiero que con la gente que sí se merece una buena dosis de mentadas. Con el tiempo estoy descubriendo que de nada sirve encabronarse, pues la verdad no logras nada más que la burla de los que tienes a tu alrededor.
No me gusta montarme en refranes choteados para justificar mis teorías, pero sí es cierto eso que dice: "El que se enoja pierde".
Hello world!
Hace 3 meses
2 comentarios:
jaja, si es cierto Eugin, a mi me pasaba cuando vivía en los depas arriba del cerro de la silla, los taxistas se enojaban tanto que uno de plano si me bajó porque no quería subir, y menos cuando llovía. si se enojan no me da risa, me da miedo, aunque la forma en que te regañaba tu maestra esa si esta de risa.
Que risa con tu maestra pobrina:-P
que un taxista se enoje.... eso no me da risa sino pavor!!! de por si manejan super mal imaginate enojados, que miedo! que bueno que llegaste sano y salvo a tu casita
saludos,
Lourdes
Publicar un comentario