jueves, 20 de marzo de 2008

Eugenismos I

No se trata de que los hijos nos convierten a los pesimistas en optimistas. No, la cosa se pone peor, porque los hijos lo que hacen es transformarnos en pesimistas con esperanza, que es un estado emocional mucho más complicado. El pesimista con esperanza, a diferencia del optimista, sigue viendo el panorama entre negro y renegrido, entre torcido y truculento, se sigue auto boicoteando pensando en que las cosas no van a mejorar, pero por otro lado intuye en su estómago un insólito bienestar que le asegura que pronto todo va a estar mejor.

Para el pesimista con esperanza la vida sigue siendo un asco tolerable, pero ahora le encuentra un sabor dulce a los días, un gusto agradable que se dispara cada vez que su hijo, antes bebé, ríe a carcajadas. El pesimista con esperanza es blanco fácil de autores motivacionales porque la paternidad le ha implantado una urgencia de "ser mejor persona" aunque en el fondo a nadie le cree y nadie lo inspira salvo su familia, los amigos, las canciones y una que otra línea de Julio Cortázar.

El pesimista con esperanza sabe que la utopía sólo se logra en lo particular, no en lo general; en lo personal, no en lo social; el paraíso perdido puede ser encontrado de la puerta de su casa hacia adentro, no hacia afuera. Sin embargo, con la llegada de los hijos, el pesimista con esperanza platica con Dios y le dice que no estaría nada mal modificar la conciencia mundial para que esta tierra sea un mejor lugar para todos. Reza por un mundo ideal para sus hijos, no tanto para él.

La paternidad no cambia al pesimista, sólo le da el placer y al mismo tiempo el sufrimiento de tener esperanza. Y eso tiene dos filos, por un lado es como darle la llave maestra de la cárcel al preso más peligroso, pero también es similar a darle de beber al sediento y de comer al hambriento. El pesimista que es papá o mamá tiene que descubrir qué hacer con el pedazo de esperanza que recibió como regalo después del parto y que venía escondido entre las axilas del bebé. Por lo menos en nuestro caso, Mateo no trajo torta, trajo esperanza. ¿Y ahora qué hago con ella?

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