martes, 19 de febrero de 2008

Sin remitente

Muy pronto me di cuenta que mis manos no le hacen mucho caso a las órdenes que les da mi cerebro.

Aquella vez compré unas Lunetas (versión previa de los M&M's) y un rollito de diurex en la "Colet", la única papelería que había por mi casa. Una noche antes le había escrito un anónimo-recadito-romántico a Mayela, la niña más bonita del Colegio Mexicano que vivía en la casa más bonita de la Colonia.

Mi intención era pegar el recado a la bolsa de chocolates con el diurex y lanzarlos juntos al jardín de su casa para que ella se diera cuenta que tenía un admirador secreto. Pero mis manos jamás pudieron desprender la orilla de la cinta. Por más que veía el bordesito y le tallaba con mis uñas mordisqueadas no lo lograba. Mientras más intentaba, más me sudaban los dedos y más húmedo se ponía el diurex. Nunca pude.

Al final me desesperé y lo que hice fue improvisar un sobresito con el papel del recado amoroso y ahí metí las Lunetas. Entonces con gran sigilo, según yo, caminé hasta la casa de Mayela, pasé dos o tres veces por enfrente hasta que me armé de valor y con todas mis fuerzas lancé el paquete. Ya en el aire, las Lunetas se salieron del sobre y se fueron para la izquierda, mientras que el papelito que tenía mis versos apasionados se desvió para la derecha. Pinche viento en contra. Los chocolates lograron aterrizar en el jardín de Mayela, pero el recado cayó en el lote donde había una casa en construcción.

La noche del frustrado lanzamiento, imaginé a los perros de Mayela devorándose las Lunetas y al velador de a lado leyendo mi declaración de amor con cara de qué pedo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

FLACO TUS LECTORES TIENEN DERECHO A CONOCER TUS EXPERIENCIAS DE CUANDO TENIAS UN POCO MAS DE EDAD Y UN POCO MENOS DE NEURONAS OSEA CUENTA LO DE AQUELLA LINDA JOVEN QUE VIVIA POR EL ROSARIO