viernes, 22 de febrero de 2008

De todo y de nada

Antes de empezar, un aviso: hoy cumple 33 años Drew Barrymore, por lo que este blog se declara en fiesta nacional.

Cambiando de tema, qué gacho se siente cuando te quedas con ganas de decirle algo a alguien. Es como quedarte con un trozo de caca en el intestino grueso cuando ya te limpiaste y ya le has bajado al baño. Ahí traes todo el día la popó atorada, pero no te animas a soltarla porque no sabes si es puro pedo o si sí es deshecho. Vas manejando y la caca te molesta el ombligo.

Lo mismo pasa cuando te quedas con ganas de decirle algo a alguien, porque traes todo el día el cerebro lleno de ideas revueltas (excremento ideológico) que no salieron a tiempo.

Por eso es muy malo guardarte una mentada de madre, pues a los pocos minutos ya no sirve. Por ejemplo, si a mí me cierra un ecotaxi a las 2 de la tarde, no puedo a las 2:30 llegar a mi casa y gritar: ¡Chingas a tu madre, cabrón!, porque la Maga, Mateo y Ramona se me asustan.

Y ya que hablo de caca, ¿por qué nos encanta ponerle diminutivos a las palabras que nos da miedo decir?, ¿por qué decimos "caquita", "moquito", "gasesitos"?

A mí no me gusta que digan "negrito" para referirse a un negro, o como mamonamente se dice ahora, afroamericano. Decir negrito se me hace más racista que decir negro, porque decir negrito suena a que le tenemos lástima a la persona. Es como si dijeran "mexicanito", "morenito", "chinito", "blanquito", etc.

Lo mismo pasa con los enfermos mentales, discapacitados, locos o trastornados; hacia ellos nos referimos como "enfermitos", que es una manera de compadecernos por la jodida situación que les tocó vivir. ¿Por qué nos cuesta tanto decir enfermo mental?

Toda esta jalada que escribo (porque no se ocurre otra cosa que escribir) me recordó a aquél diminutivo que al mismo tiempo es inverosímil y poco práctico: "Nomás la puntita, de veras". ¿O ustedes conocen a alguien que lo haya cumplido?

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