martes, 12 de febrero de 2008

El bien dotado

Se me hacía muy raro que me voltearan a ver ahí abajo. Primero fue el guardia de la entrada, luego fue la recepcionista y también se me quedó viendo "ahí" una señora con la que compartí el elevador. Los tres me voltearon a ver el bajo vientre con cara de sorpresa y yo aluciné que a lo mejor los pantalones que traigo puestos evidencian el bulto.

Me dio pena. Imagino que las mujeres están más o menos acostumbradas a que nosotros, los indiscretos hombres, les andemos viendo sin despiste el busto y las nalgas. Pero los hombres no estamos acostumbrados a que se nos queden viendo la zona en donde descansa nuestro "miembro". Por eso cuando estas tres personas se me quedaron viendo ahí me sentí incómodo.

Antes de sentarme en mi lugar fui al baño para ver que tanto se me veía. Y fue cuando mi fantasía se dio un tope con la realidad. Las personas no se me quedaron viendo ahí por "el paquete viril", lo que ellos miraban con asombro era mi ombligo peludo que se asomaba porque uno de los botones de mi camisa estaba suelto.

Entonces lo recordé todo. Resulta que Mateo anda en una etapa en la que le llama mucho la atención su ombligo y el de los otros. Por eso cada vez que llego a la casa me señala el ombligo y me obliga a desabrocharme la camisa para vérmelo. Seguramente se me olvidó volver a abrocharme y me vine al trabajo oreando el hoyito. Sin albur.

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