lunes, 22 de diciembre de 2008

Ñoños Anónimos

Como diría el 2008: Ya me voy.

He pedido vacaciones, mismas que pasaré en mi casa, alejado de la corbata, la computadora y los maleficios de la oficina.
En otras palabras, estos días de ausencia corporativa podré comer y recetarme una siesta hasta que Mateo me brinque en la ya muy magullada columna vertebral.

Me gusta mi trabajo pero no tanto como para extrañarlo en invierno. De cualquier forma sé que pronto me hartaré de la casa como ahora estoy harto de la oficina, es decir, un día de enero llegaré hasta este lugar aliviado y agradecido por tener un empleo. Pero por lo pronto, adiós cubículo cruel.

Estaba pensando en despedirme de ustedes de manera parcial con una reflexión matona, pero sucede que los posts son como el amor: cuando le piensas mucho no funciona. Además no vienen ustedes aquí a reflexionar.

Se me ocurre adelantarles que el año que entra voy a inaugurar el grupo de autoayuda Ñoños Anónimos en el que ñoñazos como yo comeremos canapés con jamón licuado y media aceituna, mientras nos exorcisamos esa tristeza perpetua que sentimos en la garganta desde que fuimos testigos de la muerte precoz de la madre de Bambi. No es justo, Disney, te pasaste.

Cierro el año contento por la cantidad mujeres que se asoman a este blog. A mí ellas me encantan, salvo las que tienen el codo reseco y negro, -no hay costra o tragedia que Nivea no pueda solucionar-. Amigas, como ustedes saben le pertenezco a la Maga por la iglesia y por la ley. Ni modo. Eso de tener varias o muchas lectoras de ecléctico rubor es como practicar una poligamia a escala microscópica y de ficción. Casi como tocar una chichi con guantes de box. Me gusta.

¿Qué tal si les digo mi propósito de Año Viejo?

Aquí lo tienen: antes de que el año mame tengo que llevar a Mateo al cine. Ya tengo escogida la película con la que el pedazo de caos perderá la primera de sus virginidades, la cinta se llama Bolt y es de un perro fuera de serie, dicen. Sé que esta experiencia cinematográfica cambiará la vida del más amado, como a mí me la cambió la orfandad de Bambi.

También sé que un cacho del paraíso se cristaliza comiendo un bote de palomitas en la butaca de un cine, sin alguien adelante y nadie atrás; una buena película es aquella que merece la lectura de todos los créditos finales y que te obliga a callar de regreso a casa. Un buen filme se comenta hasta después de 24 horas, si se hace antes se reduce, se trivializa.

Creo que este año fui muy (in)feliz. Y sé además que en el 2009 le echaré todas las ganas imaginables para incrementar esa (in)felicidad. Un blog, el propio y el ajeno, nos pone de buenas a los ñoños, a veces hasta nos justifica el día, nos paga el peaje diario.

Sobre todas las cosas está el amor, que a veces pone cara de columpio, otras de ataúd, pero casi siempre es un abrazo. Yo los abrazo con brazos de ñoño. Les digo adiós y no los vuelvo a ver por aquí hasta el viernes 2 de enero. El último que salga le da de comer a las fotos de mis groupies, por favor. Marica el que se duerma sin cenar abundante y grasoso.

p.d. Música de final:

viernes, 19 de diciembre de 2008

Jefe: hay un crudo en la oficina II

Querido diario, ayer me tosté como Dios manda: con amigos, con tecate y gratis. El texano de "Pachanga" le pegó al vivo y me pichó toda la ingesta alcohólica. Es una chulada este amigo desde que encontró algo muy parecido a la gallina de los huevos de oro allá en Dallas. Ahora que nos visita siempre trae dinero y ganas de compartir la cartera y la hielera. Muy diferente al pequeño gran bate que fue en sus veintes. Yo me dejo consentir por el "Pachanga" porque no es de caballeros y sí de maricones andar desairando tragos. El cuate Gerardo me dijo a los 11 años (más o menos) que negar un vaso de agua era pecado, yo digo que pecado es fruncirse si a la mesa llega una tina con seis botellas bien helodias y decir que la otra ronda tú la pagas muy valientote cuando lo que quiere el prójimo es invitarte la fiesta. Ya no toso (to-so-chó). El mejor antibiótico es la risa con los fraternos y la repetición 3 mil de la misma madreada. Desde que tomo y no manejo me han mareado los olores de los taxis; el de ayer tenía un tufo maestro a grasa, olía a taller y a veterinaria. Me gusta circular en la calle de copiloto porque descubro edificios que levantaron meses atrás sin que me diera cuenta por andar siempre detrás del volante pendiente al mofle de adelante. Doy el aviso de una tragedia urbana: Ayer perdí mi celular, se lo llevó el taxista grasiento. Lamento perder de golpe todos mis contactos, pero en especial dos teléfonos me duelen, el de Gerardo Cotera y el de Gaby Gutiérrez. Ellos están muertos pero yo me había rehusado a borrar sus números, ahora sí y para siempre no sabré a dónde marcarles. Si eres mi amigo(a), por favor mándame tu teléfono o nestel al correo electrónico que aparece en la columna izquierda hasta abajo. Necesito empezar de nuevo el directorio. Si todos somos nosotros plus nuestros contactos, hoy yo soy solo yo. Que tengan buen fin de semana. Qué bonito texto-ladrillo me quedó. Felices siestas.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Barras y música


Maldito sea Don Gato y su Pandilla, qué huevón era el Capitán Cavernícola y qué poca madre la de los Picapiedra, en serio.
En los años ochenta todos estos personajes no empezaban a chambear en la tele hasta después del mediodía. Tragándome en el desayuno una bacinica llena de chocokrispis, mis manos de niño abrían el sucio papel del periódico para consultar la programación del canal 6 (5, para los chilangos) e inmediatamente me daba cuenta que las caricaturas no daban función en la mañana. Mira qué chulada, Azcárraga.

Mientras en el chafísimo canal local estaba la misma señora gangosa preparando una receta tan gourmet como la de los huaraches planchados en salsa de chile ancho, allá, en el canal supuestamente destinado a divertir a la infantería (niños, niñas) no había nada programado más que BARRAS Y MÚSICA. Así decía en el periódico, "Barras y Música", ¿qué chingados era eso? Muy sencillo, tú le ponías en el canal y en el monitor sólo aparecían las barras de colores que arriba muestro acompañadas de lastimosa y tortuosa música de Ray Conniff.

Y es que la televisión 24 horas era una locura impensable en aquellos años. Ni siquiera a esas horas había infomerciales (que a veces son más entretenidos que los programas). Sepan ustedes que yo era un niño asmático que durante estas fechas de alergias y cambios climáticos la bruja me chupaba y me quitaba toda brisa de aire a la redonda. Cuando amanecía yo muy planchado mi papá, Yuyo, dejaba que me quedara en casa para andar por ahí respirando como un Darth Vader ñango y ojeroso.

Pero eran mañanas muy largas sin caricaturas. Entonces me la pasaba viendo a Leonor "alzando la casa" y a Doña Irene hablando por teléfono con cada una de las mujeres apuntadas en su directorio, de la A a la Z. Mi mamá empezaba la conversación telefónica con su comadre Armida y terminaba con la Sra. Zamora; en el ínter despachaba a sus hermanas, a las amigas, a las de aquí y a las de Durango, a las de la iglesia y a las del bingo. Siempre colgaba apurada explicando que ya tenía que hacer la comida, pero nomás ponía el auricular en los brazos del teléfono cuando éste sonaba de nuevo. Poco antes de la llegada de mi papá, se ponía en chinga a preparar un picadillo en salsa roja, fréjoles y arroz. Todo a última hora, antes de que Yuyo llegara con la bata de doctor sudada en la espalda y con cara de haber padecido el -ya desde entonces- espantoso tráfico de la avenida Gonzalitos.

Sin caricaturas las mañanas eran muy largas y aburridas como ya les dije. Con el asma no podía hacer un esfuerzo breve sin ahogarme, por eso me ponía frente a la tele esperando a que se terminaran las barras y la música y a que Mandibulín y el Tío Gamboín se personaran. Me encantaría mentir y contarles que pasaba aquellas horas de espera leyendo un libro de cuentos, pero más flojos que mis bronquios fueron mis ojos que nomás veían letras en fila eran envueltos en un sopor mayúsculo. Desarrollé el gusto por la lectura muchos años después, cuando un alguien muy importante me recomendó entrar en la Rayuela de Cortázar.

En aquellos años asmáticos si llegaba yo a tomar un objeto empastado eran las revistas Vanidades que coleccionaba Irene y en las que había muchas chichis y muchas petacas para comentar con Manuela en la sobremesa. Ya les he platicado que yo nací dos veces, la primera en 1973 y la segunda años más tarde, el día que vi un anuncio impreso del Cross Your Heart de Playtex, aquél brasier que les daba a las tetas un aspecto picudo, como de chopo, parecido al estilo que Madonna usó en la gira Blond Ambition bajo el diseño de Jean Paul Gaultier...

...Hago una pausa después de escribir este rollote que se acaban de merendar. ¡¿Qué escribí?!...

Si blogger se anima, me gustaría inscribir esto en la categoría de el Mejor Post que No Dice Nada en la ceremonia del 2008. La verdad, yo tenía ganas de comunicarles que en estas fechas prenavideñas ando con la mente muy en la onda de Barras y Música. Ando como que ido, pensativo, bloqueado, pero no deprimido, o mejor dicho: No sintonizo ni una señal. Sólo quiero vacaciones sin asma. Otra vez mis ideas andan caminando como gallinas orgánicas que no conocen corral, cada una jala pa' su lado. No creo que esto sea malo. Lo único que puede pasar es que ustedes cambien de canal (de blog) y se salgan de aquí con la sensación de haber devorado un bistec sin sal. Creo que estoy cansado de trabajar. Eso creo, pero no me crean.

Hago un recorrido por los blogs que me gusta leer e imagino que sus autores andan igual, pues pocos siguen publicando cosas decentes. Ni modo amigos, éste es uno de esos posts chocantes en los que un servidor intenta justificar que no tiene nada que escribir. Puras barras y música.

lunes, 15 de diciembre de 2008

El tío Flavio

En aquél tiempo todos vivíamos en casa de nuestros papás pero hablábamos de la libertad como si la conociéramos.
Teníamos 19 años, edad en la que se copulaba poco y se copulaba mal, por ello, nuestros testículos estaban bien horneados y listos para disparar a todo lo que caminara en bikini. Sea cual fuere su relleno y estuviera como estuviese.

Aquél grupo de amigos que el verano de 1992 llegó a la costa de Puerto Aransas tenía un patriarca, un líder: El Tío Flavio, tío de sangre para algunos de los allí presentes y tío de orines para el resto.

Todas las tardes montábamos en la playa un campamento que incluía sin falta una lona amarrada a cuatro postes para hacer sombra, varias sillas plegadizas, una grabadora estridente y mal ecualizada, dos o tres hieleras copeteadas de cerveza, una bolsa de lonches mostazudos, fritura diversa y el perfecto señuelo para cazar gringas: una red de volibol.

Bebíamos con el sol asándonos la mollera, pero mucho antes de que pardeara ya había quórum femenil para los partidos de voli. La carnada funcionaba a la perfección pues a las gringas les fascina el volibol, caerse en la playa a empanizar su epidermis, sudar el lente oscuro, gemir en cada golpe a la pelota, aullar en cada punto conseguido, y por último, separarse con dos dedos el trozo de calzón que se les queda mordiendo pompi por tanta zancada.
¿Cómo le dices que no a esa tremenda amenaza visual contra el celibato?.

Una tarde aquello se puso buenísimo. Un grupo de pequeñuelas llegaron hasta nuestro campamento a socializar. La postal era perfecta, imagínenla: por un lado, nosotros, los mexicanos ahijados del Tío Flavio llenos de ganas, y por el otro lado, ellas, las ahijadas del Tío Sam llenas de caderas.

No había de otra, nos pusimos a practicar el Interlingua abriendo con el ya clásico retórico de Du yu java pet? y de allí para adelante; luego ofrecimos cervezas y lonches mostazudos y también jugamos volibol como si fuéramos talentos olímpicos no descubiertos. Por allá uno que otro bailaba canciones de Magneto o similares, que el "Vuela, Vuela" y la chingada. Era como una pequeña Tierra Prometida escondida en el sur de Texas.

Pero luego, en algún momento del carnaval improvisado, sucedió lo que tenía que suceder: El Tío Flavio puso cara como de jugador de billar profesional midiendo las posibles carambolas en la mesa, después abrió leve sus piernitas llenas de canas y allí sentado, a unos doscientos metros de la orilla del mar, se orinó. No necesitabas poner mucha atención para ver cómo el chorro se abría camino por entre su traje de baño seco, el líquido amarelo le cascadeaba por las pantorrillas y le goteaba desde las "mangas" del short hasta que finalmente descansaba en forma de charco sobre la arena.

El tío se meaba y los demás reíamos, pero no tan fuerte como para restarle sobriedad al evento. Además no queríamos que las gringas y su mamá (¡iban con la mamá!) se dieran cuenta del ritual que bautizamos como "La Flaveada". Y es que una cosa es mearse en el mar, que hasta se siente sabroso y es perfectamente bien visto por turistas y habitantes de todas las playas del mundo, pero otra es relajar el esfínter en medio de una fiesta playera con la esperanza de que nadie se dé cuenta.

Lo más interesantes es que orinado y todo, el Tío Flavio no dejaba de ser un caballero con la visita, les habría las cervezas y con sus manos les servía frituras untadas de beandip, al fin y al cabo que las traía limpias, pues no se había tocado los genitales para escurrir la uretra en medio de todos.

Antes de evaporarse, el rastro de la meada del Tío Flavio se quedaba entre nosotros unos minutos. Rápido se hizo una costumbre evadir el campo minado, muy pronto no nos importó respirar los vapores de la medalla milagrosa de nuestro patriarca, y aún más, su acto fisiológico hecho al aire libre comenzó a ser visto como un gesto de libertad. Por eso, sólo había una manera de manifestar nuestro respeto: Sí, comenzamos a imitar el comportamiento.

Después de todo, qué flojera nos daba ir hasta el mar para apaciguar la vejiga, y qué gay hubiera sido orinar en las letrinas de madera que por ahí estaban montadas por el higiénico gobierno gringo, entonces, ¿para qué batallar si podíamos aventarnos una "Flaveada" o un "Flavio" como también se le llama a esta diligencia?.

Todo fue una revelación, gracias a esta práctica debimos aceptar que mearse encima es un placer que nos arrancan desde que nos quitan el pañal. Sentir el chorro calientito que entibia la tibia y el peroné es una bendición que debe limitarse a la intimidad de la regadera, pero que puede hacerse ante el parcial anonimato que te ofrece una playa. El chiste es dejarse escurrir en seco para luego enjuagarse con las olas del mar; es muy importante quitarse los restos pegostiosos para evitar rosaduras.

Más de 10 años después volvimos a visitar el mismo sitio aunque no iba incluido el Tío Flavio en el elenco de este segundo viaje. Sin embargo, los sobrevivientes le hacíamos los honores parodiando la actividad que de él aprendimos.

Una tarde tecatera, "Marito", "Pachanga" y yo caminábamos por la playa cuando nos encontramos frente a 20 universitarios que cocinaban una barbecue con vista al mar. Como perros de pradera que marcan su territorio, nos paramos frente a ellos y formamos un triángulo equilátero hombro a hombro, pero a una distancia prudente como para que los tres nos aventáramos una "Flaveada" sin salpicar al de a lado. Durante el escurrimiento lloramos de la risa y se sabe que la carcajada debilita los músculos de las mano, lo cual provoca que sea complicado sostener una lata de cerveza. Terminamos el numerito y en la arena quedaron grabados nuestros meados, nuestra lágrimas y nuestras babas.

El Tío Flavio era y es un hombre libre. Qué gusto haberlo conocido en el tiempo que vivíamos con nuestros papás y que hablábamos de la libertad como si la conociéramos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Achú

Querido nómada del Internet: No es huevonería.

Sé que no he publicado algo que valga medianamente la pena tu visita, pero desde el lunes pienso y sueño con mocos.
Soy prisionero de un catarro atroz; estornudo y se me sale un Gremlin, escupo y nace Godzilla. Los miados me huelen a té de limón, los pedos a Tempra y el sudor a Vick Vaporub.

La única ventaja de estar tan enfermo es que el mundo empieza a valerte mucho más madre de lo normal, pero la desventaja es la misma porque muchas bellezas se te escapan por andar cazando un kleenex en el cajón.

La próxima vez que me leas prometo ser un hombre sano (si es que eso existe).

lunes, 8 de diciembre de 2008

Licuadora Fest

Los baños automáticos nos exentan del contacto con restos fecales ajenos, pero nos someten al capricho de los inodoros y los lavabos con reflujo. Sentado en un escusado del aeropuerto de Houston me doy cuenta que un sensor activa el flush al menor movimiento, es decir, que todavía no termino de hacer lo que allí se hace y el agua allá abajo se convierte en un alka-seltzer de mierda. Las nalgas me quedan como óleo impresionista. Me limpio y me limpio. Más tarde intento lavarme las manos, pero a los tres lavabos no les pega la gana abastecerme de agua, acuesto los dedos, les paso la muñeca y arrimo un poco los antebrazos pero el agua sale cuando se le hincha, así que tengo que quitarme el jabón con ese papel café con el que envuelven las tortas de pierna en Torreón.

Vuelo a Londres en la hilera 33. Está vacía, hay tres asientos sólo para mí y me acuesto como si fuera un feto de 35 años. No duermo casi nada. A ratos abro el libro blanco que Yuyo me prestó y que detalla la historia de Sudáfrica. Interesantísimo. El mismo recelo xenofóbico que ahí leo se encarna nueve horas después en la anatomía de un viejo oficial de migración que no puede creer que yo he atravesado el atlántico para tener una entrevista de sólo 20 minutos con Clive Owen.
- ¿Qué tiene de interesante él para los mexicanos?, me cuestiona el anciano uniformado.
Yo quiero contestarle que el gran mérito del actor es haber husmeado la vulva de Natalie Portman en la película Closer y que eso ya es argumento suficiente para que TIME lo proclame el Hombre del Siglo, pero sólo justifico mi presencia en el país de la Reina diciendo que Owen es un actor rily faimos in mai contri. El oficial sella mi pasaporte sin fiesta ni sonrisa.

Noto que todavía las manos me huelen a jabón made in Houston cuando a mi lado se sienta un hombre en el metro. Es gay por dentro y por fuera, y es mexicano. Rápidamente sale del closet y me dice que su novio escapó a Londres como "refugiado" porque es el director de un documental acerca de las Muertas de Juárez que a ciertos políticos-narcos no agradó. Tenemos 11 estaciones para platicar del clima y de otras cosas; realmente es simpático. Me cuenta de sus viajes y que el resto de diciembre estará en India con su garrote, pero que él lo que quiere es descansar. De pronto suelta una pregunta: ¿Sabías que en los hoteles de China el sexto piso es como un congal que ofrece putas a los huéspedes?. No sabía, le digo. Antes de despedirse me invita a visitar un día su galería de arte en el DF, yo le doy mi tarjeta y se baja la loca.

Son apenas las 7 de la mañana y obviamente mi habitación no está lista. Intento dormir en el lobby pero no resulta. Cinco horas después me acuesto en una cama llena de almohadas y sueño con nada; pronto me despierta un mensaje en el celular: es la Maga que me avisa que su abuelo materno acaba de morir. Me pongo triste, pero no alcanzo a distinguir el génesis de mi tristeza: ¿es el frío, es la muerte, es la distancia, es el papi-mami, es la pinche hambre que traigo o es que en Londres oscurece a las 3 y media de la tarde? No sé. Bajo a comer, me empaco una crema de tomate y una suprema de pollo en salsa de chocolate. Salgo a caminar. Toda la Carnaby Street está llena de enormes monos de nieve flotantes, le gente voltea pa' arriba y les toma fotos a estos gordos blancos con nariz de zanahoria. Una joven de lentes se mete a una de esas míticas cabinas rojas de teléfono y desde adentro pone cara de mensa para que su novio la retrate. Hay unos jeans en Diesel que me gustan, pero son más caros que el silencio de O.J. Simpson.

Entro a una galería de arte en donde exponen fotos, pinturas y collages con el tema de la guerra promovida por Bush. Hay una foto que me atrapa, en ella aparece Tony Blair parado frente a un pozo petrolero en llamas, en Iraq. Se ve al ex Primer Ministro cagado de risa mientras se toma una foto él mismo desde su celular, angulada de tal manera que detrás de su espalda sale el humo negro y las llamas rojas. Es como la foto de un asesino divertido junto al cadáver de su víctima, o como la de un niño cínico retratándose a lado del jarrón que acaba de quebrarle a su madre. La imagen cuesta 2, 700 libras.

Minutos después hablo con la Maga que me cuenta lo que pasó con su abuelo. Le digo que Mateo enloquecería con los aparadores navideños de las tiendas, compartimos besos de mensajería y nos decimos adiós; cuelgo para sentarme a ver una película protagonizada por el actor que entrevistaré al día siguiente. Dos horas más tarde devoro en la cama de mi habitación una chis burger y hartas papas fritas. Noto que no traje pijama y que debo dormir en canelos, me fajo la camiseta adentro del boxer y traigo los calcetines casi a la rodilla. Paso por un espejo de cuerpo entero que se encarga de avisarme lo ridículo que me veo. Me acuesto y me quedo dormido sin cepillarme los dientes: todavía los baños automáticos no le lavan la boca a los huevones. Antes de perder la razón me doy cuenta que el día entero no he pensado en nada importante y que he andado liviano, como la pluma de Forrest Gump.

Me despierto tosiendo y con el cuerpo cortado, creo que tengo fiebre. Desayuno sin hambre mientras la comida no me sabe. Poco después de las 3 de la tarde salgo de la habitación 110 del Soho Hotel con la única certidumbre hasta el momento: Clive Owen es un tipazo que se carcajea de sus chistes ¡y de los míos!.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Ángeles y demonios

Hace 35 años un bonito y colorido regalo navideño obsequió Warner Bros. a la cinematografía mundial: El 26 de diciembre de 1973 fue estrenada El Exorcista.

En casita tenemos muy presente esta fecha, a grado tal, que en su honor hemos estado filmando -sin cámaras- el remake de esta película. El proyecto ha fluido suave como una lengua sobre el flan; lo mejor es que no batallamos nada en convencer a Mateo para que interprete, sin goce de sueldo, el personaje que algún día desempeñó Linda Blair (a quien se le quitó lo linda cuando creció y se le salió el chamuco).

Nuestros vecinos se han de preguntar con los ojos blindados de sueño y con el aliento sabor a pipí de gato qué demonios sucede al otro lado de su pared a las dos o tres de la madrugada, cuando ensayamos la escena en donde a la entrañita se le desinfla la garganta en un llanto, lo mismo castrante que esterilizador.

Todo este drama emo-gótico estalla porque Mateo no quiere dormirse en su cama (sí amigos, esta historia les parecerá familiar porque ya había escrito al respecto... ¡Gulp!, aún no logramos que nuestro hijo permanezca dormido toda la noche en su cuarto).

En honor a la verdad he de decir que la mayoría de las veces yo me hago güey durante este perfomance de sollozos y hago como que Morfeo me habla, mientras la Maga se levanta a apaciguar los berridos de la criatura que llora como poseído y comienza a hablar lenguas extrañas, seguramente oriundas de ese averno conocido como Sesame Street.

Tan bonito que es nuestro "bebé", pero es raro verlo aventándose gritos como de acetato de Grateful Dead pinchado al revés, seguido por algunos gemidos aguardientosos tipo Gollum.

Y la Maga, sonaja en mano, repele la agresión gritando:

The power of Christ compels you!
The power of Christ compels you!
The power of Christ compels you!

En nuestra versión del exorcista (casi) siempre gana el mal y terminamos todos en la cama conyugal codo a codo, verso a verso.
Todavía al chamaquito no se le tuerce la cara ni vomita crema de espárragos, pero ahí la lleva. Salvo este detalle, nuestro hijo sigue siendo un angelito. Stanno tutti bene.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Start me up!

No es broma si les digo que mi vida sería mucho mejor si todos los días me levantara de la cama con la gracia que tiene Mick Jagger en este video, con la simpatía de un títere bocón. Un día supe que el cerebro es el que manda órdenes a los músculos para que éstos se muevan, pero en el "titiriteo" de Jagger parece ser al revés, es decir, que sus extremidades mandan antes de que su cerebro se entere. Ésta es la emancipación total del ridículo, es el arrebato absurdo justificado por el talento, perpetrado por un Jagger que al momento de filmar el video (1981) tenía ya 38 años, -poca edad para nosotros, pero bastante para los escasos mozalbetes que me leen y que andan todavía en sus diecitantos o veintipocos-. Por favor aguanten los primeros 20 segundos del video, o todo; es una joya. Imaginen que entran a la junta con su jefe moviéndose así (¡y vestidos así!), o que aplican el pasito en la fila del banco en medio de una multitud atolondrada. O que entran así a la iglesia el día de su boda, o que cuando los echen de un trabajo miserable, puedan despedirse del más picudo de Recursos Humanos con el grito suelto y abierto de Start me up!.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Notas de traducción

Ayer una amiga me frijoleó -del verbo pedorrear- porque no le entendió al post anterior titulado "Con Peras y Manzanas".
La verdad no era un texto como para entenderle, no había truco, pero quizá publiqué un chiste local sin darme cuenta.

Escribí ese post inspirado en algo que sucedió el domingo, día en el que varios amigos organizamos una fiesta sorpresa a otro amigo. Estando allí, y viendo el goce del festejado, caí en la cuenta que no hay hombre más feliz que aquél al que le montan una fiesta sorpresa.

Me explico: A mí me encanta la fiesta y el chupe (sobre todo si es gratis), pero no me gusta organizarme fiestas de cumpleaños porque soy aprensivo-obsesivo-apocado-timorato y caigo en el llamado 'Pánico de Anfitrión', es decir, que no puedo divertirme por estar pendiente de que todos mis invitados se diviertan.

En otras palabras, no me entra la tecate si ando embroncado porque falta hielo, o porque se acabaron las aguas minerales, o porque a una de las invitadas le bajó y trae jeans blancos pero no tampón, o porque la música está muy alta y el vecino ya levantó la ceja, o porque no hay en dónde estacionarse, o porque la comida se enfrió, o porque la cerveza está azorrillada, o porque alguien te recuerda que olvidaste invitar a otro alguien... y así, un largo etcétera.

Me atormento porque no puedo despegarme del miedo a que mi fiesta fracase. Temo a la fiesta-fiasco. (Pendejadas del hombre moderno).

Por eso, imagino que sería muy feliz si un día me organizan una fiesta sorpresa, en la que ya todo está montado, los involucrados ya están enterados, las viandas están preparadas y los alcoholes se encuentran finamente coctelizados y enfriados. ¡Sólo faltaría yo!.

Qué disfrutable ha de ser empedarse el día de tu cumpleaños sin preocuparte de nada ni nadie. Porque, al fin y al cabo, esa fiesta es tuya pero tú no eres el organizador, si alguien pone cara de fuchi no depende de ti su compostura; lo único que a ti te toca es regresar a tu condición de avión de papel y disfrutar el viaje que tus más queridos te han agendado, mientras ruegas que las horas se hagan mensas para que circulen despacito.

¿Alguien conoce otra versión del paraíso?

lunes, 1 de diciembre de 2008

Con peras y manzanas

Escoge un número del uno al un millón.
Luego quítale a ese número todos los cuatros y sietes que tenga.
Ahora súmale 19 manzanas y dos peras.

¿Ya?

Si estás haciendo bien el ejercicio ahora debes tener un número en la mente, y 19 manzanas y dos peras en la imaginación.

Los que sigue: Divide ese número entre mismo.
¿Qué cifra te quedó?... ¿Uno?...
Bien, ¡lo hiciste bien!.

Lo que sigue: Escoge a UN amigo, el más querido, y organízale una fiesta sorpresa con mucho vino y 19 manzanas y dos peras.

Resultado: Durante un día, ella o él, será la persona más feliz del planeta. De su planeta y del tuyo.