viernes, 20 de junio de 2008

Silencio incómodo

Porque me conozco y conozco a mis amigos del colegio, puedo asegurar que toda la bola de sonsos que estudiamos en primarias y secundarias lasallistas en las que había puros hombres tenemos un gran problema cuando hablamos con las mujeres: no sabemos cómo manejar los silencios incómodos.

Lo peor es que para rellenar ese "bache" en la plática nos aventamos frases que no vienen al caso, que hunden más el diálogo y que hacen más evidente que el silencio en una mujer nos asusta.

Los ex lasallistas somos seres amputados de palabras a la hora en que nadie dice nada. Ahora, como ya estamos casados, las únicas que padecen esta discapacidad comunicativa son nuestras esposas, quienes al fin y al cabo no nos pelan digamos lo que digamos.

Recuerdo que en mis años de soltero (soltería, divino tesoro) muchas veces sufrí silencios incómodos con las chicuelas que quería conquistar. Por una parte, siempre me sentí con la responsabilidad de entretenerlas, pues me daba mucho miedo que se me aburrieran a la mitad de la cita o que bostezaran.

Entre todas las cagazones que dije frente a las mujeres recuerdo una en especial. Yo había invitado a una chava muy guapa de apellido pedorro a cenar (eso de entrada era algo extraordinario porque nunca invitaba a nadie a cenar). Ella me gustaba mucho, se parecía a Lara Flynn Boyle (foto), pero al mismo tiempo me intimidaba. Lo raro es que con mis amigas feas yo era bien chispa, pero frente ella me trababa todo y se me subía la pendejés.

Total que fuimos a cenar comida china. Pasé por ella en el Vivaldi (nombre de mi vocho modelo 1976) a casa de unos tíos suyos que vivían arriba del cerro, casi llegando a Chipinque, en donde ahora es más común ver a un oso negro caminando en el bosque que a un vocho rodando en la calle. Todo el camino hacia el restorán hice uso de mi más variado temario, sorteando el silencio, convocando a la gracejada, malabareando el buen humor con resultados un tanto mediocres.

Y así me la pasé hasta que llegaron los platillos y con ellos llegó a la mesa mi peor enemigo, el silencio. "¿Qué le digo?, ¿qué le pregunto?, ¿de qué hablo?, ¿me dedico a comer y dejo que ella inicie una conversación?... Por favor Dios, ilumíname, dame un tema, hazme el más cool de los hombres, concédeme el don de lenguas, quítame lo puñetón, conviérteme en Johnny Depp para no tener que hablar para ser aceptado", etc...

Pero el silencio no se quería ir de la mesa y pasó un instante que a mí se me hizo como de media hora. Entonces, casi sin notarlo, desprendí de mi boca la pregunta más estúpida que le he hecho a una mujer en toda mi vida. Le dije: "Y tú a quién te pareces más, ¿a tu papá o a tu mamá?... (¡¡¡Pinche pregunta de señora que me aventé!!!).

No me acuerdo cuál fue su respuesta, pero estoy seguro, muy seguro, de que ésa fue la primera y última vez que salí con ella. El resto de la noche está escondido en el pedazo más borroso de mi memoria.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajajajaja que barbaro casi me muero de la risa con la pregunta imaginandome tu cara despues de haberla hecho.... lo bueno es lo que decias hace algunos dias, la comedia es tragedia mas tiempo :-P
Saludos,
L

Guffo Caballero dijo...

Ese Eugenio!!! No sabía que tenías blog, jajaja. Escribes muuuy chido, compadre.
Te mando un saludo y aquí nos leemos.
Buen inicio de semana.

Anónimo dijo...

jajajajajajaja!!!!...saludos..paco

Anónimo dijo...

TE LA MAMASTE....JAJAJAJAJAJ....LASTIMOSAMENTE FLACO TODO LO QUE DICES TIENES RAZON. NOS CONSTRUYERON CON UNOS CHIPS MUY DESCALIBRADOS