jueves, 12 de junio de 2008

Historia de un plátano

Una manzana hubiera sido más estética y una naranja más políticamente correcta, pero lo que yo traía en la mano era un plátano.
La opción de hacerlo licuado me había dado flojera, así que me lo traje a la oficina para comérmelo aquí. Es usual ver a oficinistas cargando ipods, mochilas, llaves, blackberrys, pelotitas antiestrés...¿pero qué tan cool es caminar con un plátano?

Me bajé del carro pensando en esto: ¿Cómo me veré encorbatado paseando un plátano por las calles del centro?, ¿por qué esa imagen me resultaba tan rara?, ¿por qué me sentía un poco simio?, ¿por qué me daba pena?.

Entré al Super Siete (no me acostumbro a decirle Seven Eleven) y me di cuenta que a lado de la caja hay un mini aparador en el que exhiben frutas y ¡oh, sorpresa!, había ahí un par de plátanos descansando, cada uno por su lado, formando un cuarto creciente y un cuarto menguante. Entonces, ¿hay gente que va a estos lugares y compra un plátano?, ¿hay otras personas que también pasean sus plátanos impunemente?, ¿debía sentir yo menos pena o debía pedirle una bolsita al cajero para sordear mi fruta verdeamarela?

El chavito del super, espinilludito él, salió con la novedad de que no tenía feria para un billete de 200 pesos. No me sorprende. Algún día me gustaría ver un letrero en estos lugares que diga: "Si al momento de pagar el cajero te dice que no tiene cambio, tu compra es gratis".

Me salí de ahí molesto (apenas eran las 9:50 am) sin comprar nada...y sin bolsita para esconder el plátano. Ni modo que me lo meta en la bolsa del pantalón, pensé. ¡Ya hombre, si nomás es un pinche plátano!, pensé otra vez, pero ahora en voz alta.

Me metí al edificio en donde trabajo, saludé al guardia como todos los días (aunque ahora yo traía un plátano en la mano), caminé los cien metros planos hacia el elevador, esquivé las miradas de los ahí presentes como de costumbre (pero con la diferencia de que yo traía en la mano un plátano), nos metimos todos en bola al elevador, nadie dijo nada como siempre (el plátano iba serio, serio) y en el quinto piso salimos cada quien rumbo a nuestro cubículo.

Entonces, ya instalado y atrincherado, liberé a la fálica fruta de mi puño (sin albur), lo deshojé, me lo comí sin mayor protocolo y arrojé su cáscara de cuatro brazos a la basura. Desayuno cumplido. Poco a poco todo vuelve a la normalidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

el platano y yo, el título del post.........jajajajajajaaja

Pelo dijo...

Jajajaja, ¡me encanta tu estilo!

Muy buena entrada