Ahí estaba aquélla mujer a la entrada de la Basílica con un encendedor en la mano cobrando a cinco pesos la prendida. Le acerqué mi veladora y de inmediato la mecha ardió, como si fuera una combustión que tuviera urgencia de iluminar. Pagué por el fuego y me dirigí al montón de veladoras amontonadas en el suelo para acercar mi llamita y ser uno más entre los demás.
Le pedí a la Virgen por los míos, en primer lugar por Mateo, mis padres, mis amigos y los hijos de mis amigos. También pedí por mí y por mi corazón. Di gracias por el trabajo y la salud. Le ofrecí acciones impublicables.
Me gusta acercarme a Guadalupe porque me llena de energía, me conforta, me hace sentir amado tal como soy. No me acerco a Ella como el hijo que siempre se porta bien, al contrario, aprovecho que su amor de Madre me acepta con todo y los pedazos nejos de mi alma, mis defectos y mis instintos (a veces) descoyuntados.
Las cosas buenas también se pegan, no sólo aprendo mañas. Mi devoción por Guadalupe es herencia de mi relación con Karla; ella me acercó a la Virgen y me mostró su calor cuando más enfriado estaba mi ánimo. Gracias.
Anoche me eché la misa de gallo en donde le cantamos las Mañanitas, di la paz a manos sudorosas y rasposas, moví las rodillas con los tambores de los matachines, me eché mis churros, -uno relleno de cajeta y otro de lechera- y compré dos collares, uno de los Tigres para mí y otro de los Rayados para Mateo.
Bajé las calles de la Independencia entre charcos, merolicos, vapores, familias cargando hijos bostezantes, olores ácidos de elotes, caramelos y caños. Aunque me acosté a las tres de la mañana hoy tengo una energía que rebasa cualquier desvelo.
Ir hacia la madre en la tierra es apelar a ese derecho natural de querer sentirme abrazado, protegido, bienvenido; ir hacia Guadalupe es aprovechar el mismo derecho, éste de carácter espiritual, de sentirme acompañado, amparado, en una realidad a veces de risas y bienestar, a veces de terror y espanto.
ROLITA POR FAVOR.-
Hello world!
Hace 3 meses