viernes, 27 de noviembre de 2009
Viernes musical
LO PENDIENTE.- Antes de que el fin de semana se nos atraviese quiero agradecer los comentarios que firmaron en el post anterior en relación al cumpleaños de Mateo. Neta, muchas gracias.
LO QUE ACABA.- Desde chiquillo he sabido que las buenas películas deben terminarse con buenas canciones, de ésas que nos retienen viendo fijamente hacia la pantalla como si mucho nos interesara leer quién fregados fue el segundo asistente del director y cuando el cine ya está a media luz y los empleados de limpieza se disponen a recoger del piso palomita por palomita.
No sé si ésta fue una buena semana laboral para ustedes, pero vamos a suponer que sí y que me dan autorización para escoger la canción que haga un buen cierre y que al mismo tiempo nos lleve al fin de semana sanos, salvos e inspirados. Si así me lo permiten, yo escogería esta rolita carreterezca y aeropuertezca de Chris Cornell y compañía. ¡Adiós!
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Incomódame la vida
Anoche, mientras compartíamos los lucky charms, miraste las yemas de tus dedos para platicarme acerca de los caracoles que forman tu huella digital.
-Mira papá, caracoles-, dijiste con la mano abierta y la boca babeando leche y pedazos de avena con malvavisco.
Otra noche señalaste las copas de unos árboles que formaban un Mickey Mouse y también has visto tortugas que flotan en el cielo aparentando ser nubes. Cada viaje mañanero hacia el kinder supone otro descubrimiento tuyo, en tus ojos se recupera la poca (casi nula) belleza que tiene la Avenida Morones Prieto.
Entre otras muchas cosas has sido para mí un enfoque distinto. Amarrado a los hijos viene la oportunidad de ver lo mismo de manera diferente y descubrir el nacimiento de todas las emociones humanas a través de ellos, el gozo, la sorpresa, la ira, la tristeza, la alegría.
Todavía no sé si quienes no tienen hijos son más felices que yo, pero seguramente sí están más cómodos. La paternidad es la incomodidad permanente, pero yo no imagino mi vida sin ti. Valen madre las siestas no hechas, el silencio perdido, las quincenas marchitas y las películas estrenadas y huidas, todo eso y más vale madre mientras tú sigas incomodándome la vida.
En la última ruta de tus terribles dos pusiste a prueba mi paciencia, mas no mi amor. Sí, algunas veces se me escaparon nalgadas, eché portazo y me brotó la vena corajuda en la frente. Pero es que tampoco está fácil para mí, y además estamos en esto juntos; ambos somos primerizos en esta relación padre e hijo, sólo espero (y estoy casi seguro) que la experiencia esté resultando igual de gratificante para ti como lo está siendo para mí.
Hay en la filmografía de Johnny Depp películas muy buenas, pero hay una que sin ser tan buena se rescata por el final: Blow (2001). El personaje de esta cinta es un narco pachanguero que termina encarcelado y que, desde su encierro, lamenta todos los días haberle quedado mal a sus padres, pero sobre todo a su hija.
Es cierto, no imagino un arrepentimiento más grande como el de fallarle a los hijos. Entiendo que a nuestros papás les fallamos desde que llegan las primeras calificaciones a casa, pero con los hijos es diferente. Un hijo es nuestra gran oportunidad para ser personas íntegras, para armonizarnos con el entorno, para crecer, para corregirnos. Pero sucede que en ese intento de ser mejores personas para nuestros hijos olvidamos que somos lo que somos y que la caquita es la caquita.
Yo sólo espero que me sigas queriendo cuando me conozcas mejor, no quiero fallarte, así como garantizo quererte aunque me lleves de la mano al pre-infarto, a la obesidad canosa.
Ya escribí en este blog del acontecimiento que fue tu nacimiento, de las 24 horas que te tardaste en salir, del campamento tipo huelga de hambre que montaron afuera del cuarto tus abuelos, tus padrinos y amistades varias, de la cuentona que pagamos al anestesiólogo que se la pasó inyecte e inyecte a tu mamá, de las terribles noticias que se desprendían de los cuartos de a lado en donde fallecieron dos niños mientras tú nacías, de que cuando te vi, vi a Dios y vi a mi papá.
Todavía ahora cuando entro a un hospital me echo antibacterial en las manos, no tanto como medida de higiene sino porque ese aroma me absorbe a los días más felices de mis 30's, los días en que te abrazamos siendo recién nacido, los días de la ojera profunda y gris-verde-amarela, los días en que las enfermeras nos felicitaba por nuestro hermoso "producto".
Ya eres un niño que va al baño solo y apunta su pirinola justo en el clavo, que le gusta hacer sus cosas sin ayuda, como comer, desvestirse y amarrarse los zapatos. Eres perfeccionista y te encabrona no pegarle bien a la pelota, eres un desmadre, cantas todo el tiempo, te comes los mocos, eres guapísimo, coqueto, berrinchudo, observador, tierno, tirano. Eres despeinado de nacimiento, cariñoso con tus abuelos, ligador con tus maestras y chantajista con tus papás. Pero a Dios le encantas.
De aquél bebé que fuiste ahora sólo nos queda una pista: tus titis. En tres años he preparado cientos de biberones y he lavado igual cantidad de mamilas, pero poco a poco vas dejando de tomar titi, y mientras tanto yo me adelanto a la melancolía pensando en el día cercano que quitemos de la lista del súper la leche Nido. Así como hoy extraño el pañal, extrañaré el biberón; ésa es la última frontera.
Sin proponértelo todos los días haces un retrato hablado de mi alma, me descifras, me expones. Me orillas al límite. Yo, tan intolerante a los cambios, he aprendido contigo que la constante sí es el cambio. Siendo papá no hay manera de aferrarte (mucho) al pasado ni de futurearle demasiado. Repito, no es cosa fácil ser papá, se lee mucho más amable de lo que se vive, pero puedo afirmar con todos lo pelos de la burra en mi mano y con el escroto sangrante que sí, que te amo, que vale la pena y que me aventaría con los ojos cerrados a tenerte otra vez.
¡Feliz cumpleaños, Mateo!
domingo, 22 de noviembre de 2009
Cartas al Profesor V: Etiquetas
YO ESCRIBO.-
Admiro en silencio a la gente que defiende y cultiva una ideología sin necedades, pues yo soy incapaz de defender una manera de pensar. Desde siempre me acomodé en la tendencia de conocerlas todas, criticarlas, emitir opiniones mediocres acerca de ellas, aceptarlas a medias o rechazarlas de tajo. Pierdo por de fault en las discusiones de izquierda o derecha. ¿Cómo defender una postura si el portero de mi equipo amaneció manco y agripado? (Y también le duelen un poco los huevos).
Y todo es porque soy un cobarde, porque siento que adoptar una doctrina es despedirse de las otras. Soy un comodín ideológico que se adecua a como venga la borregada o la plática en la mesa del Vips. Soy un espectador en el casino que no apuesta por nada. Tengo un carácter wango, wangote; me engaña el espejismo de querer quedar bien con todos, pero así a todos les quedo mal.
¿Qué te recomienda esta sociedad regia para vivir y sobrevivir en ella? R: Ser un mamón, convertirte en un tipo frío que mira hacia adelante y que sólo rebana simpatía a fuerza de meterse litros de alcohol adornados con el maquillaje de ser bebidas tropicales. Eso sí, ser un mamón caritativo que se apunta en el caso 89237498201 de Cáritas de Monterrey para ayudar a una familia con la que jamás podría sentarse a comer en la mesa porque le gana el asco. Un mamón que es sensible sólo si el objeto sensibilizador se encuentra lejos. -¡Oh!, los niños de África, pobrecitos, ¿les mandamos algo?, sí, ándale pero que no vengan, acabamos de lavar la alfombra-.
Regiomontano: tu salud es lo primero, no el dinero. Ajá. ¿Cómo estar saludable teniendo a la enfermedad misma adentro de la cartera, en el banco o en la tarjeta? Tan accesible. Bonita nueva forma de llamar a la esclavitud: créditos bancarios. Los látigos han pasado de moda para ceder el espacio a las sonrisas de los ejecutivos que esperan que el "poder de tu firma" les dé a ellos todo el poder sobre ti.
Pero quejarme porque vivo entre mamones, me convierte en un mamón también. Decir que mejor no juego el jueguito de la sociedad es también una actitud mamona, porque, ¿me satisface mi postura radical o en el fondo estoy que me la pelo por participar (ser alguien) en la sociedad?
Pues sí, Eduardo, empecé hablando de doctrinas y acabé echándole a la sociedad de Monterrey, pero es que sigue viva la fregadera central de mis reflexiones: el sistema y yo. ¿Le entro o ya estoy adentro? ¿Vivo de él aunque me complazca negarlo? ¿Es posible vivir de y en él pero no involucrarse demasiado?
EL PROFESOR CONTESTA.-
Problemón (y lo peor es que me apresto a escribir como si yo ya lo hubiera resuelto): ¿cómo ser, crecer y pertenecer a una estructura de otros que nos dé sentido, que favorezca nuestro crecimiento?
Más concreto todavía: ¿cómo ser, funcionar, sentirnos acogidos en esta sociedad demente? Lo peor es que lo que nos capacita para ser individualmente es lo que nos invalida para ser en grupo.
El saber que las etiquetas, las pertenencias casadas con ideologías, doctrinas, clubes de membresía a perpetuidad, nos limitan nuestro conocimiento de las grandes verdades de la vida y de nosotros mismos nos hace tener miedo de frecuentar un bar, un grupo, por miedo a caer en ese estancamiento-etiquetamiento que confunde. Resultado: nos quedamos al margen, no etiquetados pero sin la experiencia de sumergirnos.
¿Por qué nos da asco y desconfianza hablar-juntarnos con otros sólo porque no comparten nuestra ideología o nuestras obsesiones? ¿No estamos más inteligentemente (?) etiquetándolos nosotros también? ¿Podernos ver y ponernos en contacto con el humano debajo del rayado o tigre, del rotario o león, del fresa, del ejecutivo, católico, hippie de boutique, reaccionario, conservador, retrógrado, pro-vida y no sé cuántas etiquetas más?
¿Necesariamente convivir, vivir con, es ceder, negar nuestras convicciones?
No sé, dice un tipo que tratar de realizar socialmente la utopía es imposible, que la utopía es sólo posible individualmente o (afortunadamente) en pareja sin pretender cambiar el SISTEMA, sino sólo TU sistema; es decir, la parte en donde hace contacto ese sistema con nosotros.
En fin Eugenio, que cada vez se van acumulando más razones para un Herradura y así discutir o de plano olvidar tanto méndigo problema.
viernes, 20 de noviembre de 2009
Cartas al Profesor IV: La carrera
Estoy en una carrera de relevos. Y ahí vengo, yo estudiante, corriendo jadeante con mi barrita de madera en la mano. Toda mi primaria, mi secundaria, mi preparatoria y mi universidad las llevo enrolladas en el puño.
Mientras corro no volteo a los lados, digamos que estoy concentrado en la carrera, en hacer un buen papel. Tal vez alguien grita mi nombre o alguien me avienta agua para que aguante.
Lo más extraño es que yo mismo me estoy esperando al final de la ruta. Sí, allí en la línea me espero a que yo me entregue el relevo a mí, pero lo que llevaré en la mano no será ya mi vida estudiantil sino mi Título. Y entonces volveré a correr, - ya como graduado-, y aunque siga por la senda anterior correré una carrera diferente. El camino conocido se volverá desconocido. En el mundo de los desempleados iré trotando, iré a pie, iré corriendo, o gateando. Ese próximo relevo en mi vida me llena de temor. El día nunca esperado, pero sí pensado está por llegar.
Porque la fase final y en suma la condena de seguir corriendo significa "tomar una línea", abrirte camino en la nómina, hacerte de nombre como si no tuvieras ya uno y, ahora sí, preocuparte por vencedores y vencidos, ganadores y perdedores. Siempre al último hombre que releva la carrera le tocan las porras o la rechifla.
Hoy en día corro sin compromisos, puedo caer si quiero, nadie me dice nada. Pero en el ciclo que empieza pronto, donde todo el estadio está pendiente y atento, la caída es la lástima.
Es contradictorio porque hablo de fase final y es posiblemente el nacimiento definitivo, el encuentro con la identidad buscada, el resumen de toda mi vida que se presta para crear, para empezar apenas. De hecho, puede que sea desde ese momento, -y sólo hasta entonces-, que comiencen a moverse los números del cronómetro que habrán de registrar mis habilidades y medir mi capacidad de supervivencia.
Pero me asusta salir a la cruda realidad, dejar los brazos universitarios que la hacen de chimenea. Me asusta dejar de ser un confundido mantenido para convertirme en un confundido que debe mantenerse. Tengo el miedo que provoca dejar de cobrar sueldo de hijo.
EL PROFESOR CONTESTA.-
¿Para quién corren los galgos en un galgódromo? ¿Esa nueva competencia que iniciarás en cuánto se parece a un galgódromo? Te matas, quieres llegar primero y llegas primero pero quien gana es quien hizo las apuestas, quien en su palco, con una copa de vino y binoculares, no corre sino que disfruta mientras otros corren.
De ti depende entrar en esta carrera para matarte, patear, morder a los de lado, o sólo disfrutar la brisa sobre tu rostro al correr.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Cartas al profesor III: Sabiduría
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Cartas al profesor II: ¿Mártir del sistema?
YO ESCRIBO.-
Cada chango a su mecate.
Aquí se rompió una jerga, cada quien se va a la erga (sic).
¿Por qué no es fácil ponernos a llorar con las imágenes de la guerra en Bosnia? ¿Cómo mido la facilidad que tengo para hacer como que no veo cuando alguien me pide una limosna? ¿Alguien se conmueve todavía con los que piden "para un taquito"?
¿Valdrá la pena crecer? Ser una esponja que colecciona información, pero que no se detiene a valorar, analizar, compartir, amar.
¡Paso tanto tiempo en las avenidas!
Alguna vez fue mejor ser niño, estar sentado en el pasamanos del parque anhelando el día de poder fumar sin toser. Me sentía vivo, y ahora me siento vivo muy pocas veces, la más, cuando me siento en el baño a pujar. Y no me digan que eso es falta de memoria porque a lo mejor mi infancia también estuvo sedada. A lo mejor.
No sé, pero mientras más me acerco al "sistema", más parte soy de un todo que de mí. Igual y eso es lo que me emociona; sí, ser un mártir condecorado de la sociedad, insultarla pero no querer dejar de pertenecer a ella, ser un desubicado pero de cerquita...
-Traigan al verdugo, que se asome-.
Tengo un consuelo, y sí, voy a generalizar: Todos traemos el mismo pedo. Claro, lo que varía son las intensidades, las causas, las características de cada caso, y claro, la manera con la que se disimula el hastío y el miedo hacia(de) los otros. Unos se protegen detrás de últimos modelo, otros con cirugías, con amores sin compromiso a las tres de la mañana, con templos, con drogas, con el Maromero Páez y la Selección Mexicana.
Creemos que la vamos pasando bien a medida que los otros nos creen el simulacro.
¿Vale la pena pensar en estas cosas?
Sí, sí vale, porque es muy "bonito" no estar de acuerdo con lo que ves, pensar-atormentarte con pequeñeces, y al mismo tiempo convivir día a día con el "sistema" que no entiendes (que nadie entiende), con la vida que te aplasta, con la sociedad que te ciega. Arrieros somos, masoquistas también.
EL PROFESOR CONTESTA.-
¿Cómo distinguir un mecanismo de autodefensa para mantener la cordura y la pasividad más ignorante que puede haber?
El único motor de esta vida es la rabia, el sentir y no conformarte, sino, sentir y actuar hasta acallar la rabia. La rabia te puede proveer el calor para soportar esta vida fría pero también puede quemarte.
Lo raro es que pensamos que son cosas opuestas, sentir, trabajar, vivir, sumarse al sistema, y entonces el hacer una de estas cosas nos hace sentir que renunciamos o nos negamos a otras. ¿Por qué no sentir y experimentar la vida que hay en el trabajo y en el intercambio más intrascendente -según nuestro cerebro pretencioso-? Ver la vida detrás de cada acto simple depende de nosotros.
Un "mártir", un "héroe", tal vez así disimulemos algunos ese miedo, esa angustia que vivir implica. Lo raro es que ahí, justo a un lado de las paredes del "sistema", en los dobleces del laberinto, crece como musgo la "vida real", ese aire fresco que nos hace experimentar el placer.
Justo ahí, en los brazos de una mujer, en la idea que libera el alcohol, en dos palabras que se juntan para dar a luz un nuevo espacio, o en el silencio aterrador de la noche. Justo ahí, sin sufrimientos ni melancolía, sin tanta complicación que parece eterna.
martes, 17 de noviembre de 2009
Cartas al profesor
Se trata de una libreta fea, como la muñeca de Cri-Cri, pero es un objeto muy valioso para mí porque en ella están escritas las cartas que de ida y vuelta me escribí con Eduardo Ramírez, uno de los mejores maestros que tuve en la Universidad.
En aquellos tiempos él daba una cátedra que se llamaba algo así como "Contradicciones del Siglo 20" a la que yo asistí como oyente durante el otoño-invierno de 1994. La clase era básicamente de debate, pero tenía una dinámica muy interesante pues sus alumnos debíamos cargar con una libreta toda la semana con el fin de apuntar en ella reflexiones, ensayos, quejas, "pensamientos", alucines baratos, filosofía pedorra o cualquier idea suelta que nos inspirara e inquietara.
Una vez a la semana, Eduardo recogía nuestras libretas, las ponía todas en una caja y se las llevaba puje y puje hasta su oficina para leer las jaladas que escribíamos. Luego, a la clase siguiente, nos las regresaba con correcciones de ortografía y de sintaxis, pero también con una reflexión suya con respecto a nuestras ideas.
Era como llevar un diario sabiendo que alguien más lo iba a leer y, mejor aún, que ese alguien podía dejarte comentarios. En pocas palabras esa libreta era como un blog primitivo, de un solo lector, hecho de papel, y escrito con pluma bic a mano semi alzada. Un buen detalle es que Eduardo no ponía calificaciones a los textos ni había temas prohibidos y tampoco debía uno escribir necesariamente cosas personales. Esto quiere decir que había una libertad impresionante para cagarla... o para aprender que somos (también) lo que escribimos.
Ustedes habrán adivinado que mis temas favoritos para escribir en esa libreta eran los azotes existenciales de aquélla época. A finales de 1994 estaba a un semestre de graduarme y me encontraba en pánico porque sabía que sin el cobijo de la Universidad el "sistema" me tragaría.
Cuando el domingo releí lo que antes escribía y pensaba me dio vergüencilla ajena (que no es ajena sino propia) porque a los 21 años hacía peores berrinches que los que hago ahora, pero con una sorprendente facilidad para no aterrizar una sola idea. Además hacía mucho drama (siempre lo he hecho).
Lo que sí vale la pena es compartir con ustedes las reflexiones que Eduardo desprendía a raíz de mis berrinches. Por eso, desde mañana, subiré aquí el contenido de algunas de esas cartas. Sólo les pido paciencia porque, en serio, si ahora divago y me voy en círculos cuando posteo, antes mis textos estaban descabezados y despiernados. En honor a la verdad transcribiré letra a letra lo que esa libreta recién encontrada guarda en sus páginas, con todo y la vergüencilla que me doy.
Ojalá les gusten.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Crónica de una tocada (no) anunciada
A la derecha del padre veo los teclados de Kyke Serrano junto a los tambores de Quino Béjar. En contra esquina brilla la batería de Alex Tenas, hermosa y callada, junto al bajo de Carmen Niño que permanece en posición de cohete. Algunos micrófonos hacen guardia poco más adelante, pero nada más. La cortina negra detrás de los instrumentos es el tieso signo que pronostica una tocada con producción discreta, sin pantallas gigantes ni juego de luces. -Es perfecto cuando la buena música se defiende sola sin refuerzos ni recursos de boda-, pienso.
Son las siete de la noche del domingo, es decir, ya es lunes, pero algunas semanas tienen hoyos negros y las personas que ahí estamos reunidas nos dejamos abrazar por el engaño en tiempo y espacio que sucede cuando truenas la rutina de la semana haciendo algo divertido los domingos por la noche.
El concierto que me trajo hasta la alfombra rancia no fue publicitado ni por el periódico ni por la radio. Yo me enteré gracias a un columnista local de rock, pero de otra manera no hubiera sabido que JarabedePalo iba a tocar en mi ciudad luego de ocho o nueve años de su última y única presentación. A la cita de esta tocada no anunciada somos pocos los enterados.
De pronto se hace la oscuridad. Cuando los presentes nos ponemos de pie para recibir a la banda española yo despierto al albañil que en mi habita para soltar un silbido de lonchería... Pero nadie sale al escenario, al menos nadie conocido, pues sólo se acerca a nosotros un negro bien vestido que tiene la cara idéntica a la de Spike Lee y que ocupa su mano derecha en cargar un saxofón muy bien lustrado. El negro se llama Jimmy Jenks y sopla el instrumento con maestría cubana. Luego de un excelente preludio de viento aparecen los otros Jarabes capitaneados por el siempre despeinado Pau Donés.
Dos canciones después, el catalán agradece nuestra presencia porque esa misma tarde hubo futbol (los Rayados perdieron contra el América) y sabe que tanto los mexicanos como los españoles rara vez hacemos otra cosa cuando en la tele hay futbol. Dicho esto, Donés se cuelga una guitarra acústica para interpretar Depende y pues órale, a cantar que qué bonito es el amor, sobre todo en primavera y que te hace muy feliz que hoy sea el día de tu boda... Depende, todo depende.
Donés no es rebuscado como Saúl Hernandez ni poético como Joaquín Sabina ni alegórico como Gustavo Cerati ni surrealista como Andrés Calamaro; Donés es tantito de todos ellos, pero tiene a su favor una aterrizada personalidad que se agradece de abajo a arriba y de arriba a bajo. Uno no se siente su público, no existe esa puñalada mental de fanatismo, esa lejanía; uno lo ve a Donés como si hubiera cenado anoche con él, como si hiciera viajes con él para recoger a los niños del colegio, como si el ancho de sus hombros nos fuera familiar a punta de abrazos para festejar goles o años nuevos.
A mitad del concierto el cantante presenta Agua como una de las piezas más bonitas que haya compuesto en su vida y el resto le damos la razón con aplausos. Durante toda la canción el guitarrista Dani Baraldés se mezcla entre el público para intercambiar con las mujeres claveles por besos. -¿Cómo quieres ser mi amiga, si por ti daría la vida?-, cantamos.
Luego del momento romántico que no es tomado como cosa seria ni corta-vena, el jazz, la salsa y el blues de Dos Días en la Vida y El Lado Oscuro nos convierten a todos en remedos de Tintán; las seriedades se archivan para otra ocasión y el que se queda quieto corre peligro de convertirse en espantapájaros. El concierto pasa veloz, no me da tiempo de sudar la camiseta y yo pienso que por poco y ya es martes.
Sin aviso, el escenario se reencuentra con la oscuridad hasta que un rayo de luz dispara en la cara de Donés que desde Barcelona se trajo el alma del niño que fue para contarnos con música el día aquél que supo que su madre había muerto. Aunque por lo mismo, Mama puede confundirse con una canción triste, lo cierto es que se baila y se aplaude con alborozo. -Bendita tristeza alegre que tiene el flamenco-, pienso.
Los ahí presentes estamos ausentes saboreando la idea de gritar bajo del agua que la muerte ya vendrá. Sin embargo, ese grito contenido no se atomiza hasta que percibimos la entrada de Grita, cuyo coro nos obliga a montarnos en el desahogo y en el desinfle emocional. Las pantorrillas calientan en brincos, las parejitas se abrazan como si se debieran muchos desayunos a la cama y los meseros guardan sus tinas de Indio y Tecate para evitar descalabros.
Cuando termina Grita los siete que están encima del escenario espejean sonrisas con los pocos cientos que estamos abajo. Los JarabedePalo tendrían que saber que con su presencia y su música nos han fabricado un altísimo y ancho matamoscas para ahuyentar a las nubes negras que nos persiguen a cada uno en menor o mayor escala.
Ya con el recinto despejado de neblinas existenciales, la única que falta es una mujer de cien libras de piel y hueso, cuarenta kilos de salsa y en la cara dos soles que sin palabras hablan. La Flaca llega al último pero no llega tarde, es tan real que siento cómo me golpea las costillas -o la lonja- y se pone a mi ladito porque me tiene loquito y por un beso de ella daría lo que fuera, aunque solo uno fuera.
Donés y sus palos agradecen, prometen volver y desaparecen. Yo me quedo en la barra trasera esperando que el lugar quede vacío. Pienso, entre tantas cosas, que en este año de contagios el jarabe nos ha aliviado. Me voy de ahí, pero la flaca se viene conmigo.
TRIVIA.- ¿Alcanzan a escuchar mis gritos y mi chiflido de lonchería?
viernes, 6 de noviembre de 2009
Todo va a estar bien
- Estoy aquí en la cocina buscando la cereza podrida que ha de dar el toque final al pastel de porquería que pienso regalarle al 2009 una vez que se termine- contesto con voz de pito porque ya no me sale de otra.
No crean que ando vencido por las circunstancias, digamos simplemente que ando muy aguijoneado. Nada más.
Lo raro es que soy como esos carruseles de los aeropuertos que pasean maletas ante la mirada despeinada de los viajeros que se preguntan: ¿Llegará mi equipaje sano y salvo?... ¿Llegará?
Sí, me siento como un carrusel que carga maletas en el lomo, cada una de ellas con una emoción diferente en su interior. En algunas Samsonite traigo encabronamiento en tabletas, pero en otras maletas traigo la paz encapsulada que me ha dejado visitar recientemente un hospital, -no como enfermo sino como esposo de una enfermita-.
A mí me gusta la atmósfera de los hospitales y también la de las funerarias. No celebro la enfermedad ni la muerte, no me encantan y tampoco sé burlarme de ellas, pero sí agradezco que ambas sean escusas perfectas para obligarnos a hacer una pausa. -La tan necesaria pausa-. Basta que uno se meta a un hospital o a una funeraria para encender la conciencia de "lo que de verdad importa en la vida". ¿Y saben qué es lo que de verdad importa? Pues nuestra gente.
Hago un repaso a mis entrañables fuentes de felicidad y todas se originan en mi gente.
Llegamos de vacaciones y los pulmones de la Maga decidieron sabotear todo su esqueleto al confabular una bronquitis aguda que desató una tos tan violenta que no sería mala idea franquiciarla como despertador de osos polares. La pobre en calidad de trapeador de estética unisex ingresó al hospital en donde fue nebulizada noche y día, día y noche.
Ya salió, pero no salió tan bien pues es probable que la tos nuclear que por poco la deja calva haya lesionado una de sus costillas. Así son las enfermedades, las malditas hacen mano cadena con otros malestares: Te sale un callo en el pie y a los dos meses se convierte en malaria.
Al mismo tiempo que la Maga daba conciertos de laringe en el hospital, a Yuyo le fue detectado un nódulo en la próstata cuyo índice de maldad aún no es revelado por los estudios. Por estos días descubrí que mi papá me tuvo a la misma edad en la que yo tuve a mi hijo, así que cuando yo tenga 70 años, Mateo tendrá 36. Como yo veo a Yuyo, Mateo me verá.
Este dato secuestró mi atención varios días, pues como ya he escrito aquí, actualmente me encuentro disfrutando con la misma intensidad a mi papá y a mi hijo, ¡pues claro!, estoy justo en medio de ellos, no sólo en el árbol genealógico sino también en el tiempo universal.
Y pues así he andado esta semana, como actor invitado de Grey's Anatomy con música de Los Killers. No han faltado el drama ni la moraleja. Como ya dije, las enfermedades nos depositan en la sapiencia de cuidar y aprovechar a nuestra gente, pero también es cierto que la otra cara de la moneda es más cara: Las enfermedades cuestan un chingo con todo y seguro de gastos médicos.
Y a mí, no sé a ustedes, me encabrona gastar en medicinas.
Bauticé este post con el slogan del hospital en donde estuvo internada la Maga porque estoy de acuerdo con la frase: Todo va a estar bien.
GRACIAS, ATLANTA.- La fortuna consiste en conocer a un turco y que éste sepa que te gusta la cerveza para que de un día para otro bebas tanta cheve como el más ebrio de los alemanes en oktoberfest. Resulta que antes de que la bronquitis nos alcanzara fuimos a Atlanta a visitar a mi cuñada y a su esposo, (el turco antes mencionado), quien me recibió con el refrigerador lleno de cervezas gourmet. ¡Ah, qué chulada! De marcas y eso ni tomé nota pero les platico que entre muchas otras me empiné una cerveza belga que sabía a wisky. No reniego de mi cuna, pero luego de este viaje veo a la Tecate tan chafita y tan comercialona. Muchas gracias a nuestros anfitriones.
VIERNES AUDIOVISUAL.- Encontrar y/o ser encontrado. De eso se trata... ¿No?