Mis
papás vivieron los primeros
cuatro años de mi vida frente al parque
Mississippi en un departamento que ahora es un negocio de cocinas integrales. De esos años y del parque en donde a mí me tocó jugar tengo recuerdos obstruidos por la
neblina; son como fotografías que se proyectan en mi mente enmarcadas en una atmósfera muy parecida a la que tienen los
sueños y por eso no distingo si las imágenes que recuerdo en realidad las
viví o las
soñé.
Supongo que para eso son útiles las
cámaras de video, para grabar los días y así poder
reconocer lo que vivimos de lo que soñamos. Pero sucede que yo
no soy una persona que vive
correteando a su hijo y a las circunstancias con una cámara de video en la
mano. No soy de esos turistas que ven todo el viaje
a través de la pantallita de su
Sony y que reproducen después las vacaciones en la sala de televisión de su casa junto a los compadres para decir: "Mira, Mario, ahí estamos en el
Templo Mayor, mira qué verde está el bosque que lo rodea"...
No, no tengo cámara de video, pero tengo
blog. Entonces que sirva este
post para imprimir con palabras las imágenes de lo que sucedió el sábado en el que
Mateo cumplió dos años y cinco meses. Ambos fuimos al parque
Mississippi en el que yo a su edad jugaba hasta que me
apestaban las manos a tubo, a sal y a tierra.
DATOS GENERALES:25 de abril del
2009 / 35 grados centígrados a la sombra /
Mateo viste bermudas cargo a la rodilla, chancla deportiva y una camiseta blanca con la foto de un
Boston Terrier con audífonos. Yo traigo lo de siempre, camiseta
Gap genérica two for 19 dolars, jeans, converse y una gorra para despistar el pésimo
peinado que empeorará ahora que ha muerto
Javier alias "Javi, El que Corta y Acaricia", mi
peluquero de cabecera. (Esta
pérdida merece otro post).
BITÁCORA DE 'VIAJE':5:15 pm. Llegaste al parque corriendo como
toro recién liberado, embobado por el espacio abierto y seducido por unas cuatro
palomas a las que querías atrapar gritándoles
pío-pío. Pronto te frustraste porque te diste cuenta que tu papá transfigurado en
Tribilín era igual de incapaz para atrapar uno de esos pájaros.
5:35 pm. Por andar saltando sin mapa te
pegaste en el filo de un bebedero de concreto y lloraste con los ojos
engarrotados hasta que llegó hacia ti una mamá joven, de esas que siempre traen cremas
milagrosas. La mujer
te frotó un fomento en la frente de manera
circular, te secó el agua salada de los cachetes y más tarde te regaló un jugo de manzana marca
Chévere porque el distraído de tu papá olvidó la pañalera y con ello las provisiones de
elemental importancia.
6:15 pm. Pasaste mucho tiempo agachado
explorando la tierra hasta que encontraste una moneda de 50 pesos fechada en
1985. Yo te la estoy guardando hasta que seas mayor de edad.
6:25 pm. Te miré de lejos por un tiempo, ibas y venías hablando bajito, repitiendo argumentos
sospechosos. Cuando me acerqué habías puesto sobre una banca
desperdicio diverso: Varias cucharas de plástico de diferentes tamaños, dos clips, un bote de
Lucas, palos de paleta y algunas semillas de encino. Con tacto de
relojero formaste una hilera bien proporcionada con todo este
mugrero y una vez terminada la obra olvidaste tu escultura para
siempre.
6:50 pm. Volviste a ponerte en
cuclillas un rato hasta que disparaste un berrido desesperado porque intentabas rescatar una taparrosca de
Pepsi enterrada panza para abajo. Te mostré la técnica
arqueológica de bordear su superficie con el dedo para hacer una zanja y poder liberar el objeto enterrado. Conseguiste desenterrar
dos taparroscas y un pedazo de
vidrio caguamero. Esto último nos cuesta el
veto si es que llega a oídos de tu mamá.
7:10 pm. Una niña coqueteó
espesamente contigo pero tu preferiste escalar el cohete tubular y deslizarte por uno de sus tres altos
resbaladeros, del cual descendiste esponjado y a toda velocidad cayendo de pie como
gato de angora. Repetiste el
circuito unas ocho veces.
7: 35 pm. Perdiste el miedo al bebedero en donde te golpeaste al principio y regresaste a jugar con el agua
encharcada de abajo. Las taparroscas que te había guardado te sirvieron como
recipientes para llevar el agua desde allí hasta un pequeño claro de
tierra. Hiciste un betún con tus manos y enlodaste lo suficiente tus rodillas, tus chanclas y tus bermudas. Para sacarte de ese
trance pastelero accioné el bebedero que escupió agua hasta donde estabas y soltaste una carcajada que me animó a empapar tu
fleco con lluvia artificial.
8:10 pm. Te perseguí varios minutos bajo amenaza de irnos. Tu estrategia para alargar el día fue subirte a un
carrusel para pedirme "vueta, papá, vueta". Obedecí y te di vuelito para que dieras las vueltas que quisieras. Cada vez que pasabas frente a mí te hice
cosquillas en el cuello, axilas, costillas y piernas. Me respondiste con una cara que no quiero
perder nunca: Una sonrisilla apretada, enseñando los diente de coneja de
Pascua y con los ojillos de un felino loco.
8:35 pm. Los malpensados hubieran podido llamar a la
policía cuando vieron a un flaco, cansado y ojeroso
adulto cargando en el hombro como si fuera un costal de cemento a un
niño que pataleaba porque no se quería ir del
parque. Una vez instalados en el carro, la promesa de regalarte una paleta de hielo convocó tu
calma hasta que llegaste a casa de tus abuelos maternos casi casi
rendido. Tomaste tu
ti-ti y te desapareciste hasta la mañana siguiente.
Mateo, el sábado que cumpliste dos años y cinco meses es un día que no quiero
olvidar aunque no lo haya grabado en
video.