Así dice el resultado de la resonancia magnética pero en castellano vulgar significa que tengo una hernia de disco en la zona lumbar. Cuando fui solo mi doctor era muy serio, pero en la segunda consulta llevé a la Maga con un mini vestido primavera-verano-sopla-satanás y entonces el especialista en vértebras cambió el semblante y hasta se aventó chistes de mediano alcance.
El traumatólogo me explicó a detalle la fuga de pulpa que sufrió uno de mis discos y todo el desmadre que esto provoca -bajita la mano siento calambres en los huilburs-. Se aventó tantos conceptos tan bien expuestos que al final me sentí listo para un examen de preguntas abiertas. En serio, le puse mucha atención como si estuviera siendo grabado para un reality show, pero acepto que de vez en cuando me metí en uno de mis tantos pensamientos inútiles y entonces instalé la cara en piloto automático, asintiendo con la cabeza y diciendo sí a todo.
La buena noticia es que no necesito cirugía y la mala es que tengo que permanecer acostado mucho tiempo, de preferencia en el piso. Esto no sería una tragedia si yo fuera además de cabezón, nalgón, pero como mi trasero es de diseño abollado me es muy incómodo horizontalizarme en superficies duras. El que más resiente es el huesito caquero a grado tal que luego de una hora ahí tirado pierdo sensibilidad en el coxis y corro el riesgo de disparar un garnucho pestilente sin cuenta regresiva ni antesala.
Ando de mal humor. A lo mejor son las pastillas, pero yo creo que pesa más el aburrimiento. Me caen mal imágenes que antes ignoraba en automático. Por ejemplo, hoy odié a una señora muy chaparrita con el pelo muy blanco que venía sentada en el asiento trasero de un tsuru muy fregado. ¡Pinche, señora!, pensé, sin que la anciana me hubiera hecho algo. Además influye que he visto mucha tele. La nacional es un desastre, la local una mierda y la gringa una exageración sostenida.
El colmo es que mi padecimiento estructural coincide en tiempo y forma con la faceta más pulida de los terrible twos de Mateo. El ex bebé tenía tan bonita personalidad antes de que la edad y el kinder lo alcanzaran, que ahora parecen increíbles sus cambios emocionales. Ahí lo tienen en paz, amable y cariñoso, pero en un segundo le da rabia como a los locos furiosos que salen en la película de Rec; grita, se retuerce (cuida tu espalda hijito, pienso) tira dardos envenenados en forma de lágrimas y a la media hora se calma y empieza a cantar con una ternura inenarrable aquella canción que dice: Es-tre-lli-ta-dón-de-es-tás...
En resumen: Hoy le entiendo más a mi traumatólogo que a mi hijo.