Ácido, ácido, el olorcillo; ése que viene y no se va. ¡Oh!, gran olorcillo, ¿qué quieres de mí?.
No teníamos ni veinte minutos de haber despegado de Houston cuando escuché el rugido de una náusea. Ese movimiento telúrico en el vientre que comprueba que los seres humanos podemos controlar todo (satélites espaciales y la fregada) pero no la urgencia de vomitar.
Vuelo lleno. Todos muy contentos recibiendo audífonos para chutarnos la última de Adam Sandler, uno que otro bebé poniéndose necio, el aremozo idéntico a The Rock entregando mimosas y servilletas a los de primera clase, la aeromoza con mallhair atendiendo medio mamilas a los de segunda y tercera, quizá harta de las escalas y las várices. Toda la fauna Benetton, más bien Kmart, íbamos a bordo de un boeing hembra número equis, portándonos a la altura, como de muchas millas.
Y en eso que entra a escena la guácara mácara títere fue. En menos de cinco segundos, el señor del 18D se aventó un osote de tres tiempos. Primero se levantó a decir unas palabras, mejor dicho, a regurgitar el desayuno; luego comenzó a cantar con eructos hasta que arrojó una que otra aria de gases esofaguianos; y terminó con el estómago en erupción.
Huo... Huuuo... Huuuuo... Huuuuuuuuuoooo.... ¡GUACARRRRROCK!
Una cascadilla espesa y anaranjada cayó al pasillo como cubetazo hediondo. Antes de la peste vino el trastorno en la tripulación y el atarante entre los pasajeros próximos a la fetidez. La más tierna de todas las estrellas invitadas fue una señora muy parecida a Mia Farrow (pero en gorda) que gritó:
Stop the plane!!!
Ah, cabrón, si no vamos en camión. El único avión que he visto detenerse en pleno vuelo era piloteado por Bugs Bunny, pero dudo que los de Continental estén entrenados en heroísmos de caricatura.
Y ahí viene más de ese olorcillo, tan apestoso él, que me dice: quiere llorar, quiere llorar, quiere llorar. ¿Algún tufo los ha hecho lagrimear? A mí sí; ése. ¡Oh!, gran olorcillo.
Una atmósfera densa cubrió la zona. Era inútil meter la nariz en cualquier sitio porque la pestilencia se filtraba por poros, pelo, lunares. Todo nuestro cuerpo era una fosa que recibía la emanación ácida como mártir resignado. El olor, mucho peor que un pedo, nos abrazaba con la fuerza de la anaconda. Aunque no lo dijimos nunca, todos los ahí presentes votamos (en un ejercicio comunitario de telepatía) para que aventaran en paracaídas al señor junto a la irrigación de sus entrañas en una bolsita de mareo. Pero no hubo agallas para la eutanasia o el sacrificio.
Nos regresamos a Houston con la cara de Bety la Fea. Al llegar ya esperaban al enfermito tres paramédicos que entraron con una camilla y tanque de oxígeno, pero sin las importantísimas halls. Cachetearon dulcemente al vomitador quien fingía estar desmayado para poder aguantar la vara de la vergüenza y luego lo sacaron con la amabilidad templada de los que contienen la ira a base de sicoanálisis.
Más tarde entraron los cleaners cargando maquinaria de ghostbusters. Accionaron una aspiradora, desmantelaron los asientos contaminados por el jugo intestinal, rasparon, extrajeron y fumigaron con un químico que apenas empeoró el aire. En 15 minutos dejaron esa fila de asientos impecable, como para usarla de pesebre la próxima Navidad. Se veía tan limpia la zona del crimen que ahora, a los abusados de los alrededores, nos hubiera gustado rifarnos el privilegio de acostarnos ahí, pero nadie se animó porque, aunque oliera a amoniaco, la memoria corta nos recordaba que aquélla era aún la tumba restaurada en la que vivió y murió una vomitada anaranjada.
El avión volvió a despegar con menos un pasajero. La ceremonia duró 50 minutos; yo perdí una cita de trabajo y la chava de a lado su conexión a Múnich.
6 comentarios:
JAJAJAJAAJAJ... Ah cómo me histe reír!!! Qué asco!!!! Y la che bolsa de mareo... ¿¿¿dónde estaba??? Creo que cuando eso pasa no reaccionas... siempre me he preguntado cómo usaré una de esas si se me presentara la urgencia. Noooo, yo me hubiera bajadoooooo en ese instante, soy rete-maricona para ver, oír, oler gente vomitando.
Buen Post. Mister.
Besos a tí y a Mateo
http://sailing-nena.blogspot.com/
Pobre señor.
Yo cada que veo a alguien vomitar, vomito. Me da mucha pena pero es verdad. A lo mejor piensan que quiero quitarle escena al enfermo pero no, simplemente me da asco verlo o hasta simplemente escucharlo. Ni se diga cuando alguien me da una bolsa y me dice que es para los vómitos, en ese momento me imagino los líquidos tan horrendos y vomito. Soy un desastre al viajar.
Saludos!
jajajajaja.... STOP THE PLANE!!! JAJAJAJAJA
ASSKER!!!!!
YO,COMO LA SEÑORA SANCHEZ,TENGO LA HABILIDAD DE GUACAROCKEAR EN CUALQUIER PARTE Y SEGUIR LA PLATICA COMO SI NADA HUBIERA PASADO, DE HECHO CADA VEZ QUE TOMO EL AVION, BAJO COMO UN KILO Y MEDIO PORQUE NO DESAYUNO Y NO PRUEBO ALIMENTO HASTA NO ESTAR EN TERRAFIRME....YO EN TU LUGAR HUBIERA EMPEZADO A GRITAR CON FUERZA.......TRUKKKKKK!!!!!!!!!
que bella anecdota, como para contarla en alguna boda para romper el hielo
Gracias gracias mi apetito acaba de cerrar la puerta... cuando tengo algun antojito voy a leer este post para que desaparezca
saludos,
Monserrat
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