Antier, por primera vez en su vida,
Mateo dijo chocolate en vez de "
cocholate". Poco a poco, mi
hijo comienza a darle buen tránsito a las
consonantes y se adapta a la
aburrición de lo correcto.
Después de decir
chocolate con todas sus letras en orden,
Mateo comía papas a la francesa frente a una televisión en donde una
ballena era descarnada. El bisturí gigante hacía que las
tripas del animal se desfondaran entre chorros de agua salada, pedazos de
estómago y grasa, mientras los hijos de los
pescadores brincaban en el lomo del cetáceo
muerto.
-¿Qué le está pasando a esa ballena?-, preguntó
Mateo con la carita hecha un
angustiado signo de interrogación.
Como no queríamos que la
pixa se enfriara abundando en conceptos trilladísimos de
tanatología animal, le pedimos a la encargada del
restorán le cambiara de canal. La brutalidad del
National Geographic fue reemplazada por un cerrado juego de
tenis (6/4, 4/6, 6/6). Terminamos de comer y no pasó
nada. Mateo dejó de
preguntar.
Ahora los
invito a visitar una tira de
Mafalda en donde aparece
Susanita leyendo en el periódico puras
malas noticias: pobres, hambruna, guerras,
matanzas, derrames petroleros y toda esa mierda
made in human being. Al final de la tira, la
agobiada niña que soñaba con casarse para tener muchos
hijitos, cierra el periódico y exclama aliviada: "Por
suerte el mundo queda tan, pero tan
lejos".
Durante muchos años Monterrey fue
Ciudad Susanita, estaba como blindada, ciega, distante de ese mundo "
lejano" de nota roja
generalizada, ajena al fantasma de la
violencia que hoy se aparece en
todas las casas. Sus habitantes vivíamos más preocupados en
clonar modas gringas que en sacar la vuelta a
retenes de armas largas.
Teníamos, claro, nuestras
vergüenzas de rancho grande: poco arte, pocos
conciertos, oferta gastronómica exclusiva de
asador, poco
criterio (
Di NO a la película La Tarea), etc, pero en Monterrey se caminaba de
madrugada y se cortejaba en las calles más
jediondas sin pensar en el
peligro. En otras palabras, el regiomontano de antes podía morir de
aburrimiento, pero rara vez de un
balazo.
Con
excepción del borracho que le guarda un fierro a su compañero de
peda, el monstruo
pederasta que viola a su hijastra, el
calor ojete, sequías, juniors
mamones o devaluaciones, los habitantes de esta tierra
amontañada no sufríamos mayores
sustos. El mundo quedaba tan
lejos para nosotros.
Con los años, la tragedia a distancia que
Ciudad Susanita leía sólo en los periódicos se metió a la vida de
todos los regiomontanos. Invadió el
narco, la corrupción
nuestra y ajena, el nulo ejercicio de la
ley, pero sobre todo nos fue ganando la
impotencia, la güeva, el desinterés, el miedo, la
apatía, el no saber por dónde
empezar y el mejor me
largo de aquí porque quedarse es como quedarse a
recoger los platos rotos, la sangre y las mesas
quebradas después de asistir a una
batalla campal.
Dos
amigos en dos reuniones recientes me han dicho que ven muy cercana la idea de
mudarse y yo no tengo otra reacción que darles la
razón. Algún día tendremos que
explicar a nuestros hijos los
motivos que tiene el hombre para cazar ballenas y
descuartizarlas para obtener beneficios
comerciales, vamos a tener que hablarles del
triste, ¿necesario?, uso y
abuso que les damos a los animales, pero
peor me parece que un día tengamos que explicarles lo que significa un toque de queda, un
secuestro, un cártel, un cuerno de chivo, una granada, una
masacre, un moche.
Hay dos
escapes. Uno es largarse de aquí, empezar la vida en
cero, sacar a patadas la nostalgia, -
si la hubiera todavía-, que te produce
abandonar el lugar en donde naciste o te
enamoraste. El otro escape es
internarse en la inocencia de los que dicen "
cocholate", pero ese escape dura mientras los hijos
crecen, y -
lo más importante-, las delicias de la vida no deberían ser un
escape que usamos para
soportar vivir entre los
escombros sangrientos.
Ciudad Susanita está espantada porque el "mundo" se le vino
encima. Tan ocupada antes por las apariencias de la siempre fotogénica
burguesía, ahora no sabe cómo hacer para vivir entre los
marginados que prefieren el dinero ilegal por
rápido, entre la injusticia, entre la
mota no como esparcimiento sino como negocio
mortal, entre los congales, las redadas, las narcofosas, los
levantones, las extorsiones, los casinos con club sanduich incluido, el
miedo que no anda en burro sino en una
Lobo.
O quizá vivimos en una
Ciudad Ballena. Nos han pescado. Intereses económicos nos
destripan, nos extirpan las
entrañas, nos quitan la esencia, la
vida, mientras los narcos, los políticos ratas, los expertos en
moche, las tormentas tropicales y los ciudadanos
gandules nos brincan en el lomo
inerte.
Lo pinche-pinche de esto es que ya no le podemos
cambiar a la tele y seguir comiendo
pixa. El programa
policiaco nos incluye en su
casting y nosotros
no tenemos acceso ni decisión en el
guión. Un día nos va a
tocar, estamos seguros. El regiomontano actual
depende solamente de su
suerte. Sea buena o sea
mala.