jueves, 31 de diciembre de 2009

Y tu nieve...

De puntitas, Mateo elige lo que quiere derramar en su nieve de yogurt, pero como no alcanza a ver si aquello de allá son cacahuates o chococrispis me pide con las manos alzadas que lo cargue. Yo lo miro desde arriba mientras enciendo la memoria de mis brazos que esperan cargar un pájaro de huesos huecos, pero al instante compruebo que la criatura ligera no es tal pues ahora tiene vísceras de rotomartillo y sangre de mercurio. Mientras el copete del helado es bañado en chocolate, mi cuello, mis hombros, mi tronco y mis piernas se cansan de sostener al pequeño bulto de cemento animado. Al momento que Mateo recibe su postre da un pataleo suave para que lo baje; enseguida dispara su lengua en metralla contra la presa fría y se larga de ahí sin darme las gracias.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Cartas al Profesor X: El primer día del resto de.

Diciembre-1994 (Fin de cursos)


DE AQUÍ.-

Hablamos del sistema, de finales y no finales felices, de ellas las que mal pagan; se lloró por dentro, nos confundimos juntos, charlamos escribiendo.

Vimos que somos hechos de partes. Que según queramos damos importancia a tal o cual, que se trata de balancear. Hablamos de héroes (seres inadaptados), de mártires, de que el infierno son y no los otros... Y, sí, también aceptamos que tenemos algo de masoquistas, tal vez lo más.

Coincidimos en que el dolor nos empieza a crear adicción, pero no queremos hacerlo un estilo de vida. Se habló tanto entre líneas. Pero es cierto, la vida sigue "y naturalmente brota para darse". Aunque sintamos que el diablo anda suelto y que el suicidio no es una lo-cura sino la-cura definitiva. La vida sigue.

En aquél salón sonarán otros ecos, bailarán otros chongos, serán abiertos otros escotes por otras imaginaciones, despertará otro ingeniero del letargo inducido por discutir pendejadas, aburrirá otro chilango, le pegará a la mamada otro abogado, callará otro comunicólogo, se torcerá de impotencia otro profesor.

A simple vista nadie echó raíces, todos como a sus libros cargaron su alma y la llevaron a perderla a otro lado; todos con cierta apatía dejaron allí tirados dos o tres traumas y salieron limpios en la cateada social cotidiana. Alguien más dejó una colección de bostezos.

Pero yo tengo mi espinita clavada, transformación última de la pinche esperanza que muere al último. Tengo mi espinita, te digo, porque yo creo que aprendimos algo, falta ver si lo aprendido se puede aplicar diariamente en el máscara contra máscara de esta ciudad. Pero creo que sí aprendí, aprendimos.

En lo personal, dejando a un lado el optimismo clonado a fuerzas, se enciende una idea que me emociona, un pensamiento que me seduce bruscamente y que no quisiera escribir para evitar la atmósfera entusiasta tipo boy scout. Esta idea nueva que me gusta adoptar desde hoy es ésta: me la aviento, le entro, vivir vale la pena.

Estaba empezando a dudarlo, pero es un hecho, sí me la juego. Lo puedo sentir.
Ojalá dure.

DE ALLÁ.

Dura mientras el ánimo, el aliento duren.

Las clases se terminan, los cuadernos se cierran, las carreras se abandonan, las parejas nos dejan, los trabajos no se consiguen y cuando se consiguen se cambian. Pero la vida, esta pinche vida continúa. Con nosotros o a pesar de nosotros.

¿De cuáles quieres ser: de los que se dejan llevar y son manejados por un modelo -de vida feliz o de sufrimiento justificado-, o de los que transforman su modelo para ser y disfrutar más de la vida?

Cada día tienes que decidirlo, hasta que el aliento te dure.

lunes, 14 de diciembre de 2009

A mis amigos Rayados

Tengo dos amigos Marios, y los dos son Rayados hasta la próstata. Yo le voy a los Tigres, -pero no soy anti Rayado-, aunque a veces también me gustan los Pumas, las Chivas, el Puebla... Los únicos equipos en donde jamás he depositado mi simpatía son el América y el Toluca.

Se oye muy raro decir esto, pero la realidad es que yo le voy al buen futbol y a los buenos futbolistas. Decir esto es como no asumir una postura y no casarse con una camiseta ni con una institución. Yo sé que quedo como un aficionado comodín, y pues, que así sea porque así soy.

Ayer y el jueves pasado vi a los Rayados jugar un futbol perfecto que ya merecíamos ver cualquiera de los habitantes de esta ciudad hoy tan de moda por temas extra cancha como el narco. Las victorias bien ganadas inspiran; no hubo en ambos juegos trampas arbitrales o por parte de los jugadores que tendieran el marcador para uno u otro lado. Por primera vez en mucho tiempo el aficionado regiomontano no puede endosar su gozo o su amargura al criterio de un silbante, sino al buen desempeño de un equipo.

Necesitamos más ejemplos de esto, de gente que gana "a la buena" frente a un rival igualmente íntegro. Todos los días vemos a la maña hacerse patrimonio nacional y por eso de vez en cuando confiar en el buen uso de las reglas es aire fresco. Sin ser Rayado me siento inspirado por un equipo que supo cargar la copa por méritos propios.

Me quedo además con dos detalles. El primero: Aldo De Nigris diciendo que le dedica el Campeonato a su hermano Toño porque es el hombre más Rayado que conoce. Me gusta cuando la gente habla en presente acerca de sus muertos.

Y el segundo detalle: Chupete Suazo bajándose un poco el short cuando se quita la camiseta en el último gol. Lo que hizo el chileno forma parte del secreto cosmético mejor guardado de los hombres lonjudos quienes sabemos que el cuerpo se nos ve más estiloso cuando bajamos un poco el canelo a la altura de la pelvis. Ese engaño visual desaparece nuestras llantitas(totas) levemente.

A mis Marios, a mi suegro, a todos los Rayados: ¡Felicidades, cabrones!.

AVISO.- El miércoles publicaré la última Carta al Profesor y luego daré pie a la dinámica habitual de este blog. Whatever that means.

ROLITA.- Cada vez que veo una alberca vacía me acuerdo de esta canción.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Cartas al Profesor IX: Raíz y flor

Noviembre- 1994


DE AQUÍ.-

¿Para qué chingados sirven las pinches riquezas? Estoy rodeado de gente joven que se inventa metas económicas para darle sentido a su torpe crecimiento, pero el club de los huevones nos rehusamos a vivir en base a una meta, una llegada, un ideal de clases. Lo que nosotros manejamos es la palabra sueño, pero sí, dudo mucho en que haya diferencia entre todos esos términos.

Nuestro sueño no tiene que ver nada con el american dream tan regio dream que es; tiene más que ver con una fuga, con encontrar la felicidad estando lejos de aquí, ausentes, con un empleo poco demandante para no tener que cuidar mucho, hay que decirlo sin pena: vivir de panzaso en el autoexilio.

El sueño consiste en no pertenecer a algo (¿volvemos al eterno problema del sistema y yo?) con la inocente convicción de poder así vivir en todos lados y hacia todas las direcciones. Pero caemos en un problema: somos soñadores cortados a la antigua, de los que esperan cumplir su sueño pero ya con el estómago satisfecho con los fideos de mamá. Carecemos de la valentía y el desapego del joven europeo, el canadiense o el gringo. Nuestra aventura está diseñada más por una agencia de viajes que por el azar.

Presumimos tener "hambre" de aventura y de escape, pero nos duele mucho dejar la cuna. Nos quejamos y no queremos pertenecer a lo ya establecido pero a la hora de la hora tocamos la puerta del nido de sopa caliente y de tanque de gasolina lleno.

Hoy quiero pensar que el sueño va a comenzar, que la misma víspera de éste es ya soñarlo. Me veo en el futuro pensando en el yo que soy ahora calentando motores, secando las alas. Recordando la frase de la película Mediterráneo: "En tiempos como éstos la única manera de seguir soñando es escapar".

Pero todo esto lo piensa el Eugenio que dizque sueña o quiere soñar, pero el otro, el cortado a la antigua, ése se atormenta sacando la conclusión de que no se va a largar a ningún lado, que es mejor adaptarse a los vecinos de siempre aunque caigan mal, que es mejor sobrevivir en el espacio en donde le tocó nacer, que es mejor trazar una meta económica y trabajar sobre ella.

Estoy preocupado, en mayo termino mi carrera y estoy convencido que no quiero ser un galgo en el galgódromo sometido a las apuestas de los del palco. Pero por otro lado estoy consciente que las ganas que tengo de irme de aquí, de alejarme, de aventurarme en otras tierras, volar y volar, que todo eso puede ser sólo una farsa que me invento para no responsabilizarme de nada.

Se acerca el tiempo en que tendré que decidir a cuál de mis hemisferios le hago caso, cuál de mis dos partes se merece la prioridad y ésa será tal vez la decisión más importante de mi vida.

DE ALLÁ.-

Algún día hay que comprender que esas dos partes no son opuestas. Algún día hay que dejar de buscar qué es lo que las hace diferentes y empezar a ver qué tienen en común, en dónde coinciden. Entender que ambas se suceden y se cuestionan para crear una dinámica.

Cuando las sabemos parte de nosotros mismos y dejamos de jugar o de sobreponerles ideales sociales, modas, resentimientos, entonces las acogemos y nos sirven en nuestro crecimiento en vez de pensar que una traiciona a la otra.

Imagínate el pensamiento-raíz que se siente traicionado en su oscuridad, su vocación literalmente underground, su apego a la esencia-de-la-vida-ligada-al-lodazal sólo al ver la flor que muy oronda exhibe tal colorido seduciendo mariposas y abejas.

Raíz y flor son extremos de una misma vida aunque tiren para lados y sentidos contrarios.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Broders

Elegir a mis amigos es una de las pocas decisiones que no me cuesta trabajo hacer. Estoy convencido que escoger a quienes queremos sean nuestros amigos es el acto más puro de nuestra libertad.

Vean esta foto, par de viejillos, son Pato y Mateo (que trae la greña de Camilo Sesto). Salen abrazados, cómplices, como portadores de un chiste local que sólo ellos entienden. La magia de la imagen radica en que los dos aparecen celebrando el sencillo hecho de haberse elegido como amigos.

¿Qué se comparten las ballenas entre sí cuando se comunican en el océano? ¿Qué nos quieren decir las lágrimas de la tortuga que desova a medianoche en la playa? ¿Qué podemos aprender de la amistad que se produce entre dos niños de tres años?

Tuve un amigo en el kínder que se llamaba Micky (y no era el Mouse). Creo, hasta donde la memoria me alcanza, que él era foráneo, quizá chilango; pero de lo que sí estoy seguro es que en su casa comí unas espantosas coliflores empanizadas cocinadas por su hermosa madre que tenía el peinado de Farrah Fawcett... o para el caso el que manejaba Lucía Méndez en la telenovela "Viviana" de 1978. Aquélla sufrida comida en la que me pasé los pedazotes de coliflor con tragos de refresco fue la primera ocasión en la que un amiguito me invitó a su casa a mediodía.

Y eso es lo único que recuerdo de Micky.

Quién sabe si la amistad de Pato y Mateo sobreviva al fin de cursos, es muy probable que se pierdan de vista cuando sean inscritos en diferentes colegios y que dejen de verse hasta que dentro de 20 años jueguen para camisetas rivales en el fut. O puede ser que se sigan la pista hasta que la atracción por una misma damita los ponga a prueba; o pueden armar una banda de ska, romper una ventana a pelotazos, compartir el asiento de una granadera, el pico de una botella, las páginas de una tesis, la colilla de un cigarro. Quién sabe.

Por lo pronto me quedo con la magia de esta foto, sobre todo con la mano de Mateo trepada en la espalda de su amigo, esa mano que dice: Te he elegido a ti, me haces feliz, me caes bien, quédate.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Cartas al Profesor VIII: Optimismo

Noviembre-1994

DE AQUÍ.-

No me gusta la gente optimista porque es la misma gente que cree en los finales felices. Yo ni siquiera creo en el final, entonces, ¿cómo creer en el final feliz?

Me gustan las películas que no terminan en nada porque la vida no termina en nada. El final feliz del beso rosa pretende tocar la aspiración de muchos, y por consiguiente llenar la taquilla de un cine porque la sociedad de consumo está llena de románticos que no saben (sabemos) en donde más gastar el dinerito, ni calentar la esperanza de que algo bueno nos va a pasar en un ratito, en un año, en cinco, la próxima década... cuando seamos grandes.

Entonces, si pasa en la pantalla, ¿verdad que nos puede pasar a nosotros amorcito corazón? Ni madre, no pasa. La vida no es una película, no hay finales, con todo y que la gente tenga de moda eso de cerrar círculos.

Y me vuelvo a contradecir porque no puedo negar que también me gustan los finales felices, ¡oh!, ¿sí o no?, pero me cae mal que éstos duran tan, pero tan poco porque el final feliz de la película supone el reencuentro con nuestra vida difícil. Las buenas películas son tan crueles cuando las comparamos con nuestras limitadas personalidades. (Pero los límites de los personajes son los que nos identifica con ellos, ¿verdad?).

Uno quisiera llevarse entonces la película buena a su casa, enseñarla a hablar español y a comer con cubiertos, presentársela a los amigos como si fuera un familiar lejano, y con el tiempo lograr la confianza del reparto y del director para que nos inviten a vivir en la película misma; no importa, ahí me duermo en el catre, ¿que me aburro?, ¡nombre!, para nada, aunque me sepa el guión de ida y vuelta, y ya sepa qué decir y qué hacer.

¿Me gustan o no los finales felices? Ya ni . ¿Me caen bien los optimistas? No, esos sí que no.

El final es apenas cinematográfico, novelesco, eyaculatorio. Por otro lado, si según yo el final no existe y que las cosas solo cambian entre las líneas del tiempo, supongo también que todo se trata de un continuo desprendimiento. Nos desprendemos constantemente de modelos y patrones establecidos o vividos hasta que éstos se vuelven a poner de moda, y entonces el chavito se viste igual que su papá y la chavita le anda volando los vestidos color pastel a su madre. Esos desprendimientos viejos junto con los nuevos agarres es lo que la gente llama(mos) final.

Desprendernos duele y/o alivia, como sucede también cuando queremos volver a encajarnos. Me queda claro que en este intercambio de gozo, de placer, de dolor, de tropezar de nuevo y con la misma piedra, de desprendimientos y nuevos agarres, en medio de esta polvareda, se levanta el siguiente consuelo: Vivimos entre ángeles que a veces nos soplan al oído. (Este texto pretendió tener un final feliz y angelical patrocinado por Wim Wenders pero la verdad no supe cómo cerrar la idea...¿Para los flojos es más fácil no creer en los finales porque así nadie nos obliga a aterrizar nada?).

DE ALLÁ.-

Hay optimismos de evasión y optimismos de no nos queda de otra. Aun los amargados y los mártires nos cansamos de sufrir o nos toca un periodo realmente sin sombra y, ni modo, a disfrutarlo porque además adelante vendrán más periodos de oscuridad y hay que mantener el ánimo. Y eso son periodos agradables, brillantes, tranquilos.

No hay final, aun esta "reflexión" será continuada en otro espacio o en el mismo y ese consuelo se convertirá en certeza y en condena. Por eso persistimos, por estúpidos gozosos, porque por desgracia, la esperanza muere al último.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Cartas al Profesor VII: Pa' llorar

Septiembre-1994
DE AQUÍ.-

Como buen heredero del dicho "los hombres no lloran" tengo que conformarme con el inflamante consuelo de llorar para adentro. Es incómodo, las lágrimas se me escurren entre las vísceras formando estalactitas de moco, mientras mi cara se las arregla para poner gestos que van de la calma a la indiferencia a la tranquilidad.

Me muerdo un huevo, pero no lloro por fuera y provoco que el pecho se me hinche de vacío. Acumulo frustraciones inventadas o reales, tristezas a las que niego la luz del día y la luna de la noche. Sufrir por dentro es sufrir doble. Hace tiempo no lloro por fuera, la tristeza se me derrama adentro, puedo sentir cómo flota mi estómago entre el agua salada pestilente.

DE ALLÁ.-

La vida naturalmente brota para darse, para salir. Fluye incesante y cuando no sale es cuando se crean presas interiores, pequeñas contensiones que pretenden que no hay flujo, que nada sale, que somos una fortaleza infranqueable. Pero tarde o temprano se desborda o las paredes se desploman.

Nosotros escogemos ir por la vida pesados, tensos y con roturas rasgadas por todo nuestro interior, o ligeros gracias a que dejamos salir diariamente esas dos lágrimas que la vida se merece. ¿Hacerse el fuerte, para qué?

martes, 1 de diciembre de 2009

Cartas al Profesor VI: Ellas

11 Noviembre 1994

YO ESCRIBO.-

Quiero hablar de las mujeres hermosas que por mágicas nos convierten en unos cursis. (Ser cursi sin el yugo machista es un deleite exclusivo de los que disfrutamos el apendeje rosa del enamoramiento).

Hace años eché romance con ideas socialistas, pero hoy una mujer puede hacerme capitalista si sólo me deja olerle el cuello.

-"Lucharé por ti, dejaré de ser un don Nadie, te daré lo mejor, te convengo, fíjate, en serio"-.

Amigos me aconsejan proteger el corazón, (¡aguas!), pero otro número igual de personas me recomiendan dejar de temerle al compromiso. Un hombre precavido vale por dos, el hombre enamorado vale por una.

Justo en el salón de clases, un escote o un chongo apuntando al techo dejan al maestro incompetente. Justo en los pasillos de la universidad, apresurados siempre, relajientos, cacareantes, justo ahí vi a la mujer que me hizo olvidarme de mí. En esta historia me tocó ser el borreguito, en otras fui el lobo, y así la humanidad entera caza y es cazada hasta que borreguito y lobo se despojan de sus mamelucos para descubrir que debajo de la presa y del predador hay un hombre y una mujer miedosos, pero afines. Y entonces ambos se dejan de mamadas.

Volvemos a las relaciones de pareja. Monterrey te da permiso a tres tipos de relación: Noviazgo, amistad o movida. Todos los cariños, odios, pasiones, aprecios y desprecios tienen que ser encajonados en esos tres apartados. He conocido y protagonizado relaciones que recorren las tres casillas: Comienzan como amigos, le siguen de movida y terminan siendo novios. O al revés: Comienzan de novios, quedan como "amigos", pero pasa el tiempo y ya metidos en otras relaciones se convierten en movida.

Lo incómodo de esto no es la clasificación sino la exigencia social de clasificar tus relaciones. No puedes conocer a alguien porque ya tienes a la gente preguntando detalles. Maldita la burla del "se quieren y no son novios". Lo peor es que aunque no quieras, vas desarrollando una espantosa necesidad de reportar a otros el estatus de tus relaciones: "Apenas nos andamos conociendo", decimos al principio de cada oportunidad.

Me detengo a releer y descubro que debajo de lo que escribo está un chavo enfermo con el mal de la época: Miedo al compromiso. Una vez me enamoré pero no demostré estar listo para asumir un compromiso; ella deseaba pisar en sólido y se decepcionó de mi ligereza, de mis pies siempre puestos en arena movediza. Ella se enamoró de otro tipo que le garantizó seguridad, que le hizo contrapeso, que no temió al compromiso.

Creo que ella soñaba con el matrimonio y para mí el matrimonio es el fin del sueño. Sí, sí, sí, y luego sin ella mi "sueño" se hizo pesadilla.

Los que siguen (seguimos) el modelo de encasillar las relaciones aseguran que yo fui su movida, pero yo defiendo que ella fue mi amor, mi niña. Fue la razón de todo, la decepción, el carbón encendido con sabor a halls mentolitus, la mala vida que gusta, el salto sin paracaídas que no te mata pero te quiebra.


EL PROFESOR CONTESTA.-

Otra vez las relaciones de pareja. Yo para mí tengo que la ciencia, el arte, la filosofía, toda la méndiga cultura tienen en el fondo su explicación en ese querer entender, reaccionar, huir, sumergirte en un amor, en una relación, o en una forma de entablar relaciones.

Nuestro trabajo, todos los proyectos, todo el programa espacial de la NASA pueden esperar, pueden suspenderse y dependen de qué tan bien está nuestra búsqueda del amor.

"Mi reino, mi prestigio, mi carrera por una pareja", parece ser el grito que en silencio todos vamos pronunciando mientras caminamos entre otros que también gritan y a quienes no escuchamos.

Por ellas, aunque mal paguen, Eugenio.