Nosotros que practicamos el pasito de Michael Jackson hasta la ridiculez, que repasamos en la tele los saltos hacia atrás de David Lee Roth, que tiramos la babota con la batería giratoria de Tommy Lee. Nosotros, que envidiamos el peinado de Corey Haim, que (des)conocimos a Jim Morrison por culpa de Oliver Stone, que nos agitamos en el hip hop blanco de Beastie Boys y en el heavy metal negro de Living Colour. Nosotros, que descubrimos la importancia que tiene el bajo en una canción gracias a Adam Clayton y disfrutamos la agrura de una guitarra con INXS.
Nosotros que dijimos di que sí, di que sí, di que sugus, y que emulamos el escape de una motocicleta colgando un frutsi en la llanta de la bici. Nosotros que conocimos el mundo sin sida, sin reguetón. Nosotros lo vivimos, a nosotros nos pasó. Un día oímos Smells Like Teen Spirit y supimos que éramos parte de una generación sin otro himno que el grito armónico de Kurt Cobain ni otra distinción que la de ser la última prole predigital. A nosotros que habíamos sido tan de galleta oreo, nos empezaron a gustar las galletas de animalitos.
Recuerdo como si hubiera sido hoy la primera vez que escuché esa canción. Iba manejando el Atlantic rojo de mi papá rumbo a casa de Gabriel Machuca para hacer una tarea de la clase de Radio. La canción empezó justo cuando llegué a mi destino pero no me quise bajar del carro hasta que se terminó. En ese momento confirmé mis ganas de hacerme un uniforme basado en pelo largo, camisas de franela, suéters rasposos y camisetas a rayas estilo Beto y Enrique.
Pude haber visto a Nirvana en Vancouver en enero de 1994, pero no tuve el dinero para comprar el boleto ni los huevos para conseguir dinero para comprar el boleto. Recuerdo haberme consolado en que otro día, otro año, en otra ciudad los vería en vivo, pero pocos meses después se suicidó la voz de esta generación mía tan mal organizada.
Recibí la noticia de su muerte en los pasillos de la UdeM; no recuerdo a la persona que me la dijo, o si lo vi en la tele o si lo escuché en el radio. Sí me acuerdo que me senté un rato en las escaleras con la sensación de haber sido golpeado en el estómago. Me sentía muy triste, nuestro Ritchie Valens acababa de estrellarse pero en una avioneta muy distinta, con las hélices en forma de escopeta. Fue el día en que nuestra música murió. A varias personas les dije esa mañana que había muerto Kurt Cobain y a la mayoría le valió un poco madre. Al mismo tiempo me sentía ridículo por sufrir la pérdida de un suicida; ridículo y triste.
El 19 de septiembre se cumplen 19 años del lanzamiento de Smells Like Teen Spirit. ¿En dónde nos agarra este aniversario?
A mí me agarra en el momento en que siento que le he devuelto al mundo un poco de la mierda que él me ha regalado; he contribuido al dolor, y lamento en el alma que mis acciones hieran y afecten a los que viven de la puerta para adentro.
Me agarra también asustado porque hace algunos días vi de cerca, muy de cerca, el tránsito ilegal que sustenta el negocio negro que tiene podrida a ésta y a otras muchas ciudades. Temí por mi vida, aborté la denuncia.
Y me agarra muy contento porque los lectores anónimos tienen cara, y me pueden abrazar y me pueden decir que les gusta lo que escribo. Este saludo en forma de párrafo va para Miguel Flores que me reconoció por la barba en una estación de autobuses texana y dice leerme desde hace dos años. Qué chingón.
JUEVES MUSICAL.- Obvio, va una de Nirvana. No es la canción que inspira este post, pero es mi favorita.
Hello world!
Hace 1 mes