Me dejo engordar, pruebo toda clase de comida grasosa, revuelvo el puré de papa con el arroz y con el bolillo, me sirvo platos que son corchos para el colon; apenas termino el desayuno y ya fantaseo con la cena, siempre cabe otra botana, un taco extra. Luego, cuando cojo la toalla para secarme se me forma una entrepierna convexa que rodea el ombligo y noto que es hora de cortarle a la ingesta. Entonces me dejo adelgazar y regreso al hábito de masticar, equilibro los alimentos, aprendo de zona y de asteriscos, le hallo el lado al brócoli y sabor al chícharo, pujo para ver el espejismo de mis abdominales, agarro el pellejo sobrante y le tarareo las golondrinas. No pasa mucho tiempo para que me digan qué flaco.
Me dejo la barba, mido cada semana el pelo facial, me voy convirtiendo en hombre lobo o en talibán, apachurro el bigote de un lado a otro, lo pruebo y me sabe salado o a Activia de ciruela, me voy desconociendo, la gente me ve y apuesta que escondo una depresión. Luego, cuando me topo con el retrovisor, encuentro mi perfil bastante extendido y comienzo a cansarme de la perilla. Una noche voy por la rasuradora eléctrica y me entretengo rebajando lo espeso del pelambre hasta que poco a poco se asoma mi cara, me voy reconociendo. Termino como coreano lampiño, me paso la mano una y otra vez en la piel recién erosionada, sonrío y se me ven los dientes completos, me siento desnudo.
Dejo la tarjeta de crédito en ceros, pago todas mi deudas con el aguinaldo, durante unos días no le debo a nadie y camino sin enlodarme por el pantano del consumismo, me repito que estoy bien y que pocas cosas son las que necesito, duermo tranquilo, nadie me llama para cobrarme, me felicito. Luego, llega una tragedia, pasa un accidente, quiero unos lentes nuevos, se me antoja un buen pedazo de carne, se juntan los recibos o llega la factura de don Gas y doña Luz. Entonces comienzo a firmar a placer, con la confianza efímera de tener una tarjeta virgen dispuesta a ser mancillada, que pare eso son, ¿o no?. Me convenzo de que ahora si haré un uso inteligente de ella, pero en tres meses llego al tope del crédito y estoy sumergido hasta la manzana de Adán en deudas. El pago mínimo es una velita cumpleañera con truco, de esas que soplas y soplas pero no logras apagar. Para cubrir mi déficit me endeudo más pidiendo dinero prestado al banco que me lo da porque soy confiabilísimo.
Me dejo embriagar...
Hello world!
Hace 1 mes
8 comentarios:
Porque nunca le pongo atencion a Plaza Sesamo? Algo bueno he de aprender...nunca es tarde...
Me suena, me suena la historia... nomás la parte del bigote no.
(Y la de seguir siendo persona confiabilísima... yo soy persona non grata en todos los honestos y dignos establecimientos financieros. Tiene su lado bonito)
Saludos nuevecitos.
es el circulo vicioso nuestro de cada día :s....
feliz 2010 (otra vez ) E!!!
Tan sencillo que es. Di no a las drogas, paga de contado.
Yo me acuerdo mas de "cerca...lejooooooos"
Te envidio, yo me dejo engordar y asi me quedo!
te acompaño en el péndulo perpetuo...
ooh..parecia como si viera un cortometraje..
bueno..mm es la dinámica del consumismo, de todos modos los gustos cuestan y el gasto es..casi obligatorio..no creo que te agobies tanto..y si lo haces..con caaalma..y todo se pagará ..al menos eso es lo que yo quiero hacer..pagarrrrrrr!!
re bueno
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