viernes, 17 de junio de 2011

I grieve

Pienso en esa noche cuando el joven González cantó con el joven Castro una canción de Peter Gabriel en casa del joven Escobar.

Qué buena cantina a domicilio era aquélla. Tantas veces nos quedamos alargando los cds y la plática reincidente hasta que nos volvía a dar hambre o sueño. Yo dormí, o al menos cabecié, en esa casa muchas veces al estilo de la Pícara Soñadora: en las salas, los comedores, los antecomedores, los patios y el recibidor. A veces también en las recámaras.

Todos mis jóvenes huelen a 40, pero yo los recuerdo de 25.

González se formaba en paralelo con el sillón y hacía la segunda voz en la parte ¿feliz? que dice "life carries on and on and on", mientras que Castro, como el buen bajista que es, se agachaba una nota para sostener la de su compañero. Escobar tenía la importante tarea de ponerle play una vez más y de solicitar o proveer otra cerveza, de preferencia ajena.

Permítanme la cursilería pero yo supe que nunca se me iba a olvidar esa imagen desde que la vi por primera y única vez. Muchas ocasiones cometí la necedad borracha de parar en seco a mis amigos para decirles que cualquier sonsera iba a ser inolvidable, pero aquella noche no les dije nada.

Ayer volví a escuchar I Grieve. La puse como 11 veces mientras los ojos se me iban estrellando por extrañar a González, a Castro, a Escobar y un poquito también a Guzmán.

Estoy al revés. Las cosas tristes no me hacen grievear, si no las felices de la otra vez.

(Más información aquí ).

martes, 14 de junio de 2011

Temporada de festivales

A los ñoñazos de hoy (tururú, tururú) no nos interesa el de Cannes ni el de Venecia ni el de Morelia. Nos importa el de nuestros hijos, el Festival de Fin de Cursos, o más allá, el de Navidad.

Un día, el gran día, nos levantamos emocionados porque vamos a volarnos parte de la mañana viendo la coreografía de brinquitos que nos tiene preparada la sangre de nuestra sangre. (He comprobado que el 72% de los niños de kínder baila dando saltos y el otro 28% son niños que caen gordos porque sí se saben los pasos).

Para un Festival de estos, las mamases de los niños se ponen guapas, (¿han notado que ahora a las mamás las conserva diosito más y mejor? Y es que las señoras de antes eran señoras desde siempre y las de ahora parecen tener palancas con Peter Pan. No es queja).

Las misses también le echan más ganas, ¡se maquillan!. De hecho, las maestras de kínder se arreglan sólo tres veces durante el ciclo escolar: en cada uno de los festivales (verano e invierno) y en los "open house" cuando te presentan el plan de estudios. Ahí es cuando te das cuenta que la chava que recibe a tu hijo en las mañanas con la cara lavada y el broche tipo cuca recogiéndole el pelo todavía húmedo, es en realidad una chava atractiva. Írala, írala.

Ya apretados en el teatro todo es perfumería y rechinido de tripas. Los teatros y los auditorios dan un hambre brutal y también, al igual que las iglesias, producen mal aliento en la gente que no trae chicles. Es muy importante ir desayunado y enchiclado a este tipo de lugares. Llegas, te sientas, te saludas de lejos con el papá o la mamá de éste o aquella, o te sordeas viendo el programa mientras se te va olvidando taparte la boca cuando bostezas hasta que te avientas una mordida de cocodrilo con todo y ojo lloroso a lado de la abuelita de Santiago o de Isabela.

Después de muchos minutos durante los cuales la mayoría de los presentes deberíamos estar jalando, pasan la primera la segunda y la tercera llamada. ¡Y comenzamos!, dicen.

Tengo que recalcar que el kínder en donde juega y aprende Mateo es una institución económicamente sustentable para los papás. Por una cantidad muy cómoda de desembolsar, las maestras arman escenografías y vestuarios de diez. Y no es porque ahí esté matriculado el más pequeño y único de mis hijos, pero la verdad es que las producciones siempre me/nos sorprenden.

El tema del Festival de hoy fue el circo. Mi hijo apareció en el onceavo acto, ya cuando la Tripa Fest burbujeaba en el ático de mi estómago. Salió de mimo, un mimo divertido, guapísimo y suelto. Recordemos que hay tres tipos de niños en los festivales: los que se quedan tiesos (que tienen su encanto), los que bailan "bien" porque se machetearon los pasos (y que caen gordos) y los que se divierten en el escenario. (Peor voy a caer yo si señalo en cuál categoría entra Chimuelín).

Ni siquiera fueron 15 minutos de fama. Su estrellato duró lo que dura una canción, pero dio un muy buen show. (Y conste que a mí los mimos me molestan). Al final, Maga entregó una caja de bakuganes a nuestra encarnación compartida como premio por su simpático desempeño. Yo le llevé un chocolate Kinder Sorpresa (Hombres necios y tacaños que acusáis a la mujer sin razón...).

Mateo estaba feliz, luminoso. Y creo, sé, que todos estuvimos contentos. Con él, por él.

viernes, 10 de junio de 2011

A Dios le pido

Casi nunca nuestro trato tiene lagunas pero un día me quedé sin palabras con Mateo. Estábamos en el Wendy's, sentados frente a frente. Yo me encontraba desapareciendo -vía oral- una hamburguesa sabor al cuadrado mientras Chimuelín desollaba unos nugets.

De pronto ya no supe qué decirle ni qué preguntarle. Era mi hijo, con el que no importa qué se dice y menos qué se hace, y apenas me separaba de él una mesa, pero yo sentía que entre ambos estaba el Canal de la Mancha (por decir un número).

Ahora entiendo que en aquellos días estaba yo muy descobijado. La culpota al cien y verlo un día-sí-un-día-no me tenían muy triste y, en particular esa tarde, muy callado.

A partir de ahí me fui acostumbrando a hablarle a Dios acerca mi hijo. No le rezo, porque cuando recito el PadreNuestro generalmente mi mente se dispara sin rumbo; mejor le hablo a Dios de las cosas que me caen bien de Mateo, de sus ondillas. Le cuento como si ÉL no lo hubiera conocido desde siempre. Por puro miedo, conveniencia o fe, me acerco a un poder superior cuando me siento cucaracha expuesta al chanclazo.

Y sí jala. He visto cambios positivos; he notado a mi hijo menos ansioso cuando me voy y a mí menos marica cuando no lo veo. Mateo se ha acostumbrado a decirme: "Papi, cuando me visites quiero que vayamos a...". Es decir, en su cabecita ya sabe cuáles días lo visito y que son sólo para nosotros.

Pero sobre todo yo me siento mejor ecualizado. Entiendo que el valor que nosotros le ponemos a lo sagrado no depende de las corrientes externas ni de lo mierdilla que seamos o hayamos sido. Dios me da un zape cariñoso y me abre los ojos para que me dé cuenta que la relación que tengo con el Ojitos de Gargajo está sellada, pero que depende de mí que así continúe.

Todos los días le pido a Dios que cuide el corazón de Mateo, que le proteja su autoestima. Que bendiga la relación que tiene con su mamá; y la que tiene conmigo. Que me ayude a transmitirle seguridad en sí mismo. Que lo bañe de sol, que le sigan gustando los cactus. Que no se le esfume la inocencia con la adolescencia. Tantas cosas.

Rolita, por favor.

martes, 31 de mayo de 2011

lunes, 30 de mayo de 2011

Emmanuel

Iba yo a la iglesia y me hablaban de Emmanuel para referirse a Cristo. Pero afuera del templo Emmanuelle era una mujer, a veces rubia, a veces negra, a veces castaña, que coleccionaba aventuras sexuales alrededor del mundo. (Pornografía amable ahora disponible en horario familiar a través del Golden Choice).

Una tercera opción de Emmanuel era el Emmanuel cantante. Hubo un tiempo en el que yo fui más de Siempre en Domingo que de MTV (ahorita soy de Vh1 Classic) y, durante esos años, éste y otros intérpretes de la corriente emo-prehistórica me llegaban bien adentro. Sus canciones me tocaban el alma e incendiaban una nostalgia incomprensible porque yo extrañaba algo que aún no había vivido. Fui un niño melancólico que rechazaba a quienes me urgían a disfrutar la niñez como si fuera la única y última estación de la alegría.

Ayer, durante una plática de banqueta, alguien recordó las canciones de Emmanuel. A mí me gustan varias, pero hay una en especial que me picotea las lágrimas porque me devuelve al niño que fui: un flacucho obstinado en perderse la vida añorándola.
Y que tampoco se entienda que fui un infante azotado, pero sí.

En otro canal, Mateo me pide que le ayude a desenterrar una piedra. Con la lumbalgia echándome porras desde el hueso sacro, me agacho para comenzar las obras de remoción con mis dedos convertidos en mano de chango. Logro sacar la piedra en un proceso de tallón y raspado poniendo cara de buen papá pero por dentro estoy domesticando una que otra mentada de madre (pinche piedra, está bien enterrada).

Termino la misión y me reincorporo a la plática con mis amigos que entre lentes oscuros están viéndole las nalgas a la que pasa. Mateo llega a interrumpir y me anima a buscar un tesoro. Le digo que sí, que me lleve. Caminamos menos de dos metros y ahí está la señal del tesoro (¡justo como decía en el mapa!). Sin darme cuenta, mi hijo había puesto dos ramitas secas en forma de equis sobre el pequeño hueco que hasta hace cinco minutos ocupaba la piedra. El ex pedacito de caos se agacha, quita las ramitas y saca del interior dos o tres tréboles. -¡Mira el tesoro, papi!-.

Eso es la vida.

martes, 24 de mayo de 2011

Hall of Fame

Morrison



Gallagher


Iggy


Cobain

martes, 17 de mayo de 2011

Fragmentitis II

Me he convertido en un hombre que come barritas de proteína al mediodía y que lee informaciones nutrimentales en latas, cajas y bolsas. He descubierto que algunos productos tienen el empaque tan chico o unas muy pocas ganas de informar lo que venden, que no incluyen esta información y mejor te invitan a llamar a un cero-uno-ochocientos para preguntar como cuánto engordan unas galletas de nuez. Todavía no sé qué son los trans fat pero me empino con más determinación cualquier producto que asegura no tener estos o estas trans fat. Desde que supe que Brad Pitt tenía mi edad -más o menos- cuando filmó Fight Club, quiero lograr esos abdominales (pero sin tener que agarrarme a madrazos, my lord). Me derroto ante una jotería muy mía: me gusta el espejo.

El otro día vi Blue Valentine. La película es buena, buena. Ryan Gosling sigue siendo uno de los actores que mejor encarna eso que enamora al total de las mujeres: la seguridad varonil. Porque miren, uno puede estar seguro de sus virtudes o puede uno estar seguro de sus pendejadas, pero a las mujeres lo que les atrae es eso, la seguridad, la determinación, el coraje, (y a veces también nuestras virtudes y/o nuestras pendejadas).

Mateo es una chulada. Ahora trae la moda de ponerse un caracol de mar en la oreja para escuchar el océano. Si se topa a alguien en la calle inmediatamente le ofrece el tesoro marino para compartir la experiencia de alucinar un oleaje y una marea que no existen, (pero sí). Mi hijo es como un bufet que ofrece platillos de cielo, mar y tierra. También le apasionan los cactus y los pájaros. Hoy le regaló un pedazo de desierto a Belén por el Día del Maestro. En el camino me dijo que los cactus que tienen flores son mujeres. También me dijo que cuando en la calle huele feo es porque los mosquitos se echan punes.

Sepa la madre cómo cerró ayer el dow jones, pero el cajero automático del banco más fuerte de México me informa que mi saldo al día de hoy es de .22 centavos. Les pido de buena voluntad que me ayuden a cantar una bonita canción. Píquenle aquí.