Falta un mes y 24 horas para que Mateo cumpla ocho años.
Quién sabe si cuando él sea adulto se acuerde de sus primeros años de vida y de nuestra relación durante estos años.
Yo no me acuerdo cómo eran mis padres conmigo cuando tenía ocho años; a lo mucho conservo tres o cuatro alusiones borrosas de mi vida con ellos en los años setenta viviendo en el departamento de la calle Mississippi.
Si jugaron conmigo, me cargaron, me pusieron atención, me ignoraron o me nalguearon, simplemente no me acuerdo.
Supongo que hay una memoria emocional que se apega a nuestra alma más allá de la memoria de los los recuerdos.
Es decir, a lo mejor no tengo recuerdos de esos años, pero sí estoy definido emocionalmente por eventos que sucedieron durante ese tiempo aunque no me acuerde de ni madres.
Confío en que Mateo guarde en su memoria emocional los ratos en los que hemos crecido y aprendido juntos y que los traduzca (aún sin darse cuenta) en combustible (ganas) para vivir una vida útil y feliz cuando sea adulto.
Para todo lo demás existen las memorias pixeleadas de las fotos e Instagram.
ROLITA POR FAVOR.- Cierto día que estaba muy triste porque sus amiguitos del parque lo desafanaron por fallar un gol, expliqué a Mateo que todos tenemos en nuestro interior una flama y que es responsabilidad nuestra que ese fuego no se apague por mucho que el exterior nos eche aire. Ni tus amigos, ni tus papás, ni la tristeza, ni el miedo, ni un gol fallado deben apagar tu velita. Los niños que hacen bullying son expertos sopladores y desean con todas sus ganas extinguir tu pedazo de lumbre, pero tú siempre tienes el control de protegerla. Si eres capaz de conservar tu calor interior, entonces eres capaz de estar contigo y en ti mismo, que se traduce en bienestar y que no es otra cosa más que estar en/con Dios. Dios es bien-estar.
Hello world!
Hace 1 mes