Hoy fuimos en familia sin Chabelo a conocer el departamento en donde viviré hasta que se lo termine de pagar al infonavit, me gane el melate, o me muera. Lo que suceda primero.
Yuyo iba manejando, yo de copiloto y atrás, Mateo y Nene. Todos muy entusiastas.
- ¿Tiene parque el departamento, papi?
- Sí hijito, pero está medio silvestre.
- ¿Qué quiere decir silvestre?
- Que hay pura rama salvaje alta y árbol de la región sin podar.
- Mmm...¿y tiene juegos el parque?
- Sí mi rey, sí tiene.
Luego de que Yuyo se apanicó con algunas maniobras de la ruta y del tráfico, llegamos a la caseta de la colonia.
- Está bien bonito, papi. ¿Aquí vas a vivir?, ¿tú crees que vivan niños en esas casas?
- No sé si vivan niños, hijito, pero los buscamos.
Entramos al departamento y nos recibió una cachetada de olor a pintura fresca. Mateo corrió a escoger cuarto y llegó diciendo que el suyo era el que tenía baño.
Durante cinco minutos me convertí en una señora de Century 21 y me puse a señalar obviedades: ésta es la cocina, ésta es la lavandería, éste es un baño, éste es el otro baño, éste es el cuarto principal, éste es el de Mateo, ésta es la salacomedor, ¿no es tan chica, verdad?...
Mis oyentes vieron todo con atención y me dieron por mi lado.
Luego vinieron las necedades típicas del propietario principiante: ésta parte de la barra la quiero cortar para que quepa un refrigerador grande, esta pared la quiero pintar de otro tono, estas puertas del clóset las quiero cambiar, a lo mejor no compro comedor...
- Papi, ¿puedo ir con Yuyo al parque?
- Sí mijito, vayan.
Me quedé solo con Nene. Yo seguía futureando con muebles que aún no tengo. Pasamos algunos minutos boceteando la mejor manera de colocar un sillón inexistente en una esquina imposible.
Cuando salimos escuchamos el lamento clásico de los columpios oxidados. Mateo dándose vuelo, con las piernillas en flecha y el pelillo explotado de aire. Yuyo atrás con cara de bofe.
El parque del que les hablo es como una loma que remata en lo alto con columpios, bancas y resbaladeros viejos. Mateo se bajó del columpio, caminó unos metros y lo vimos arrancarse colina abajo corriendo, confundiéndose con la crecida yerba silvestre del parque sin mantenimiento. Venía sonriente, trotando en brinquitos, como las niñas del programa de Los Pioneros.
Subió y bajó tres veces.
- Papi, ¿crees que pueda traer a mis tortugas a este parque?
- Claro que sí hijito, estarían muy felices.
Sentí que en mi pecho no cabía más felicidad: mi hijo estaba haciendo suyo aquél espacio, incluso parecía llevarse con el entorno mejor que yo, le puso su firma, su sello; marcó su territorio.
Nos fuimos de allí igual que como llegamos. Pero mi biografía había subido ya un escalón.
Por la noche compartí esta anécdota con la Señorita Pompidiú y me dijo algo con lo que cierro:
- Tus papás deben estar bien orgullosos de ti; de cómo te caíste y te levantaste en versión mejorada.
Hello world!
Hace 1 mes