En esta parte de México, el mar existe sólo en la ventana.
Disfruto los tres o mil azules del caribe apenas de lejos. Es una mentada que hagan un evento de trabajo delante de tanta belleza inaccesible.
El traje de baño reclama su debut, pero la hora de tocar la arena nomás no llega.
Poco menos de una semana sin ver a Mateo me llena la mente de culpas que parecían superadas.
¿Y si lo mejor de su vida sucede justo hoy que estoy lejos?
¿Y si me pierdo otra de sus grandes revelaciones?
Perseguido por los demonios del papá desertor y la inevitable sensación de que lo extraño un chingo, le marco a su casa para saludarlo.
-Hijo, te quiero mucho, te extraño mucho, cómo estás, qué dices, qué haces, mándame un beso...
Mateo me platica que Carlitos -su tortuga- por fin hizo popó y que no hay otra novedad que valga la pena ser contada a larga distancia.
Colgamos con sus adioses tropezados con los míos.
Regreso a la pantalla, al café negro y al ojo vidrioso de tanto escribir, leer, revisar y corregir.
Afuera, otras cien olas se me van.
Hello world!
Hace 1 mes