Me gusta cuando Karla usa zapatos altos porque camina como si estuviera escalando el piso, como si subiera una pendiente en formato horizontal. Me gusta cuando Mateo me incluye en su cosmos de plastilina y cuando me sienta en su corazón para platicarme lo que produce el hongo azul en los brincos de Mario Bros. Me gusta ser el papá de cariño de dos niños muy ocurrentes que me dan un sitio especial en sus días y me confían a su mamá. Me gusta la presencia incondicional de mis amigos a través de las décadas.
Me gusta el chocolate, la lasaña, los pasteles, la carne asada, y, dependiendo del humor, también me gustan las pasas. Me gusta la queja ronca de mi moto. Me gusta que hoy quiero más y mejor a mis papás. Me gusta que Irene tiene una vida lejos de este país que es un basurero y un tesoro al mismo tiempo. Me gusta el acento de mis sobrinas. Me gusta el futbol cuando hay Mundial. Me gusta el dolor del ejercicio con pesas y el olor del ejercicio entre sábanas.
Tantas cosas me gustan ahora que vivo en tiempo real.
Durante veinte años dependí de las pausas y las prolongaciones que brinda el alcohol. Muchas veces intenté, sin éxito, orquestar los mundos paralelos que me abría la borrachera, fuera ésta social, de barra o de buró. Nunca pude noquear una cruda, una culpa o una laguna mental. Tantas veces fui un súper yo a medianoche y un simio a las tres de la mañana. Me extravié hasta lo absurdo en los requintos de mis canciones favoritas. Regresé y volví a poner play a todo tipo de necedades. Me compré la idea de que el escape etílico es la única manera de pasarla bien en esta monótona ciudad atrapada por cerros.
Incontables noches gané un montón de conocidos, regalé un montón de abrazos a gente que no me importa y desperdicié un montón de horas de sueño. También me divertí a tope. Me enredé en deliciosos debates tipo espiral sin fondo. Reí y fui reído. Toqué el alma milagrosa de algunos amaneceres y, en cierta forma, sentí a Dios en embriagadas meditaciones.
Hoy, hace dos años, paré el tren; dejé de tomar. Me cansé de vivir con el piloto automático, pero más me cansé de dar y de darme explicaciones acerca de mis actos. Me cansé de arruinar mis relaciones, me cansé de sacar el trabajo con la reserva de mis neuronas, me cansé de las fugas sin mapa, pero más del desconcertante y espeso retorno a la realidad desde la cruda. Me cansé de la dependencia en el alcohol para "funcionar" en todos y en ningún nivel.
Así como el amor es una decisión, buscar el bienestar, la salud, la integridad, también lo es. Hoy decido sentirme mejor, hoy decido vivir a todo color pero sin caer en la tentación del high definition que prometen todas las drogas, el alcohol, el redbull, lo que sea.
Hoy, mis pocos escapes son conscientes y duran lo que tengan que durar. Sí, he dejado al personaje atrás, podrán verme ahora como un aburrido, pero no cambio la más increíble de mis pedas por el día de hoy que me siento entero. Bendecido y entero.
Cuando te sientes así, no necesitas más aplausos que el tuyo.
Hoy me entrego a la mujer desnuda y dejo que Johnnie Walker siga caminando hasta que se dé en la madre.
PUNTO Y APARTE.- Si liberaron a Florence Cassez porque la AFI montó un espectáculo a la hora de arrestarla, (y no porque fuera inocente), al rato nuestras "autoridades" van a soltar a "La Barbie" por aquélla espantosa camisa Polo que traía cuando lo pescaron.
La justicia en mi país es otra buena razón para irse al pedo, pero yo ya no me subo a ese carrusel.
Hello world!
Hace 1 mes