El añito se me fue en un pedo. Apenas ayer me estaba poniendo la camisa de cuadros azules y el chaleco tipo Marty McFly para despedir el 2011, y ahora, en unas horas, voy a decirle adiós al 2012 entre la indigestión y el bostezo.
Doce meses después básicamente sigo siendo un hombre al que le gusta comer, dormir y estar con su Mujer. La paternidad me sale muy bien, a ratos; el trabajo, también. Este año en el que todavía circulo me enamoré como un pendejo, literal; me diversifiqué en la chamba, atestigüé el cambio de rostro de Mateo, viajé en una bici sin pedales y rechacé innumerables invitaciones a la barra.
En general me recuerdo callado. Me apegué a esa enmienda de la constitución humana universal que dicta que las no news son good news. Si no tuve mucho qué decir, será porque no había mucho qué decir y más me vale traducir eso en que estuve tranquilo.
¿Por qué, de niño, me daban miedo esos cuadros en donde los payasos lloran? ¿Los payasos tienen que contar chistes para no llorar? Ah, cabrón, ¿los payasos son miserables? Sigo debatiéndome entre esa dualidad nefasta: por un lado soy insatisfecho crónico y por otro me conformo con un plato de croquetas. Soy perro de sillón que aspira ser ovejero. ¿Quieres ser o quieres querer ser?.
Soy feliz a mi modo e infeliz al mismo. Me reconozco este año haber logrado un mérito mayúsculo: ya no vivo en el pasado, no extraño el pasado y no quiero nada del pasado que no sea -de vez en cuando- escuchar música de los noventas, ver fotos de mi hijo cuando era bebé y tener contacto con familia y amigos de siempre. Por lo demás, el pasado (el mío) se puede ir al remolino.
Sé muy bien que yo no soy estos renglones, mi vida no es este blog, así, con las mismas fuerzas en que ustedes pueden asegurar que su muro en facebook no los define (del todo). Nos chifla que nos pongan enfrente cualquier micrófono, cualquier cámara, cualquier lápiz, cualquier red social, cualquier tribuna, cualquier auditorio. Como los bebés que se reconocen frente a un espejo y es hasta ese momento en el que se dan cuenta que existen y son; así vamos por la vida con nuestros espejitos digitales tratando de encandilar al vecino para gritarle en voz baja: oye, existo, mira mi vida, qué tal.
Se me acaba la mecha pero todavía tengo mucha. Todas las gracias a Dios por este año viejo.
Sin ceremonias y sin kleenex deseo a quienes esto leen que se la pasen muy bien hoy a medianoche.
Hello world!
Hace 1 mes