Durante las últimas semanas le noté un
tic. Uno nuevo. De vez en cuando se pasea la mano alrededor de la boca, como
limpiándose la baba pero sin baba. Su manita trapeando sus labios secos. Y yo acá, papá semi ausente sospechando que es mi
culpa cualquier alteración de su sistema nervioso. ¿Será ésta una maña pasajera?, o, ¿será otra representación de la ansiedad de
Mateo? ¿Manifestará el
ex pedacito de caos la confusión por la distancia paterna de esa forma, así, pasándose una mano sobre la boca como lo hacen los
vikingos cuando acaban de escupir? Nos estacionamos en una piñata de
Spiderman a la que mi hijo llegó disfrazado de
Iron Man. Llegó con el puño por delante y con la greña de colegio laico por detrás; con la boca convertida en una turbina de saliva, con las piernas flacas, con las bermudas de niño antiguo.
Mateo fue una avalancha rubia de ojos verdes que aterrizó en un montón de niños que lo recibieron entre incómodos y contentos, como podríamos recibir a un familiar intruso que nos lleva
pizza a la puerta de nuestra casa. Durante un rato la
pelusa de niños compartió el mismo pedazo de sol mientras yo expropié la sombra de un encino. Me senté en el jardín para destilar cómodamente la
aburrición. A lo lejos (
ni tan lejos) había una concentración de mamases, jícamas, frituras y pendejaditas chinas. Luego llegó un acróbata nalgón vestido del
Hombre Araña y se puso a echar piruetas muy cerca de donde yo echaba güeva en flor de loto. El nalgón en spandex nomás fue a terminar de alterar a los niños haciendo una rueda de coche por aquí, un salto mortal por allá, lagartijas a mano alzada y maromas a sueldo. Poco más tarde, "
Speedorman" tuvo una peor idea: organizar carreritas. Y allá van los infantes y allá vienen. En cada meta, la turba con dientes de leche se enfrascaba en los debates propios de las competencias a su edad: yo gané, no, fui yo, no cierto, yo gané, tú perdiste, hiciste trampa, etc. Entre las discusiones no faltó el niño
llorón... y esa tarde el niño llorón fue mi
Mateo. El más pequeño y único de mis hijos corrió hacia mí todo desvencijado y usó su último aliento para decirme entre sollozos que él quería ser como
Marcelo. -
Pe. Pe. Pero, tú eres Mateo, ¡qué padre!- le dije.
-¡Pero yo quiero ser como Marcelo porque él siempre gana!- me contestó.
-Pero tú también puedes ganar- insistí.
-Pero yo quiero ser como Marcelo- confirmó. Sí, el role model de
Mateo es un niño que se llama
Marcelo. De acuerdo a mis primeras investigaciones
Marcelo es más rápido, más grande, más fuerte, más lo que sea. Además, tiene un hermanito y para
Mateo eso fue una cualidad muy atractiva. Mi hijo, que ha querido ser
Mickey Mouse, el
Pato Donald y
Iron Man, ahora quiere ser
Marcelo. El llanto se extendió por algunos segundos bajo el encino de la tarde triste. Y yo me acordé de todos los amigos míos que he querido ser. Todos los cantantes que he querido ser. Los criminales que he querido ser. Los vecinos que he querido ser. Los personajes de película que he querido ser. Los pretendientes de las mujeres que posiblemente me amaron que he querido ser. Los hombres ricos que he querido ser. Los intelectuales que he querido ser. Los
Marcelos que he querido ser. Así nos quedamos un rato
Goofy y
Max, pensando cada uno en sus
copy/paste pendientes e imposibles. Luego nos levantamos a cantarle las mañanitas al festejado. El resto de la tarde me dediqué a observar al tal
Marcelo y la verdad yo no lo encuentro tan fascinante (
aunque su cazuela está chida). Antes de irnos, la respuesta del
rompecabezas quedó al descubierto cuando
Marcelo levantó su mano derecha e hizo exactamente el mismo
tic que le he venido descubriendo a
Mateo las últimas semanas. Con sus dedos, el niño recorrió su boca como haciendo un ocho varias veces. Noté entonces que
Mateo le copia hasta los tics a su admirado compañerito, pero, ¿qué no somos todos así? ¿Quién en alguna ocasión no ha levantado la ceja y arrugado la frente como lo hacen
Robert De Niro y
Vincent Cassel, por ejemplo?