viernes, 22 de abril de 2011

Cuéntales cuando eras telenovelero

Sí, mucho grunge según tú.
Mucho lado oscuro de la luna.
Mucho cine de autor.
Mucha lectura existencial.
Mucho gusto alternativo.
Sí, ajá.

Pero cuéntales cuando eras un puñetín telenovelero. No te hagas. Diles cuando ponías a la mamá del Sebas a grabar en la videocasetera capítulos de Quiero Gritar tu Nombre y luego hasta regresabas las escenas en donde la deliciosa de Cristina Alberó salía más guapa. Wow, esa actriz argentina que usaba el peinado de Farrah Fawcett y que en la entrada de la telenovela sale manejando un Renol como el de tu papá, pero en color azul vainilla. Y cuéntales que te gustaba cuando sale del carro y se recarga en la puerta para poner cara de "tómame una foto, ché".

Ándale, platícales que admirabas cómo el actor Antonio Grimau (que se parecía mucho a Tomas Boy) le tiraba la onda a la Alberó. Diles que te gustaba que él le dijera a ella "negrita" y que tú puñetinamente soñabas el día en que tuvieras una mujer así de guapa para decirle "negrita". (Antes de que la palabra "negrita" inspirara un albur tremendo).

Cuéntales que te gustaban los besotes que se acomodaban y que hasta pusiste en cámara lenta uno de esos besos de lengua para revisar el hilito de baba que colgaba entre ellos. Y platícales también que mientras hacías tarea cantabas la rola de la entrada con todo y cara de intérprete del Festival OTI.

"Mujer, amante, y siempre amiga", te gustaba esa parte de la canción, diles, diles.

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Pues sí, les cuento: me gustaban las telenovelas. No vi muchas, pero las que vi me gustaron mucho. Tengo años, décadas, de no regresar a ese vicio. Pero sí, también fui aquél.

VIERNES (SANTO) MUSICAL.- Al Sebas, por supuesto. Y también le dedico este video a los melodramáticos de otros años. No nos hicimos jotillos, ¿ya ven? Les pido se claven por ahí del minuto con 26 segundos cuando Cristina Alberó se balancea para ponerse la bolsa al hombro. Ese tipo de movimientos que diferencian a las mujeres de los hombres, son los que mueven al mundo. He dicho.

martes, 19 de abril de 2011

Trágate ésta

1997.- Le dije al pinche Eddie, mira, te voy a enseñar una canción. Y el pinche Eddie me dijo, ya güey, cuál es. Espérate, le dije, es que está en el otro lado del caset y le tengo que adelantar. Vas a salir con tus mamadas de Rayito Colombiano, me dijo el pinche Eddie porque jamás ha confiado en mi gusto musical. No cabrón, le dije, espérate, déjame te la pongo, te va a gustar. Y así nos fuimos dos o tres semáforos adelante, trenzados en el silencio. Por fin el lado B cedió el turno al lado A (o al revés). Yo quería llegar a Constitución, o a una zona de aceleración porque jamás será lo mismo escuchar una buena canción en una calle con baches y bordos a escucharla en una avenida sin patrullas. Ya cabrón, ponla, se desesperaba el pinche Eddie. Pérate güey, no veas, ahí viene, le dije. Algunos segundos esperamos a que la cinta se acomodara. Empezó la voz. El primer acorde y ¡pendejo!, no mames, me embola esa canción me dijo el pinche Eddie. Y yo sentí el mismo placer que siento ahora cuando veo a Mateo comerse con todo gusto las deliciosas "Miguitas con Güeva" que le preparo. Estoy seguro que el pinche Eddie hubiera querido que mi jetta aquél fuera convertible para poder sacar los brazos como en montaña rusa y gritar: ¡Swallowed! Esa noche regresamos varias, muchas, todas las veces la canción.

MARTES MUSICAL.- He aquí la pieza que le puse al pinche Eddie. Escrita, cantada y tocada por Bush, cuyo vocalista se llama Gavin Rossdale (foto), cuyo hijo se llama Kingston (foto, también).

lunes, 11 de abril de 2011

Marcelo Wannabe

Durante las últimas semanas le noté un tic. Uno nuevo. De vez en cuando se pasea la mano alrededor de la boca, como limpiándose la baba pero sin baba. Su manita trapeando sus labios secos. Y yo acá, papá semi ausente sospechando que es mi culpa cualquier alteración de su sistema nervioso. ¿Será ésta una maña pasajera?, o, ¿será otra representación de la ansiedad de Mateo? ¿Manifestará el ex pedacito de caos la confusión por la distancia paterna de esa forma, así, pasándose una mano sobre la boca como lo hacen los vikingos cuando acaban de escupir? Nos estacionamos en una piñata de Spiderman a la que mi hijo llegó disfrazado de Iron Man. Llegó con el puño por delante y con la greña de colegio laico por detrás; con la boca convertida en una turbina de saliva, con las piernas flacas, con las bermudas de niño antiguo. Mateo fue una avalancha rubia de ojos verdes que aterrizó en un montón de niños que lo recibieron entre incómodos y contentos, como podríamos recibir a un familiar intruso que nos lleva pizza a la puerta de nuestra casa. Durante un rato la pelusa de niños compartió el mismo pedazo de sol mientras yo expropié la sombra de un encino. Me senté en el jardín para destilar cómodamente la aburrición. A lo lejos (ni tan lejos) había una concentración de mamases, jícamas, frituras y pendejaditas chinas. Luego llegó un acróbata nalgón vestido del Hombre Araña y se puso a echar piruetas muy cerca de donde yo echaba güeva en flor de loto. El nalgón en spandex nomás fue a terminar de alterar a los niños haciendo una rueda de coche por aquí, un salto mortal por allá, lagartijas a mano alzada y maromas a sueldo. Poco más tarde, "Speedorman" tuvo una peor idea: organizar carreritas. Y allá van los infantes y allá vienen. En cada meta, la turba con dientes de leche se enfrascaba en los debates propios de las competencias a su edad: yo gané, no, fui yo, no cierto, yo gané, tú perdiste, hiciste trampa, etc. Entre las discusiones no faltó el niño llorón... y esa tarde el niño llorón fue mi Mateo. El más pequeño y único de mis hijos corrió hacia mí todo desvencijado y usó su último aliento para decirme entre sollozos que él quería ser como Marcelo. -Pe. Pe. Pero, tú eres Mateo, ¡qué padre!- le dije. -¡Pero yo quiero ser como Marcelo porque él siempre gana!- me contestó. -Pero tú también puedes ganar- insistí. -Pero yo quiero ser como Marcelo- confirmó. Sí, el role model de Mateo es un niño que se llama Marcelo. De acuerdo a mis primeras investigaciones Marcelo es más rápido, más grande, más fuerte, más lo que sea. Además, tiene un hermanito y para Mateo eso fue una cualidad muy atractiva. Mi hijo, que ha querido ser Mickey Mouse, el Pato Donald y Iron Man, ahora quiere ser Marcelo. El llanto se extendió por algunos segundos bajo el encino de la tarde triste. Y yo me acordé de todos los amigos míos que he querido ser. Todos los cantantes que he querido ser. Los criminales que he querido ser. Los vecinos que he querido ser. Los personajes de película que he querido ser. Los pretendientes de las mujeres que posiblemente me amaron que he querido ser. Los hombres ricos que he querido ser. Los intelectuales que he querido ser. Los Marcelos que he querido ser. Así nos quedamos un rato Goofy y Max, pensando cada uno en sus copy/paste pendientes e imposibles. Luego nos levantamos a cantarle las mañanitas al festejado. El resto de la tarde me dediqué a observar al tal Marcelo y la verdad yo no lo encuentro tan fascinante (aunque su cazuela está chida). Antes de irnos, la respuesta del rompecabezas quedó al descubierto cuando Marcelo levantó su mano derecha e hizo exactamente el mismo tic que le he venido descubriendo a Mateo las últimas semanas. Con sus dedos, el niño recorrió su boca como haciendo un ocho varias veces. Noté entonces que Mateo le copia hasta los tics a su admirado compañerito, pero, ¿qué no somos todos así? ¿Quién en alguna ocasión no ha levantado la ceja y arrugado la frente como lo hacen Robert De Niro y Vincent Cassel, por ejemplo?