Uno de los mejores discos de rock en español se llama Vagabundo y es propiedad de Robi Draco Rosa, ex Menudo de corazón. Cada una de las canciones de este disco es un acercamiento a la tristeza, a veces rabiosa, a veces serena. El material es de 1996, pero yo lo conocí apenas el año pasado por recomendación de un amigo.
En Vagabundo, Draco muestra su lado menos rosa, seguramente porque fue concebido cuando su existencia se encontraba en la generalmente prolífica desdicha. ¿Qué hace un hombre creativo sin melancolía? ¿Qué produce? ¿Hay artistas chidos y al mismo tiempo contentos? ¿Existen obras maestras exentas de grisería?
¨Por lo general la tristeza es lo que detona todo, siempre hay una pena negra, cierto vacío que me consume de vez en cuando. Es complicado componer cuando estoy contento y pasándola bien", dijo Draco en una entrevista reciente.
Su declaración me recuerda a otra de Juan Villoro:"El hombre satisfecho no versifica; el impulso creador viene del rechazo".
Sé que es viernes y no se antoja deshebrar debates existenciales. Oigamos mejor a Draco. Buen fin de semana. A tirar huevilla de la buena.
Ahí me tienes a cada rato volteando al cielo para buscar la estela blanca que dejan los jets; esa línea pintada como con gis que cruza el pizarrón azul y que según tú es la prueba de que Iron Man vuela sobre esta ciudad malherida.
Ahí me tienes buscando vochos o "carros enojados" como tú les dices. Contándolos del uno al cinco y del seis al diez. Afortunadamente en Monterrey el "carro del pueblo" sigue estando in y en una sola avenida completamos los dedos de ambas manos.
Ahí me tienes haciendo inventario con las tapas del tanque de gasolina. Las de Chrysler que son cuadradas, las redondas de la Ford y el espécimen rectangular, muy extraño, que vimos en una vagoneta chueca. Mientras manejo escucho una voz detrás que dice: Cuadrado, redondo, rectangular, ¡cuadrado!, cuadrado, redondo, cuadrado.
Ahí me tienes doblando la voz de Mickey Mouse. Sermoneando como menso, como un profeta con chingos de flojera. Improvisando una conversación entre Mickey y tú en la que a fuerza meto de moraleja el beneficio de lavarse los dientes antes de dormir. Y mientras tanto, tú me tiras a león como yo tiro a león a los vendedores que me quieren clavar una nueva tarjeta de crédito. Ajá, sí.
Yuyo me despertaba a las seis de la mañana para llevarme al colegio con esa expresióntodos los días. Yo me levantaba con la boca hecha un pantano lleno de charales y con todo mi cuerpo -incluido el corazoncito- empalmado a una hueva tan grande que podría ser vista desde Querétaro.
A nadie le gusta que lo levanten, pero con esa frase acompañada de algunos aplausos me era imposible echar madres. Yo aceptaba la expulsión de la cama con una molestia resignada en forma de sonrisa forzada. Con los ojos sellados de lagañas llegaba a la regadera gracias al sistema braille, guiado sólo por mis dedos rozando las paredes.
Ya en el carro, rumbo a laChepevera de poniente a oriente, al Cerro de la Silla le iba saliendo poco a poco una joroba tan anaranjada como el tang. Era el Sol que nos daba chance a esas horas todavía de mirarlo sin usar lentes de ídem. Mi papá, inspirado en su segunda o tercera lectura de El Quijote, lo señalaba y me decía "Mira, ¡ya salió el rubicundoapolo!". Yo, Sancho estancado en la somnolencia, observaba el Sol. Era realmente un fenómeno.
Todavía dormido, me bajaba del carro, me despedía de Yuyo, cerraba la puerta y lo veía alejarse en su Renault 12 con la característica bata de doctor recostada en los pies del cristal trasero.
No entendí el placer macabro de despertar a los hijos hasta que fui papá, obvio. Acepto que con -tantita- crueldad casi todas las mañanas abro la persiana del cuarto de Mateo mientras pronuncio su nombre a manera de silbido latoso, mientras el pobre se retuerce como lombriz de tierra envuelto en su cama llena de almohadas, monos de peluche y otros cuerpos celestes.
Tan placentero es verlo dormir como despertarlo. Pocas veces regresa a la luz de buen humor, puede incluso rayármelaa su manera, pero es una parte del día que no quisiera perderme. Y tampoco hay que sufrir demasiado por el expedacito de caos, pues los fines de semana la dinámica se invierte y es él quien me despierta. Qué raro, de lunes a viernes batalla muchopara abrir los ojos, pero sábados y domingos se le adelanta al gallo, al periódico, al rocío y al Sol.
VIERNES MUSICAL.- Ayer fue un día muy especial para Mateo y para mí. Nos volvimos a ver luego de algunos días de paréntesis. Comimos juntos, fuimos al parque, jugamos espaditas con ramas secas, lo abracé lo que se dejó y nos echamos una nieve de yogurt en una nevería cuyo encargado escuchaba Radiohead.
Varias veces en el día Mateo me preguntó: "¿Ya me querías ver, ya querías que viniera?". Por supuesto que SÍ,mensito.
Antes de tenerme, mi mamá se echó unos hotdogs en el Centrito. Me llamo como mi papá y como mi abuelo, pero no como mi hijo. Cuando era niño pensaba como niño y me parecía a Felipito (el amigo de Mafalda), aunque yo siempre me identifiqué más con Manolito porque tampoco me gustan los Beatles. A veces empiezo por el postre. No sé contar chistes. Me han desinvitado de una boda y de una piñata. No entiendo los museos de cera. Tengo el pelo de Chubaca. Siempre me estaciono lejos del lugar a donde voy. En la primaria sacaba puros dieces y en la prepa cuatros y seises. Muy voluble, contradictorio, pero también soy sencillo y sin frijolitos.