Pocos placeres se comparan a ése que sentimos cuando hacemos bien las cosas. La satisfacción del deber cumplido es un generador de felicidad, de paz, pero sobre todo de reconcilio entre nuestra naturaleza animal y nuestra inteligencia creativa.
Nos sentimos chingones cuando llevamos a buena conclusión una tarea. Cerrar un negocio, ganar 10 nuevos clientes, escribir un artículo redondo, escoger un regalo matón para tu mujer o dejar la pasta al dente son deberes cumplidos que nos acomodan la escurrida existencia.
Los hijos nos hacen felices de muchas formas, pero también nos apañan la tranquilidad precisamente porque los hijos son deberes inconclusos que duran para siempre. Los hijos son deberes incumplidos. Mi papá me ha dicho que hasta que él se muera dejará de preocuparse por mí, y le creo.
Podemos estar satisfechos con nuestro desempeño como papás, pero ese gozo dura hasta las 10 de la noche. Es como una fogata que se extingue en la madrugada. Mañana, el cronómetro empieza de cero. ¿Quién puede decir que ha cumplido como papá o como mamá? Sí, hoy sí, pero, ¿mañana?
En un mundo agonizante habitado por caníbales dementes, la película The Road nos muestra la historia de un papá (Viggo Mortensen) que logra sobrevivir en el final del mundo porque está enfocado en resolver un deber interminable: Cuidar a su hijo en el apocalipsis cinematográfico mejor retratado que yo haya visto.
"I will kill anyone who touches you. Because that's my job", dice el padre al hijo tras sufrir un atentado.
No hay comida ni agua potable. Los árboles se caen como contagiados de lepra, la tierra se abre, el sol no se asoma. Dios no existe. Los grupos armados violan a los niños y luego se los comen. La bondad se manifiesta apenas en el vuelo de un escarabajo y en las burbujas de un refresco enlatado que por suerte encuentran en el camino.
En esa zozobra aplastante, qué tentador sería para el personaje principal recurrir al suicidio; un balazo apuntando a la garganta y ya. Pero no, este hombre sabe que sólo cuidando a su hijo logrará sobrevivir entre el paisaje enajenado. El fuerte protege al débil, pero es la existencia del débil la que da resistencia al fuerte.
¿Cuantas veces vemos las noticias y pensamos que podrían matarnos a nosotros, ok, no importa, pero jamás a nuestros hijos?
No es poesía. Los hijos nos salvan de la locura aunque nos trastornen en horario corrido. Nos quitan esa tranquilidad cómoda, pero a cambio nos regalan el fuego interior, el corage que necesitamos para encarnarnos en rambos sobrevivientes todos los días.
Este Día del Niño, yo te recomiendo ver The Road. Es una sugerencia de papá a papá.
VIERNES MUSICAL.- Para seguir con el tono gris de la película arriba mencionada, dejo cocinando para ustedes esta rolita de David Gray. Buen fin de semana.