Creo que la cosa funciona más o menos así: Dios para entender al hombre tuvo un hijo; y el hombre para experimentar a Dios se convierte en papá. O sea, divinidad y humanidad hacen las paces gracias a que ingresan ambas a ese trámite de cara o cruz que es la paternidad.
Hace dos años, en el momento más oscuro de mi vida, mi papá me hizo una sugerencia y una petición. La sugerencia era que me acercara a Dios y la petición fue que me encargara de la espiritualidad de mi hijo.
Qué par de tareas: ¿cómo te acercas a Dios sin croquis y cómo cuidas el espíritu de un niño?
Poco a poco, he intentado cubrir las dos encomiendas. Lo único garantizado en el intento, antes y ahora, es mi reconocida capacidad para equivocarme. Pero me celebro algo que puedo decir sin vergüenza: hoy siento sincera conexión con el Patrón, y también con el área no carnal-sensorial de mi hijo. Uno está en el extremo del otro y yo me hago una cuna entre ambos.
No hay otro mar que nos conozca a Mateo y a mí juntos que el del caribe mexicano. He reservado allá cuatro noches para irme con él de vacaciones. Nomás vamos papá e hijo. No saben las ganas que tengo de arderme bajo el sol junto a mi chavito, de tenernos todo el día. La regla es divertirnos sin itinerario, comer a mansalva, llenarnos de playa y de toboganes. Los baños en regadera y la lavada de dientes serán tareas opcionales
Allá pasaré mi última noche de 39 y la primera de mis 40. Otro día platicamos lo que se siente cumplir 40 años. Por lo pronto resolveré pendientes, prepararé maleta, y secuestraré al único niño en el mundo al que le cambié no uno, sino chingos de pañales.
Rolita, por favor.
Hello world!
Hace 1 mes