Iba yo a la iglesia y me hablaban de
Emmanuel para referirse a
Cristo. Pero afuera del templo
Emmanuelle era una mujer, a veces rubia, a veces negra, a veces castaña, que coleccionaba aventuras sexuales alrededor del mundo. (Pornografía amable ahora disponible en horario familiar a través del
Golden Choice).
Una tercera opción de
Emmanuel era el
Emmanuel cantante. Hubo un tiempo en el que yo fui más de
Siempre en Domingo que de
MTV (ahorita soy de
Vh1 Classic) y, durante esos años, éste y otros intérpretes de la corriente emo-prehistórica me llegaban bien adentro. Sus canciones me tocaban el alma e incendiaban una nostalgia incomprensible porque yo extrañaba algo que aún no había vivido. Fui un niño melancólico que rechazaba a quienes me urgían a disfrutar la niñez como si fuera la única y última estación de la alegría.
Ayer, durante una plática de banqueta, alguien recordó las canciones de
Emmanuel. A mí me gustan varias, pero hay una en especial que me picotea las lágrimas porque me devuelve al niño que fui: un flacucho obstinado en perderse la vida añorándola.
Y que tampoco se entienda que fui un infante azotado, pero sí.
En otro canal,
Mateo me pide que le ayude a desenterrar una piedra. Con la lumbalgia echándome porras desde el hueso sacro, me agacho para comenzar las obras de remoción con mis dedos convertidos en mano de chango. Logro sacar la piedra en un proceso de tallón y raspado poniendo cara de buen papá pero por dentro estoy domesticando una que otra mentada de madre (pinche piedra, está bien enterrada).
Termino la misión y me reincorporo a la plática con mis amigos que entre lentes oscuros están viéndole las nalgas a la que pasa.
Mateo llega a interrumpir y me anima a buscar un tesoro. Le digo que sí, que me lleve. Caminamos menos de dos metros y ahí está la señal del tesoro (¡justo como decía en el mapa!). Sin darme cuenta, mi hijo había puesto dos ramitas secas en forma de equis sobre el pequeño hueco que hasta hace cinco minutos ocupaba la piedra. El ex pedacito de caos se agacha, quita las ramitas y saca del interior dos o tres tréboles. -¡Mira el tesoro, papi!-.
Eso
es la vida.