Jennifer Aniston cumple hoy 42 años. A mí ella me cae muy bien y me gusta otro tanto. Es tan no-bonita que es
guapísima. La belleza se acaba con los años, la guapura no. Muchas felicidades,
culiflower.
Bueno, al tema.
Hace muchos años le preguntaron a
Nikki Sixx si no sentía remordimientos porque la música y la actitud de
Möntley Crüe era un mal ejemplo para los niños.
Sin pensarlo mucho, el bajista de la banda respondió que hay niños malos con y sin música de
rock, y que de hecho algunos infantes son realmente
perversos de nacimiento.
Sícierto, hay niños hijos de su pinche madre. No convertiré este post en un lavabo para enjuagarme las manos como
Pilatos diciendo que
Mateo es un santo, ni de pedo, pero al menos no le he notado la crueldad que en otros niños aflora poco después de que aprenden a caminar.
El otro día en la casa de
Ronald McDonald el más pequeño y único de mis hijos estaba sudando sin apestar en los
McJuegos. Brinque y brinque, grite y grite, jode y jode, tose y tose. Lo normal. En eso se le acercó un chavito menor que él con los ojos encendidos y sin avisar comenzó a tirarle madrazos a
Mateo, en la cara y con el puño cerrado.
Ah, qué feo se siente. Me levanté con los resortes torpes de los papás que no sabemos lidiar con la
agresividad propia, menos con la ajena, y le fui a decir al pequeño
demonio que no estuviera peleando, que todos los niños podían usar el resbaladero uno por uno y todo eso que se les dice a los mini
hooligans.
Mateo empezó a llorar, no sé si por los madrazos que le dio el niño o por tener un papá que se ve muy chistoso cuando quiere ser
conciliador. Total, que en pocos segundos todo siguió como si nada, mi hijo siguió jugando, el lactante
agresor se tranquilizó y yo me fui a la mesa todo
ajuanado, pensando en el miedo que me daban (
dan) los
madrazos de chiquito.
Yo era (
soy) bien
culo. Y lo que más me culeaba (
culea) es que nunca pude repeler una agresión dando un golpe de regreso. Mientras fui niño los adultos me decían que si alguien me pegaba se la tenía que regresar, y más fuerte. "¡
No te dejes!", era el eslogan con el que me intentaron persuadir para
defenderme. Pero, además de que pocas veces me la hicieron de
pedo, en la única ocasión que me golpearon no pude sacar un chingazo de vuelta. Peor que recibir un
fregazo, para mí era (
es) soltarlo.
Y tampoco porque sea yo un santo o le haga caso al emblema
católico de poner la otra mejilla cuando te
cachetean, sino que simplemente no le puedo
pegar a alguien. Quizá en el hipotético caso de que me estén dando una
madrina soltaré dos o tres chanflazos, pero a bote pronto no me sale. (
Las pocas nalgadas que le he dado a mi hijo me han dolido como nada en la vida).
Los años en el
karate me ayudaron un poco a soltar
puñetazos sin culpa. Pero aún en los combates controlados en el
dojo, siempre preferí defenderme bien y
atacar lo mínimo necesario. Sí, ya sé, muy pinche
Gandhi yo, pero sí, le saco mucho a la
violencia aunque sea deportiva.
Ahora, una cosa es no saber
pelear, temer a los golpes, sacarle a las agresiones y ser
culillo, y otra muy diferente es no saber manejar la
ira. Ésa es mi gran
contradicción: Le saco la vuelta a los golpes, me adhiero a la bandera del amor y paz,
PERO al mismo tiempo soy una olla exprés, un cuete navideño con la mecha muy corta, una yerbita seca que se
enciende a la primera.
Porque éste que les
escribe es bien
antiviolencia pero puede
encabronarse muy fácil: con el cajero come-chicle que se
tarda en pasarlo a la ventanilla del banco, con el mesero que se hace
güey, con su hijo que no le hace caso para
lavarse los dientes, con el sistema
desesperante para renovar la
visa gringa por internet o con el bache tipo cráter que se cruza y le
zarandea todo el carro.
¿Cómo puedo ser un
hombre que cree en los pactos de no agresión y
enchilarme tan fácilmente y ante los más mínimos/máximos
inconvenientes? ¿Porque no puedo liberar el fuego interior en pequeñas flamas y sí estallar con la pena de un volcán con
incontinencia? ¿Por qué acostumbrarse a vivir como una
bomba de tiempo que saluda a toda madre, pero que puede
reventar en cualquier momento?
Desde hace tres semanas estoy trabajando en la
serenidad, ese estado mental-emocional que mi amiga
Carmela define como símbolo inequívoco de
felicidad. Parece una
trampa aspirar a la serenidad en esta ciudad en donde las
escopetas le tiran a las
escopetas mientras los políticos, las autoridades y los ciudadanos nos hacemos
patos. Una ciudad donde no tenemos
respeto vial, donde a la gente le cuesta mucho trabajo responder un "
buenos días", donde el recibo de luz te sale lo que antes te costaba un fin de semana en
Real de 14, donde las noticias son una calca en
sangre del día anterior. Y etcétera.
La onda, creo, es como todo (
diría la Chimoltrufia). Es decir, lo único que me puede resultar es hacer ese ejercicio de manera estrictamente
espiritual, o sea, aspirar a la serenidad a pesar de
Monterrey y de mí mismo que tampoco soy en estos momentos un
ejemplo para la juventud. Ponerme en manos de la
Confianza de allá arriba cada
24 horas. Cuidar el corazón, el hígado y la hernia, en ese orden.
Qué
bonito se escribe en un post, pero es muy difícil; a mí al menos me resulta muy difícil. Hay gente que yo sé que no
batalla con esto, gente que en la sangre trae
yogurt y que tiene espíritu
inoxidable. Pero yo sí batallo, me cuesta, y ahí la llevo. Luego hay gente que me dice: "Yo no te imagino
enojado", pues sí, porque lo
sordeo muy bien.
Regresando a
Mateo, yo no quiero salirle con el "¡no te dejes hijito,
pégale!" cuando lo vuelvan a
agredir, pero menos quiero que se
aprovechen de él y también quiero que sepa
defenderse. ¿Qué hago entonces? ¿Lo invito a que dialogue con el otro
animalito? ¿Le enseño a correr? ¿A
perdonar? ¿A guardarse ese coraje para que después sea un adulto "
buena onda" que explota si la sopa le llega fría? ¿Lo meto ya en el
karate para que sepa defenderse sin agresión? ¿Me lo llevo a vivir a
Flanderslandia?
Apostarle al
diálogo en estos momentos es lo mismo que aquella famosa escena en la que un árabe se pasa de
mamón intimidando con su
espada hasta que
Indiana Jones saca su pistola y lo mata a
balazos. Cuando quieres platicar tienes de regreso, mínimo, una buena mentada de madre sino es que un
rodillazo. El arma grande se come a la
chica. El puño entiende a
puñetazos.
La neta, no sé cómo
educar en este aspecto (
y en otros mil) a
Mateo. Por lo pronto voy a seguir trabajando en la
serenidad, encontrar por fin con ese
equilibrio que nunca me he
regalado porque desde chiquito me instalé un
chip con una grabación que me dice que estar sereno es estar
serio y que estar serio es ser un
aburrido. Ni madre, ¡ya!, a la
chingada. No me voy a dejar de
reír, de divertir, pero ya no quiero guardar una
molotov en el estómago. Ya no quiero caminar
tambaleándome de
frustración por esta vida única, mejorable y siempre
sorprendente.
Rolita, por favor.