lunes, 27 de junio de 2011

Caminar mi ciudad

Esta semana cumplo 38 años y me he regalado la decisión de no presentarme a trabajar en la oficina durante este tiempo. Por supuesto, con el visto bueno de Recursos Humanos.

No tengo nada que hacer, sólo sacar pendientes personales y ver las películas que no he visto. Además, debo visitar a los tres profesionistas esenciales para todo aquel ciudadano que desea evitar volverse loco: un abogado, un sacerdote y un masajista; en ese orden.

Mis días libres coinciden con la más reciente calentura de mi moribundo carro. Los doctores no le hallan, aunque ya le practicaron una purga de radiador cuyo diagnóstico sabré hasta hoy en la tarde. La mera verdad ni quiero marcar al taller; temo lo peor.

Entonces, así las cosas, ante este panorama y no pudiendo modificar las circunstancias que me rodean, diseñé un proyecto por demás ambicioso que consiste en caminar mi ciudad. Ir y venir a patín, sin más.

A donde tenga que ir, iré a pie. Y sí, a pesar de vivir en una de las ciudades, creo, menos caminables del mundo, me la voy a aventar. Hoy inicié los primeros kilómetros y el bofe no fue tanto. Puedo más, sopear más.

Como todo buen proyecto, en éste también fue necesario fijar reglas que a continuación les comparto a manera de entrelazar su ocio con el mío.

1.- Los raids son bienvenidos siempre y cuando sean ofrecidos pero no solicitados. Es decir, si alguien se ofrece a darme un aventón o acercarme a algún destino, gustoso aceptaré, pero yo no puedo pedir que me lleven ni que me traigan. Tampoco puedo poner carita de gato con botas para causar lástima y provocar el hitchhiking. No aceptaré raid de gente desconocida.

2.- Esta mensada me involucra a mí y nada más a mí. Es para caminar solo, no con Mateo. Cuando me toque visitarlo o llevarlo a pasear iré en carro prestado o en taxi. No se trata de andar como Will Smith en The Pursuit of Happyness.

3.- No hay fondo místico en caminar. No espero que digan qué loco o qué pendejo. No espero encontrar una respuesta en Juárez cruz con Matamoros. No es para reflexionar ni para meditar ni para pegarle al ecológico. Tampoco es para que me sigan como a Forrest Gump. Sólo quiero caminar a todos lados, quizá con la intención infantil de experimentar "qué se siente".

4.- El proyecto suspende actividades a partir de las ocho pé éme. No quiero que la noche me agarre caminando en un punto indefinido. Me voy a cuidar. Le digo no al secuestro y al asalto. Si voy caminando y oscurece pediré un taxi, o auxilio.

5.- Si llueve, valgo madre. Pero no jotiaré.

6.- Si así fuera para planear y concluir negocios, tendría suficiente dinero para comprar un carro nuevo, el cual no me dejaría a pie ni me permitiría generar ideas como ésta.

Bueno, por lo pronto éstas son las reglas para llevar a cabo el plan de caminar mi ciudad. El proyecto vence el próximo viernes o hasta que salga mi carro del taller (lo que suceda primero).

Les iré contando. Por lo pronto, mucha agua y mucho desodorante.

viernes, 24 de junio de 2011

Peter Falk (1927-2011)

Patrimonio universal: Un ojo desobediente, una gabardina apestando a puro y lo mejor al final, siempre al final.

viernes, 17 de junio de 2011

I grieve

Pienso en esa noche cuando el joven González cantó con el joven Castro una canción de Peter Gabriel en casa del joven Escobar.

Qué buena cantina a domicilio era aquélla. Tantas veces nos quedamos alargando los cds y la plática reincidente hasta que nos volvía a dar hambre o sueño. Yo dormí, o al menos cabecié, en esa casa muchas veces al estilo de la Pícara Soñadora: en las salas, los comedores, los antecomedores, los patios y el recibidor. A veces también en las recámaras.

Todos mis jóvenes huelen a 40, pero yo los recuerdo de 25.

González se formaba en paralelo con el sillón y hacía la segunda voz en la parte ¿feliz? que dice "life carries on and on and on", mientras que Castro, como el buen bajista que es, se agachaba una nota para sostener la de su compañero. Escobar tenía la importante tarea de ponerle play una vez más y de solicitar o proveer otra cerveza, de preferencia ajena.

Permítanme la cursilería pero yo supe que nunca se me iba a olvidar esa imagen desde que la vi por primera y única vez. Muchas ocasiones cometí la necedad borracha de parar en seco a mis amigos para decirles que cualquier sonsera iba a ser inolvidable, pero aquella noche no les dije nada.

Ayer volví a escuchar I Grieve. La puse como 11 veces mientras los ojos se me iban estrellando por extrañar a González, a Castro, a Escobar y un poquito también a Guzmán.

Estoy al revés. Las cosas tristes no me hacen grievear, si no las felices de la otra vez.

(Más información aquí ).

martes, 14 de junio de 2011

Temporada de festivales

A los ñoñazos de hoy (tururú, tururú) no nos interesa el de Cannes ni el de Venecia ni el de Morelia. Nos importa el de nuestros hijos, el Festival de Fin de Cursos, o más allá, el de Navidad.

Un día, el gran día, nos levantamos emocionados porque vamos a volarnos parte de la mañana viendo la coreografía de brinquitos que nos tiene preparada la sangre de nuestra sangre. (He comprobado que el 72% de los niños de kínder baila dando saltos y el otro 28% son niños que caen gordos porque sí se saben los pasos).

Para un Festival de estos, las mamases de los niños se ponen guapas, (¿han notado que ahora a las mamás las conserva diosito más y mejor? Y es que las señoras de antes eran señoras desde siempre y las de ahora parecen tener palancas con Peter Pan. No es queja).

Las misses también le echan más ganas, ¡se maquillan!. De hecho, las maestras de kínder se arreglan sólo tres veces durante el ciclo escolar: en cada uno de los festivales (verano e invierno) y en los "open house" cuando te presentan el plan de estudios. Ahí es cuando te das cuenta que la chava que recibe a tu hijo en las mañanas con la cara lavada y el broche tipo cuca recogiéndole el pelo todavía húmedo, es en realidad una chava atractiva. Írala, írala.

Ya apretados en el teatro todo es perfumería y rechinido de tripas. Los teatros y los auditorios dan un hambre brutal y también, al igual que las iglesias, producen mal aliento en la gente que no trae chicles. Es muy importante ir desayunado y enchiclado a este tipo de lugares. Llegas, te sientas, te saludas de lejos con el papá o la mamá de éste o aquella, o te sordeas viendo el programa mientras se te va olvidando taparte la boca cuando bostezas hasta que te avientas una mordida de cocodrilo con todo y ojo lloroso a lado de la abuelita de Santiago o de Isabela.

Después de muchos minutos durante los cuales la mayoría de los presentes deberíamos estar jalando, pasan la primera la segunda y la tercera llamada. ¡Y comenzamos!, dicen.

Tengo que recalcar que el kínder en donde juega y aprende Mateo es una institución económicamente sustentable para los papás. Por una cantidad muy cómoda de desembolsar, las maestras arman escenografías y vestuarios de diez. Y no es porque ahí esté matriculado el más pequeño y único de mis hijos, pero la verdad es que las producciones siempre me/nos sorprenden.

El tema del Festival de hoy fue el circo. Mi hijo apareció en el onceavo acto, ya cuando la Tripa Fest burbujeaba en el ático de mi estómago. Salió de mimo, un mimo divertido, guapísimo y suelto. Recordemos que hay tres tipos de niños en los festivales: los que se quedan tiesos (que tienen su encanto), los que bailan "bien" porque se machetearon los pasos (y que caen gordos) y los que se divierten en el escenario. (Peor voy a caer yo si señalo en cuál categoría entra Chimuelín).

Ni siquiera fueron 15 minutos de fama. Su estrellato duró lo que dura una canción, pero dio un muy buen show. (Y conste que a mí los mimos me molestan). Al final, Maga entregó una caja de bakuganes a nuestra encarnación compartida como premio por su simpático desempeño. Yo le llevé un chocolate Kinder Sorpresa (Hombres necios y tacaños que acusáis a la mujer sin razón...).

Mateo estaba feliz, luminoso. Y creo, sé, que todos estuvimos contentos. Con él, por él.

viernes, 10 de junio de 2011

A Dios le pido

Casi nunca nuestro trato tiene lagunas pero un día me quedé sin palabras con Mateo. Estábamos en el Wendy's, sentados frente a frente. Yo me encontraba desapareciendo -vía oral- una hamburguesa sabor al cuadrado mientras Chimuelín desollaba unos nugets.

De pronto ya no supe qué decirle ni qué preguntarle. Era mi hijo, con el que no importa qué se dice y menos qué se hace, y apenas me separaba de él una mesa, pero yo sentía que entre ambos estaba el Canal de la Mancha (por decir un número).

Ahora entiendo que en aquellos días estaba yo muy descobijado. La culpota al cien y verlo un día-sí-un-día-no me tenían muy triste y, en particular esa tarde, muy callado.

A partir de ahí me fui acostumbrando a hablarle a Dios acerca mi hijo. No le rezo, porque cuando recito el PadreNuestro generalmente mi mente se dispara sin rumbo; mejor le hablo a Dios de las cosas que me caen bien de Mateo, de sus ondillas. Le cuento como si ÉL no lo hubiera conocido desde siempre. Por puro miedo, conveniencia o fe, me acerco a un poder superior cuando me siento cucaracha expuesta al chanclazo.

Y sí jala. He visto cambios positivos; he notado a mi hijo menos ansioso cuando me voy y a mí menos marica cuando no lo veo. Mateo se ha acostumbrado a decirme: "Papi, cuando me visites quiero que vayamos a...". Es decir, en su cabecita ya sabe cuáles días lo visito y que son sólo para nosotros.

Pero sobre todo yo me siento mejor ecualizado. Entiendo que el valor que nosotros le ponemos a lo sagrado no depende de las corrientes externas ni de lo mierdilla que seamos o hayamos sido. Dios me da un zape cariñoso y me abre los ojos para que me dé cuenta que la relación que tengo con el Ojitos de Gargajo está sellada, pero que depende de mí que así continúe.

Todos los días le pido a Dios que cuide el corazón de Mateo, que le proteja su autoestima. Que bendiga la relación que tiene con su mamá; y la que tiene conmigo. Que me ayude a transmitirle seguridad en sí mismo. Que lo bañe de sol, que le sigan gustando los cactus. Que no se le esfume la inocencia con la adolescencia. Tantas cosas.

Rolita, por favor.